Llevamos años escuchando críticas al contenido lírico y al ritmo que conocemos como “urbano”, en el que se incluye el dembow.
Los críticos se resisten incluso a que esas manifestaciones sean consideradas expresiones artísticas o culturales.
Sin embargo, el fenómeno sólo hace crecer como si se tratara de la rebelión de una generación que quiere comunicarse con la sociedad utilizando sus códigos, llamando la atención externando sus pensamientos de forma destempladas y describiendo con crudeza cómo ellos ven la realidad.
Los urbanos llenan escenarios, incluyendo estadios, con una facilidad asombrosa. Mueven con delirio a la juventud de todos los niveles socioeconómicos.
En los sectores marginados el dembow se ha convertido en una forma de expresión tal como lo fue la nueva trova para la juventud de la posguerra.
La juventud del influjo de la Guerra Fría expresaba sus ideas usando una lírica más rebuscada, la de ahora lo hace de forma más destemplada y provocativa, pero al fin de cuentas, de lo que se trata es de hacer un llamado a la atención al resto de la sociedad.
A lo mejor lo que la inteligencia manda es a estudiar el fenómeno de la música urbana desde la sociología y no encerrarnos en la simple crítica mordaz.
Los urbanos o dembowseros siguen llenando estadios y conectando con una generación que a lo mejor está pegando un grito para ser escuchada.
