Éramos apenas unas 15 personas las que aguardábamos turnos en aquella salita de espera para ser llamados por el médico. Aunque el ambiente no dejaba de ser un poco tenso porque, después de todo, estábamos ahí por algún problema de salud, reinaba un intercambio de sonrisas y saludos que hacían menos pesada la espera.
Aparte de eso, yo notaba algo extraño en aquel grupo. Disimuladamente me puse a escudriñar con la mirada a cada uno de los personajes allí reunidos, hasta que por fin dí en el clavo: de los quince allí reunidos, había trece enfrascados en la manipulación de un teléfono móvil, en una u otra aplicación que los transportaba a cualquier parte del planeta con solo apretar un botón.
Esas personas de carne y hueso estaban físicamente ahí, en la sala de espera del médico, pero sus cerebros andaban sabe Dios por cuál lugar del Universo, o jugando, o haciendo negocios, o escapando de la realidad por cualquier razón. Estaban ahí, pero no estaban… gracias al bendito aparatico que ahora tiene todo el mundo.
¡Qué diferente cuadro al de hace apenas unos pocos años, cuando en el consultorio médico lo que había era un lote de revistas viejas o algún paciente precavido había llevado un libro para matar el tiempo.
Me asaltó la idea de que pueden tener razón los que afirman que la llamada Era Digital producirá la muerte de los periódicos impresos y de los libros, aunque los “mayorcitos” de edad, como yo, nos quedemos para siempre apegados al papel, como incorregibles analfabetas digitales.
El tiro de gracia en esa materia me lo ha dado, talvez sin proponérselo, mi buen amigo, brillante escritor y consumado periodista Miguel Guerrero, quien, en su columna cotidiana de “El Caribe”, sentenció el sábado pasado que “los periódicos se están poniendo viejos y morirán, porque dejarán de ser útiles y sus contenidos perderán actualidad e interés con cada minuto que pase”.
¡Qué afirmación tan cruel, Miguel, aunque reconozco que está cerca de la verdad!