El Conde, José y La Cafetera

El Conde llora desierto. Sin importar que soñadores, artistas, poetas o transeúntes intenten vestirlo con el bureo de sus sentires. Ni cuantas voces traten de reanimarlo.
Quedó sin alma. No ha de volver a renovarse en su vejez. »El pintor de la ciudad”, la luminaria que acuartelaba sus encantos se ha ido, con su paleta de lauros aquilatados a trazos a libertad.
Antes nos hizo entender el significado de la consagración al oficio, el rigor del expresionismo figurativo, del post impresionismo simbólico, en la búsqueda permanente de lo humanamente espiritual. En esa capacidad de manejar los tormentos y ponerlos en orden en un universo lúdico y espectral que, en sus formas, enaltece las mil maneras de seguir asumiendo el digno ejercicio vital.
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Pero su memoria viva reverdecerá la realidad en cada bosquejo, en cada trazo, sobre el horizonte amurallado. Permanecerá visiblemente invisible bajo el blanco aleteo de las palomas, en los intersticios de los samanes y las caobas del Parque Colón. En el ardiente aroma de La Cafetera que perfuma los afectos contrariados.
Camisa azul, pantalones cortos, sombrero de pajas y sandalias, airando los espacios con tardío estilo. Monarca mariposa que posaba imperceptible sobre la arquitectura de las ansias para dejar en cada adoquín el color y el calor de la fecundidad multiestetica.
Sorbo a sorbo, te fuiste con tu paso lento, como si en un suspiro la noche le arrebatara la lozanía al amanecer. Dejando las miradas sorprendidas en el recodo imborrable de tu faz eterna.
En esa Zona que colonizaste con acordes taciturnos, con cromatismo de luces, sombras, arcoíris, perfumados de pudor en lo imprescindible. Sin ti es un borrón inocuo.
Quién aportará ahora las razones de libertad que pintaron de gloria y atardeceres los muros?
Quién acariciará la inmarcesible belleza que devolvía el brillo inconfundible de tu mirada?
Hoy no hay esquina que no regurgite en un gesto, en tu porte. Ni banco, ni balcón, ni poste, ni árbol, ni trinitaria, que no se compunja al extrañar tu ausencia, centinela del alma urbana, perpetuador de olvidos y oprobios.
Maestro José Ramón Cestero Herrera, “generación de oro”, esta misma ciudad silente y mustia que hoy te despide con los ojos estrellados, ha de consagrar su irreversible y cromatizada investidura sobre el lienzo de la inmortalidad.