El cólera sigue avanzando en el núcleo urbano más poblado del país: el Gran Santo Domingo. Y este es, sin duda, un desafío para las autoridades sanitarias por razones múltiples que tal vez valga la pena señalar aquí, no para la atención del Ministerio Salud y las del acueducto, donde deben de saberlo, sino para la población, que hasta ahora al parecer no ha calibrado en su real medida el peligro que representa esta afección.
Si llegara a producirse un nivel de contagio extendido en un núcleo urbano con millones de personas y de gran actividad por ser la capital del país, aislarlo para tratar las fuentes de la contaminación sería poco menos que imposible, no así en una comunidad pequeña, con la que sería relativamente fácil una operación de este tipo.
La población debe, como consecuencia, hacerse cargo del riesgo que se corre con un brote, de las prevenciones que tomarían fuera del país quienes se propusieran visitarnos, y de la amenaza contenida para la vida de los infectados.
Ayer fue notificada la detección de seis casos positivos del cólera en un sector de la provincia Santo Domingo, específicamente en Villa Liberación, ubicado en Santo Domingo Este.
De acuerdo con información dada hasta ahora sobre esta enfermedad, la prevención pasa por hábitos de higiene y la calidad del agua utilizada para el aseo, la limpieza, la preparación de los alimentos y para beber.
La intervención de entidades del Estado para garantizar algunas de estas condiciones, como el suministro de agua y su buena calidad, está por cuenta de otros, pero los cambios de hábitos están por cuenta de las personas, vivan o no en una comunidad con casos diarreicos.
Una de las grandes enseñanzas de la pandemia debe de haber sido la importancia de los cuidados personales y la prevención de las enfermedades con la administración de las distancias. Apliquémoslos.