“Cuando la hierba es para un burro, no hay otro que se la coma”, reza el refrán cubano. Los orientales dirían que es el karma, es decir, que si hay algo que está destinado a ti, no hay fuerza humana que lo impida y, aunque brinque, salte o ventee, de nada te vale porque “de que te toca, te toca”.
Ocurrió con el trabajo que conseguí “a golpe de circunstancias” en el periódico La Voz del Pueblo. Había en el país un ambiente de semi-dictadura. El gobierno de turno simuló ser un régimen democrático, pero en la práctica impuso la persecución sistemática contra los opositores, partidos tradicionales y grupos de izquierda.
Avanzaban los años setenta, ochenta y la “Guerra Fría” era cada vez con más virulencias. Se había desatado una temible batalla ideológica, económica y militar entre las grandes potencias y países del campo socialista: la Unión Soviética, China, Corea del Norte, etc.) por un lado, y los demócratas-capitalistas (Estados Unidos, naciones europeas, asiáticas, árabes, orientales, etc.) por el otro.
Los países pequeños como el nuestro tenían que alinearse, “sí o sí”, con naciones como Estados Unidos y sus aliados, los cuales profesan como doctrina la democracia representativa. En esa etapa histórica gobernó al país el fenecido presidente Joaquín Balaguer, el cual contó con pleno e irrestricto apoyo de los estadounidenses.
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Con ese respaldo de Estados Unidos, Balaguer retuvo un poder omnímodo por unos 22 años. Para esa época comencé los estudios de periodismo en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y en el ínterin tuve la dicha de realizar un curso de periodismo deportivo con el profesor Claudio Chevalier –epd- (un excelso maestro de la redacción). Ese curso con el maestro Chevalier marcó definitivamente mi estilo de redacción, lo cual todavía agradezco. Pensé dedicarme al periodismo deportivo, tenía un gran entusiasmo con este oficio, pero –además-me casé y no tenía empleo. Había que buscar trabajo para asumir los nuevos compromisos.
En una tarde cualquiera, mi esposa regresaba a la casa en un carro del concho después de recibir docencia en la Facultad de Humanidades de la UASD, donde cursaba estudios de Pedagogía (era una maestra innata dotada de una vocación de acero). En la calle Isabel La Católica, en la ruta de los carros del concho por la zona colonial, se montó un señor (Don Juan Holguín, supe después que así se llamaba) y puso el tema de los jóvenes que no quieren trabajar. Expuso que en el periódico La Voz del Pueblo, en el que él era Jefe de Redacción, se necesitaban redactores y no encontraban. Una vez mi pareja escuchó eso y le dijo a éste que yo estudiaba periodismo y deseaba trabajar.
-“Pues dile a él que vaya mañana y me procure en el periódico La Voz del Pueblo”. Dicho y hecho. Al otro día me presenté al periódico y allí conversé con Don Holguín, quien me esperó en la redacción. Puso de inmediato al editor deportivo, César Vizcaíno, a que me realice una prueba y oh, ¡bingo! me dejaron trabajando en el área de deportes. -“Ese trabajo era para mí”, razoné.
La pelea con Buyuyo
Todo marchó “viento en popa” hasta un día que el propietario del periódico realizó una fiesta en su casa del sector La Yuca, de Los Ríos, para celebrar un aniversario más del diario.
Al término de la fiesta, avanzadas las horas de la noche, cogí dos hermosas naranjas injertadas que producía en su patio el doctor Mejía Ricart en un huerto cultivado con esmero en su hermosa y elegantemente decorada residencia, donde éste vivía con su esposa Sira, una bella y educada dama mejicana, y su familia. Desde un principio pensé llevar las naranjas a mi pareja. Había pasado un buen rato en la fiesta y quería halagar a ella llevando esos cítricos.
Pero “el diablo no duerme en su cama”. Cuando regresamos en el vehículo de la empresa, “Buyuyo”, uno de los mejores diagramadores del periódico, que ya estaba algo pasado de tragos –por no decir borracho-, se empecinó en que yo tenía que darle las chinas. Le expliqué que eran para el amor de mi vida y no podía dárselas. Él insistió, y repentinamente me las arrebató. Ahí se armó un “pandemónium” a trompadas y golpetazos. El automóvil avanzaba a toda velocidad. Los colegas nos separaron.
La pelea fue desigual, “Buyuyo” resultó con un lado del rostro medio abollado. Cuando reaccionó del “jumo” al otro día y vio el golpe, dijo que a viva voz en la redacción que él, que decía era un tíguere de Villa Juana, “no se quedaría con esa”. La situación me mantuvo en vilo, esquivo como “guinea tuerta” hasta que “bajó la marea”.
Pasó el tiempo y el doctor Mejía Ricart, uno de los abogados, economistas e intelectuales más sólidos y conspicuos del país, era cada vez más radical en sus planteamientos en contra del régimen del presidente Joaquín Balaguer. Escribía editoriales y análisis de página completa, con términos fulminantes y fuertes cuestionamientos a las ejecutorias del gobierno.
Las posiciones del entonces alto dirigente y ex candidato presidencial del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), se acentuaron en las medidas en que el gobierno del doctor Balaguer retrasaba los pagos de publicidad al periódico, según explicaba la administración en reuniones con el personal. A veces se escuchó a éste en su oficina “tronar a todo pulmón”, mientras conversaba con funcionarios del gobierno, a quienes reclamaba los pagos.
¿Quiénes eran los dueños del periódico?
El periódico La Voz del Pueblo, ubicado en la calle Isabel La Católica esquina calle Padre Billini, al lado de la Catedral Primada de América, tenía un origen confuso y difuso. En una oportunidad pude escuchar que las maquinarias del periódico habían sido donadas al Movimiento 14 de Junio por un país europeo. La organización era liderada por el inmenso, doctor Manuel Aurelio Tavares Justo y como el donativo provenía de una nación extranjera, no podía hacerse a un partido político y se decidió, por tanto, poner la donación a nombre del doctor Mejía Ricart, quien a partir de entonces, asumió la propiedad de los equipos y maquinarias donadas.
Los servicios de seguridad del Estado se enteraron de la decisión y retuvieron las maquinarias en las Aduanas del puerto de Santo Domingo. Solo después de muchos reclamos de diversos sectores, el gobierno de Balaguer ordenó que entregaran los equipos al reputado abogado, quien lo puso a operar y comenzó a publicar La Voz del Pueblo. Parte de los equipos donados, se dijo entonces, se dañaron en los muelles de las Aduanas.
La labor resultaba a veces algo tensa, ya que el periódico era vigilado por los servicios secretos del gobierno. Se atribuía esta situación a que allí laboraban periodistas que, a su vez, eran militantes en organizaciones de izquierda.
Con un arma automática
Un día, en el curso de la mañana, mientras realizaba la redacción de noticias deportivas para la próxima edición del periódico ocurrió lo inesperado. Iba a salir para visitar las fuentes informativas, especialmente la Dirección de Deportes y los pabellones del Centro Olímpico Juan Pablo Duarte. Mi escritorio quedaba de espalda a la única puerta de entrada del área de la redacción deportiva. De repente escuché que alguien se asomó violentamente y cuando miré, un oficial militar me apuntaba con un arma automática:
-“No se mueva, no se mueva”, me dijo con voz tronante mientras me encañonaba. –“Dónde está el hombre, dime dónde está, no lo esconda; él cogió por aquí, nosotros los vimos”. La oficina de la redacción deportiva era un pequeño cuarto que tenía una sola puerta y no había manera de que nadie entrara y se ocultara en aquel lugar.
-No importa que lo escondan, nosotros lo vamos a agarrar; lo vamos a agarrar”, enfatizó con evidente enfado el militar, a la vez que me agarró por un brazo y me conminó a salir de allí, me condujo hasta el área de la redacción donde ya tenían retenidos a periodistas, diseñadores y otros empleados del periódico.
Los militares habían montado un cerco en las cercanías del edificio del periódico, en el marco de un operativo dirigido a apresar a su dueño, al doctor Mejía Ricart. Los uniformados irrumpieron fuertemente armados en el local y afirmaban que vieron entrar a Marcio. Por eso insistían en que él estaba allí y que se mantendrían en el lugar hasta apresarlo.
Luego de rebuscar por todos los rincones del periódico, los militares deciden retirarse, pero entonces se trasladaron a la residencia del doctor Mejía Ricart en La Yuca, del sector Los Ríos. Allí revoloteaban todo, tiraron algunas cosas hacia fuera del edificio, destruyeron muebles, ajuares, tiraron documentos, objetos decorativos y cuadros de valor, causaron un desastre.
Mejía Ricart realmente había llegado al periódico antes de la irrupción de los militares. Lo hizo como siempre, con su característica hiperactividad. Llegó, saludó a los presentes, subió los escalones y de inmediato se encerró en su oficina, en un segundo nivel de la edificación.
Nadie pudo precisar cómo éste se enteró de que iba a ser apresado y cómo logró burlar el cerco militar. Surgieron muchas especulaciones acerca del misterioso escape. Una de ellas fue que éste se aventó por una salida o “pequeño túnel secreto” que el periódico tenía contiguo a los edificios de la Iglesia Católica, los cuales quedan en el perímetro frente a la Catedral, en la zona colonial. Eso nunca pudo ser confirmado.
Tampoco se confirmó cuál fue la causa real del allanamiento. La versión más socorrida ha sido que el doctor Mejía Ricart publicó un editorial urticante contra la persona del presidente Balaguer, lo que según se dijo, irritó al mandatario y a sus allegados cercanos, los cuales decidieron apresar al editor y prestigioso abogado, alto dirigente del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) del que llegó a ser aspirante a la Presidencia de la República.
Meses después de este hecho se incendió el edificio donde operaba la rotativa que imprimía el periódico La Voz del Pueblo, ubicada en la calle San Juan de la Maguana, de Cristo Rey. No se escapó nada en este siniestro, la edificación, la impresora y todas las maquinarias utilizadas para imprimir el matutino quedaron destruidas. (En memoria del periodista Julián Corporán Reyes. Paz a su alma).
*El autor es periodista.