La poesía, que a veces suele asumirse como un juego en base a la naturaleza simbólica del lenguaje, no es en Juan Alejandro Pinales Paniagua un mero entretenimiento, un juego sin más.
Muy por el contrario, este joven, que es parte del programa Red de Círculos Literarios Infantiles y Juveniles del Centro Cultural Perelló, dirigido por la destacada artista y gestora cultural Julia Castillo Mejía, hace de la poesía su visión de la vida y del mundo, su telón de fondo para la existencia.
Ha convertido la poesía en su propio y mañanero camino para intentar un diálogo con el otro, su alter ego, para su mejor comprensión del entorno, su estar aquí, su ahora, su para qué y su doloroso sin por qué. Ese camino trasluce el horizonte del poema como aquello que se resuelve en su inevitabilidad simbólica.
Si bien ha publicado otros textos, el poemario “Trayectos”, que prontamente publicará el Centro Cultural Perelló, es al mismo tiempo, su ópera prima y un libro maduro, con el cual ha continuado cosechando merecidos lauros.
Su lenguaje prosado revela un calado minucioso; su estilo, muy depurado, pespuntea y anuncia la huella de un artesano de la palabra que reconoce en ella su materia, su fundamento, su objetivo ulterior en cuanto que artista y poeta-pensador.
Este joven no ve en el idioma un instrumento; por el contrario, la palabra es su ámbito, donde es, donde se percibe, desde el cual canta. Su lengua es el móvil de su propia historia, su compañera, su amiga, la que le posibilita la construcción de una cosmovisión que anuda razón y emoción para palpar del mundo y del individuo su sentido paradójico, su ambivalencia.
Es conmovedor el hecho de que en su juventud, Juan Alejandro sienta el peso existencial de la soledad, esa soledad característica de la modernidad tardía, de la sociedad líquida, del enjambre digital que nos condiciona a vivir solitarios aun en medio de las muchedumbres o comunidades reales o virtuales. El joven poeta sustenta, en su texto titulado “Solo”:
“Los sentimientos ya no reaccionan, las emociones no emergen, pero no sucumbo a lo común y sin duda me quedo solo. / ¿Solo?, por supuesto y lo que me ha ayudado a vivir es la esperanza finita y efímera de un final, una terminación con sentido para la soledad que vivo”.
Como el H. D. Thoreau al que cita en otro poema, el joven poeta hace frente solitariamente a los desafíos de la vida. Se reconoce mutante, extranjero, dueño de un talento “con sabor a levadura” (“Mutantes”), con el cual combatir a los déspotas de la actualidad, que tratan con cinismo ignorante a quienes aspiran a pensar.
Otra característica relevante en la escritura poética prosada de Juan Alejandro es su amplio, diverso, riquísimo léxico, que le confiere la conciencia de una más vasta comprensión del mundo por medio de la experiencia sensible del lenguaje.
Exhibe, además, acierto técnico y precisión sintáctica en la arquitectura del poema.
Su escritura acusa un extraordinario poder de síntesis, sin menoscabo de la belleza expresiva y de lo prolijo de sus recursos, para hacer del poema un pequeño mundo abierto y cerrado a la vez. De hecho, el título del volumen remite al de un texto de una sola línea, “Trayectos”, que reza: “Suburbios del tranvía llamado ´vida´, subo en las escaleras de la experiencia”.
Este joven que, con vallejiana amargura existencial, se “tatúa la piel de fastidio” (“Valor”), se convierte en intérprete de su realidad, para construir desde el poema un espacio estético de esperanza en un sur profundo menos doloroso, en un mundo simplemente mejor.