El deber cumplido y el acecho del mal

El deber cumplido y el acecho del mal

El deber cumplido y el acecho del mal

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. Con frecuencia, considero en extremo útil y valioso mirar hacia atrás, hacer un “examen de conciencia” de nuestras propias vidas, como recomiendan los sacerdotes jesuitas.

Con los ojos cerrados, entonces, descubro rostros, hechos, momentos, circunstancias en el presente y en el pasado. La existencia es como un vasto océano donde navegan recuerdos, personas, ideas.

Allí reposa una vastedad de experiencias que nos han enseñado lo que es vivir, la bondad y la maldad, lo sublime y lo perverso.

Estos últimos días han sido de dedicada meditación. Para comprender nuestra presencia en este mundo y la misión que el destino ha colocado en nuestras manos es preciso, con frecuencia, sumergirnos en el silencio y la soledad. Observarnos a nosotros mismos y a nuestras circunstancias desde fuera, como decía el filósofo Ortega y Gasset, vislumbrar lo que hemos sido, en qué momento específico nos encontramos, hacia dónde nos dirigimos, en qué nos hemos transformado.

Es mucho lo que debo a la condición de hombre de la prensa, y es inenarrable lo que debo a la condición de escritor. Lo primero me ha permitido conocer el mundo y una diversidad increíble de personas, sus hechos y circunstancias. Lo segundo me ha permitido plasmar lo vivido, lo aprendido, lo disfrutado, lo sufrido. Ahí están mis libros y artículos, conferencias, cartas.

He observado dos constantes en mi existencia que se han reiterado de una forma inequívoca: de una parte, la oportunidad de crecer, ser útil y productivo siempre teniendo como norte hacer el bien desinteresadamente.
De la otra, una perversidad siempre presta a frustrar y destruir lo logrado. Esa perversidad está siempre presente y al acecho de nuestras vidas.

Robert Stevenson en novelas como “El extraño caso del doctor Jekill y el señor Hyde” desentraña el desdoblamiento entre el bien y el mal en el ser humano. Heriberto George Wells nos entrega un mundo en el que prevalecen conductas espantosas que personificó en los “Eloys” y los “Moloch”.

Son las manifestaciones de la maldad que a veces posee de forma absoluta a los seres humanos las que desarrolla de manera estremecedora Oscar Wilde en “El retrato de Dorian Gray”. O los subhumanos que uno descubre en los libros de H. P. Lovecraft, las misteriosas citas de aquel libro escrito por el mismo Satanás , titulado “El Necronomicon”.

Cuando miro en la distancia, hacia las interioridades de mi propia existencia, me observo en la cercanía de un viejo y leal amigo, director de un organismo que edificaba viviendas sociales y a quien convencí par que facilitara numerosos apartamentos con iniciales y pagos exiguos a mujeres y hombres de la prensa.

Cuando laboré en otra institución del Estado, contribuí a la implementación de un “seguro funerario” que por primera vez en República Dominicana le permitió a gente de la clase obrera, empleados públicos de medianos y bajos ingresos y otros sectores de la población el derecho a despedirse de sus muertos con la debida dignidad.

Mientras laboraba en el periódico El Nacional de Nueva York, publicamos un libro que se vendió por miles, en el que se establecía una especie de “carta de ruta” para el progreso de nuestros connacionales en Estados Unidos y para su eventual reintegración en República Dominicana titulado “La comunidad dominicana en el exterior: el desafío de la década”.

Esto es, apenas, un breve resumen. Son vastas las experiencias enaltecedoras, solo multiplicadas por los intentos de la maldad y la oscuridad por obstruir y aniquilar los buenos deseos y las mejores intenciones.