El anfitrión de sonrisa devastadora

El anfitrión de sonrisa devastadora

El anfitrión de sonrisa devastadora

En principio pensé que era una fiesta de fraternidad y música, tragos y risas.

El cumpleaños de un amigo siempre es memorable. No hay excusa válida. Hay que celebrarlo. Y yo, ¿cómo podía negarme? Así que acepté la invitación.

El día indicado estaba en el lugar. Ya colmaban el salón varios invitados cuando llegué.

Tenía la autorización de llevar a mi esposa, gente del trabajo o un par de amigos.

No lo hice.

El restaurante del festejo se ve exquisito. Con un bar imponente, surtido de bebidas exóticas. Cautiva la fabulosa disponibilidad de platos que trae la carta de cocina.

Una mesa, con un hermoso arreglo de globos en el centro decía happy birthday, y estaba dispuesta para colocar los regalos y las tarjetas del momento con mensajes dignos y pródigas bendiciones para el festejado.

La iluminación del lugar está magnífica, domina un tono violeta a juego con un encantador decorado de flores en el techo. En la distribución de las mesas hay una distancia apropiada entre ellas. Las servilletas, enrolladas de forma cilíndrica en cada mesa, van a juego con el mantel blanco.

El festejado se veía muy social en su elemento. En la entrada recibía a los invitados, tomaba los regalos con una sonrisa devastadora, de profunda emoción y gratitud, estampada en el rostro. Sí. Desde mi silla lo veo y pienso: puede sentirse orgulloso. Poseía un don en cierta forma magnético. Atraía con energía a todo aquel que estuviera cerca o a su lado; juega con su voluntad y sonreía como si fuera el dueño del universo. Merodea por el salón. Visita cada mesa, sonríe y hace honores de manera individual. De pie, inclinado. Habla y escucha, pone una expresión de interés. Escuchar es otra característica de él, fundamental. Incluso, sin necesidad, se apartaba de su condición de anfitrión y ayudaba a los camareros, y de tanto en tanto, lleva a las mesas los servicios que ordenaban los convidados.

Con el paso de las horas las mesas se llenaron de voces y risas. Adultos y jóvenes ordenaban sus bebidas preferidas y se enfrascaban en conversaciones muy animadas.

Soy muy comedido y, por la hora programada para marcharme, solo consumí dos cervezas de poco alcohol y un platillo modesto del menú preparado con berenjenas y jengibre.

La fiesta marcha de forma espectacular, muy animada. Estoy rodeado por gentes soñadoras, alegres y felices. Y que con alegría y felicidad pagarán sus cuentas con generosas propinas. Algunos con billetes o tarjetas de crédito de manera individual, como será mi caso. Y presumo que otros, condescendientes y avasallantes, asumirán las cuentas del consumo colectivo de la mesa.

El momento de marcharme llegó; y hablé de manera breve con mi amigo. Él preguntando qué tal tu ascenso a gerente general en la empresa; y yo me despido, deseándole que terminara felizmente la noche.

El camarero atendió el ademán que hice en el aire y vino a mi mesa. Pedí la cuenta. Pagué y salí del lugar despacio y con la idea de volver al otro día, o en cualquier momento. Había notado algo extraño.

En la calle, mientras camino hacia el auto, y para no atorarme en el tráfico, pienso en el trayecto y la ruta menos congestionada que voy a tomar hasta llegar a la casa. No vivo muy cerca. Mejor así, porque la distancia es buena compañía a la hora de abrir las puertas a las reflexiones. Así que, una vez en marcha escuché música en el auto y pensé en mi amigo. En la fiesta, mientras conversaba con él, dediqué tiempo a leer su rostro. Era experto en sonreír con un aire alucinante. Y no solo eso. Tiene el perfil de ser alguien con una mente maestra. Y estaba seguro que ese don lo utilizaba como la puerta perfecta para entrar en la vida  de muchos amigos.

Así que, picado por la intriga de lo que había visto la noche de la fiesta, regresé un mes después al lugar. Y como descubrí una madeja bien nutrida, mi presencia en el restaurante se hizo habitual. Iba dos veces a la semana. A la misma hora y ocupaba la misma mesa.

No tuve inconvenientes con las informaciones que buscaba. Me tomó tiempo, pero puse interés. Hice las preguntas necesarias y todo fluyó a la perfección.

El restaurante tomó otra esencia y funciona como un club de cumpleaños. Ahora trabaja con la idea de mi amigo que giró en torno a ese experimento que hizo la noche del festejo. Y como funcionó se convirtió en el alma del negocio.

La noche de su cumpleaños contrató el restaurante con la promesa de que el negocio trabajaría a toda capacidad. Y bajo acuerdo escrito, un treinta por ciento del consumo sería para él. Y, naturalmente, se lleva todos los regalos recibidos.

El administrador, cuando hicieron cuentas, quedó encantado con el balance. Y mi amigo, con su don social de gran conversador, convirtió en un gran negocio su idea de festejos con beneficios compartidos.

El plan era impecable, ingenioso y simple. Él tenía una data impresionante en el teléfono con cientos de amigos sociales y conversadores, y que a su vez, con una llamada movilizaban un enjambre de amigos sociables y conversadores, de buena vida, perfumes abrumadores y trabajos de importancia en empresas de capital privado.

No dudo que mi encantador amigo haya convertido la sonrisa y su elegante e impecable forma de vestir en las mejores herramientas para mantener el ritmo de su ascenso social. En ese orden y de acuerdo a las cláusulas tácitas de la asociación, los suntuosos pagos en el negocio garantizaban la calidad y el esplendor de su sonrisa. Era un detalle capital en su vida cotidiana, ya que una buena sonrisa forma parte del entramado para hacer nuevos amigos. No hay mejor anzuelo para entablar y darle hilo a una conversación prometedora.

En el restaurante, todas las semanas, se celebraban tres y cuatro cumpleaños con gentes felices y conversadoras, haciéndole pasar a un amigo el mejor día del año.

En la casa por lo general paso mucho tiempo solo, debido a los intrincados horarios de trabajo de mi esposa. Así que, mientras veo cualquier cosa en la televisión, pienso de nuevo en el restaurante. Los detalles abundan y recorren los dédalos de mi mente. Pienso, pienso en forma de imágenes, como si se tratara de una secuencia de fotos pasando ante mis ojos, despacio. Una batería de camareros, la mesa para los regalos, el menú de comidas preparadas en la cocina por un chef con carrera internacional. Un fotógrafo en movimiento. Una vocalista joven, bella y talentosa se agregó a los fastuosos festejos; y un pianista de mediana edad la acompañaba con el repertorio variado de baladas en español que cantaba durante toda la noche. Sí. Un buen negocio para ganar dinero rápido.

El ambiente, sin duda, embriaga, resulta seductor. Hay música, sorpresas, regalos envueltos en papel suntuoso y con lazos, besos y abrazos. En la puerta gente que llega de sorpresa, se ven animados y con disculpas, porque se enteraron tarde.

El lugar luce perfecto para reunir amigos que no veo hace un siglo. Quizá vaya un día y haga los trámites necesarios para celebrar mi cumpleaños. Sí, pero tengo algo atravesado en la conciencia y no logro salvar el muro de contención emocional que me lo impide. No sé qué pasa conmigo. Voy a tomarlo con calma. La fecha no está próxima. El trabajo diario en la empresa me agobia, quedo exhausto, pero me la ingeniaré para revisar la data de mi teléfono móvil. Tengo que pensar en la lista de invitados. En fin, todavía hay tiempo.

 

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Rafael García Romero

Rafael García Romero. Novelista, ensayista, periodista. Tiene 18 libros publicados y es un escritor cuya trayectoria está marcada por una audaz singularidad narrativa, reconocido como uno de los pilares esenciales de la literatura dominicana contemporánea. Premio Nacional de Cuento Julio Vega Batlle, 2016.