En su carrera evolutiva la humanidad ha vencido, resistiendo o adaptándose, a todos los desafíos que la naturaleza o la misma especie han colocado en su camino. La adaptación, conjuntamente con la capacidad de empezar de cero, se podría decir que han sido las armas claves para no sucumbir ante las innumerables emboscadas de enemigos visibles o invisibles, esperados o sorpresivos.
El pensamiento, resultado y causa, a la vez, no ha sido menos importante en la sorprendente ruta de éxitos que nos ha colocado en la cima de la cadena alimenticia, que nos ha dotado de un versátil armazón cultural y nos ha ayudado a proveernos de una elevada capacidad tecnológica y científica.
La experiencia y la imaginación, por su parte, nos han dotado de la capacidad de pronóstico, lo que nos ha permitido evitar daños repetitivos, anticipándonos a los mismos por medio a iniciativas preventivas o terapéuticas.
Frente al virus Covid-19 todo el repertorio de resistencia de la humanidad está tensado y toda la fauna de experiencia ha recobrado vida. Nadie debe dudar de que nos sobrepondremos y superaremos esta terrible adversidad, aún cuando no es adivinable en qué plazo de tiempo. Incluso si nos sorprendiera un rebrote, como están esperando los centros globales de Infectología y virología, es cuestión de meses o cuando mucho de un par de años el que la ciencia pueda dar con las respuestas a los enigmas que acompañan la pandemia.
El sistema de salubridad global ha sido puesto a prueba. La inequidad en el acceso a la salud hiere la conciencia de los justos. Los esquemas privatizadores que convirtieron los sistemas nacionales de salud en grandes negocios muestran su refajo perverso, dejando sin servicio y sin medicamentos a millones de personas y sacrificando a cientos de médicos, enfermeras y trabajadores del área por la falta de equipos.
Gran parte del dinero aportado por la gente para la salud ha ido a parar a los bolsillos de los grupos más ricos, que lo mal gastan en lujos y en todo, menos en salud. Este esquema privatizador, la pobre inversión de los Estados y la corruptela asociadas a los contratos de servicios y compras en las áreas de salud cobran sus deudas con una interminable cadena de decesos.
La pandemia será superada aún a despecho de la ineptitud de los gobernantes. El día después llegará. Todos los pensadores imaginan y predicen grandes cambios. Al parecer las consecuencias de la Pandemia y de los esquemas de emergencia para contenerla serán tan brutales en los aspectos económico y social, que el mundo conocido pasará a ser historia.
Las visiones más pesimistas y conservadoras prevén el fin de la globalización y el repliegue de las naciones sobre sí mismas, obligándose a modificar sus esquemas productivos, de consumo y de suministros, ahogando en autoritarismos los avances democráticos y desatando en dimensiones geométricas la xenofobia.
En el progresismo los más osados teorizan la llegada del postcapitalismo y apuestan por el advenimiento de un mundo de justicia y redistribución. Los moderados no llegan a tanto, aunque están de acuerdo con los primeros en que el mundo no será igual. A lo sumo apuestan por la muerte del neoliberalismo y el relanzamiento del estatismo en muchas áreas de la economía.
Independientemente de los macrorelatos imaginados o previsibles, nadie puede negar el impacto de la Pandemia en las áreas económica, social y cultural, entre otras.
En el orden económico la crisis sanitaria generada por la pandemia sirve de fulminante a la bomba de tiempo que venía cocinando un coctel de desaceleración en la economía global, como resultado de los problemas estructurales que conducen cada cierto tiempo a una crisis sistémica.
La pandemia clausuró los mercados, desarticuló los canales de suministro y redujo al mínimo la producción, originando una sensible baja en la oferta de bienes de todo tipo y ha dado un golpe demoledor a las áreas de servicios, muchas de las cuales tendrán grandes dificultades para recuperar su impulso. Este inusual cuadro originará quiebras en cadena, que impactarán también al sector financiero.
Para enfrentar crisis económicas anteriores, caracterizadas por la sobreproducción, los gobiernos acudían a estrategias keynesianas de estimulación del gasto, a través de la colocación de grandes masas de dinero, a la rebaja de la tasa de interés para estimular el financiamiento o al salvamento financiero, imponiendo grandes sacrificios fiscales a la población.
En la crisis que se vislumbra “el día después” de las medidas de emergencia ninguna receta parece ofrecer buenas perspectivas. Esta vez no se trata de estimular la demanda. Primero habrá que reconstituir la oferta de bienes y servicios y rescatar las cadenas de suministros, además de recuperar la salud de la banca, que arrastrará grandes pérdidas y cargará con un enorme parque de activos devaluados y sin mercados para ser colocados.
La situación es tan delicada que las medidas monetaristas, tan utilizados en distintas coyunturas, esta vez parecen trampas sin salida. Acudir a los inorgánicos solo serviría para una devaluación de la moneda, acompañada de una escalada inflacionaria descomunal. Pero lo contrario no parece ser salida tampoco. Constreñir el circulante prolongaría el estado de parálisis económica y no aportaría canales viables a la necesidad de potenciar la oferta de bienes y servicios.
Por otro lado, todas las economías del planeta estarán impactadas por la explosión del desempleo y un deterioro significativo de los niveles de vida. Buena parte de los grupos humanos que habían logrado ascender socialmente se verán devueltos a condiciones de pobreza y privaciones, mientras que las medidas de carácter social asumidas por los gobiernos para contener los daños, como son los subsidios, las ayudas en alimentos, las suspensiones coyunturales de los cortes de suministros de energía, el apoyo a las Pymes para el sostenimiento de nóminas y, en algunos países, la prohibición de desahucios, ayudas de alquiler, cobro de seguros de desempleo y el ingreso mínimo vital, no pueden ser sostenidas por mucho tiempo y tampoco cubren a la mayoría de la población, además de que sus montos son exiguos.
El cuadro anterior, en el que no he tomado en cuenta el endeudamiento y otros factores de incidencia, es solo el preámbulo de la crisis social que nos amenaza, que sin dudas potenciará la delincuencia y la criminalidad, además de acrecentar la informalidad, la emigración y toda tipo de estrategias de sobrevivencia precaria.
Los elementos enunciados apenas vislumbran las dimensiones observables de gran iceberg contra el que se estrellará el entramado social que ha resultado de distintas rutas de modernización.
Por cualquier lado que lo enfoquemos “el día después” anuncia dificultades. A pesar de ello saldremos adelante. La humanidad siempre se ha crecido en las adversidades.
La gran disyuntiva será, como en otras coyunturas, si el salto adelante será para contribuir a configurar un mundo más justo y humano o si, por el contrario, solo implicará una vuelta más en el tornillo de explotación que atenaza a las mayorías.
Como siempre las crisis nos colocan frente al eterno dilema de humanidad o barbarie. Resistamos y avancemos.
*El autor es sociólogo, profesor universitario y diputado por el Frente Amplio.