Con frecuencia escucho diversas personas comentar que les encantaría orar, ir a la iglesia y acercarse a Dios, pero no tienen tiempo.
Los afanes de la vida, el trabajo, la familia y los problemas les impiden sacar un momento para dedicarselo al Ser Supremo, que incluso, consideran que merece adoración.
Pero debería ser lo contrario: mientras más cosas debemos hacer, más tiempo debemos sacar para presentarle nuestros compromisos al Señor, a fin de que nos guíe y ayude a soportar las distintas situaciones que se nos presenten.
“M+as velad en todo tiempo, orando para que tengáis fuerza para escapar de todas estas cosas que están por suceder, y podáis estar en pie delante del Hijo del Hombre”, dice Lucas 31:36.
Dios reconoce nuestro deseo de orar y nuestro cansancio, pero nos aconseja hacer un esfuerzo para dedicarlo a la oración, a fin de librarnos de las tentaciones. “ Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”, dijo Jesús, según Mateo 26:41.
El Maestro dijo esas palabras a sus discípulos Pedro, Juan y Jacobo, quienes le acompañaban en un lugar que se llama Getsemaní, a donde él se retiró a orar porque sabía que le quedaba poco tiempo para su entrega y muerte.
Jesús sabía que sus discípulos estaban agotados, puesto que acababan de participar de la celebración de la pascua, donde habían comido, bebido y cantado. Además, estos discípulos no eran vagos.
Eran pescadores que trabajaban duramente en las noches. Dos de ellos (Jaboco y Juan) eran hijos de Zebedeo, aparente propietario de una compañía de pescadores que tenía varios jornaleros a su cargo; negocio en el cual estaban envueltos sus hijos.
Pero eso no fue una excusa para que él les reprochara por no acompañarle a orar. “Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Mateo 26:40.
Si el cansancio no fue una excusa para que Jesús no le reprochara a sus discípulos el no poder orar, tampoco lo debe ser para nosotros.