En época en que cualquiera enciende un abanico para esparcir estiércol, sin importar cuál reputación salga embarrada, hace un aporte a la sociedad la persistencia del expresidente Hipólito Mejía en la demanda para que sea limpiado su nombre, luego de que un Senador de la República intentara mancharla con una acusación que, por estrambótica, caía en lo ridículo.
La Suprema Corte de Justicia se tomó más del tiempo deseado, pero finalmente condujo el proceso hasta un fin que llevó a una admisión de culpa del Senador muy conocido por sus estrambóticos pronunciamientos y acusaciones en el hemiciclo, donde está librado de cualquier proceso por difamación.
Esta fue procesada porque la imputación al expresidente Mejía la hizo fuera de la Cámara, donde no está protegido por la inmunidad.
Se disculpó frente al tribunal y ante el ofendido, quien como un gesto de magnanimidad acogió la rogatoria con la condición de que fuera publicada íntegra.
Las ofensas abundan, las difamaciones son ahora el pan nuestro. Destruir reputaciones se ha convertido en un “hobby” nacional.
Ojalá aparezcan otros Hipólito Mejía dispuestos a contribuir a frenar el abanico y limpiar el debate.