El destino gris de nuestras letras

El destino gris de nuestras letras

El destino gris de nuestras letras

Roberto Marcallé Abreu

A pocos kilómetros, se aprecian cadenas de montañas de irregular altura cuyo verdor apenas se percibe por la vaga neblina que se enseñorea sobre la tierra y el mar.

Es un mar apacible que, de este lado de la orilla, cambia de color en la misma medida en que lo toca la intensidad de los rayos del sol: a veces es un verde oliva apagado, a veces un azul tenue. Las olas son suaves, casi imperceptibles.

Las nubes parecen estáticas, inconmovibles, en su absoluta blancura, asumiendo formas indefinidas y provocadoras.

Estoy sentado en un paseo que es límite de la zona bautizada en honor al presidente asesinado Salvador Allende. Un inmenso parque donde se alternan casetas y asientos para satisfacción de las personas, decenas de restaurantes e incontables juegos gratuitos para niños.

La presencia de la autoridad para preservar la paz y el orden es sutil, no abrumadora. El lugar está desbordado por miles de personas que se entretienen conversando, caminando, observando los colores cambiantes del mar, las nubes.

Se siente la masiva presencia humana, pero es apacible, familiar. Esta suma de circunstancias me hacen pensar en un poema del intelectual Domingo Guzmán, una de las figuras fundamentales de la Alianza Cibaeña, quien dijo haberse inspirado en el tradicional contenido de esta columna:

“Siempre que por los aires me elevo/ en fantasía o verdad/ pienso en mi país primero, después pienso en los demás. / La Patria se va con uno/por doquiera que se va/sea por calles o veredas/avenidas o carreteras/por las aguas turbulentas/o las nubes pasajeras/. Aunque se cierren mis ojos/ y no existan las fronteras/yo sabré siempre el lugar/donde se encuentra mi tierra”.

Miguel Contreras, un joven poeta definitivamente una realidad y una promesa para las letras nacionales, me envía un escrito provocador sobre las incongruencias y dificultades del ejercicio del escritor.

De manera irónica dice que “los narradores ríen, /los poetas mueren crucificados/los cantantes no cantan, desafinan”.

Miguel expresa su disgusto porque “los borrachos enseñan a vivir/los amigos traicionan y difaman/los traidores caminan con nosotros”.

Para el poeta “los cuentistas escriben adefesios, los novelistas juegan a lo absurdo, los poetas reniegan de los dioses”. Añade que “los críticos adulan por doquier/poniendo a los amigos por las nubes/como si fueran dioses de la pluma”.

Pienso ahora en el amigo Avelino Stanley, escritor, quien hace un par de años atrás nos habló a un grupo de escritores sobre un proyecto literario a fin de difundir las letras nacionales entre los estudiantes de diferentes niveles educativos.

Se escogieron 30 libros, entre los cuales se encuentra mi novela “En honor a mi muy querida Stella”. Se nos informó que el proyecto ya estaba aprobado por el Ministerio de Educación anterior. Por los “derechos de autor” se pagarían sumas oscilantes entre ochocientos mil y un millón de pesos dominicanos.

Luego de fracasar como probable candidato presidencial del peledeísmo, el ex ministro suspendió el proyecto, pese a que el responsable del mismo ya había pagado una elevada suma de su propio dinero en la impresión de las obras.

Tanto ese empresario como los escritores participantes en el evento nos quedamos esperando. El conflicto fue dilucidado por el Tribunal Administrativo que, tras varios años, falló a favor del proyecto. Solo que ahora se sabe poco de los resultados y, hasta donde estoy informado, se produjo una apelación.

Quizás por eso el desencanto de Miguel que, con su poema nos enuncia que quienes ejercen esa pasión que se denomina creativa solo en contadas ocasiones han merecido el respeto que se merecen. Es una situación desoladora de la que sobran ejemplos muy amargos sobre el histórico destino gris de nuestras letras y de los escritores.

Con la excepción del presidente Abinader –que decidió tomar en cuenta a escritores, relevantes informadores públicos e intelectuales en la integración de su gobierno aún persisten manifestaciones de una situación que, esperemos, cambiará radicalmente alguna vez. La esperanza permanece y quién sabe…



Noticias Relacionadas