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El alma que olvida el favor

La gratitud es la memoria del corazón, pero cuando el alma olvida el bien recibido, se apaga su luz interior.

En esta reflexión exploramos cómo la ingratitud, nacida del orgullo, nos aleja de Dios y de los demás, y cómo agradecer puede transformar no solo nuestras emociones, sino también nuestro espíritu.

Un hombre caminaba junto al río cuando vio a otro luchando desesperadamente contra la corriente. Sin pensarlo, se lanzó al agua y lo salvó. Exhausto, lo llevó hasta la orilla. El hombre rescatado, en vez de agradecer, apenas se limpió y siguió su camino sin decir palabra.

Años después, el rescatista fue quien cayó al río. Gritó pidiendo ayuda, y aquel a quien había salvado pasó junto a él… fingiendo no reconocerlo.

El río, en su silencio, fue testigo de la ingratitud humana: el olvido del bien recibido es uno de los pecados más tristes del alma.

“¿Y los nueve dónde están?” — Lucas 17:17

Así preguntó Jesús al ver que solo uno de los diez leprosos curados regresó para agradecerle. Esa pregunta atraviesa los siglos como un espejo del corazón humano: muchos piden ayuda, pocos regresan con gratitud.

El malagradecido no nace: se forma. Su raíz espiritual es el orgullo y su fruto, la soberbia que lo convence de que todo lo bueno que recibe es mérito propio. En su mente, los favores son derechos; las bendiciones, deudas que los demás tenían con él. Así, transforma la gratitud -esa joya divina del alma-en desdén y olvido.

La ingratitud es una forma de ceguera espiritual. El malagradecido vive tan centrado en sí mismo que no logra ver el amor que lo rodea. Cree que aceptar con gratitud lo haría débil, cuando en realidad la gratitud es el signo más alto de fortaleza espiritual.

Porque solo un alma libre puede reconocer que necesita de otros; solo quien tiene humildad puede decir “gracias” con el corazón.

Jesús nos mostró que la gratitud es más que una emoción: es una actitud que transforma. Cuando el samaritano volvió para agradecer su sanidad, no solo recibió una bendición física, sino una revelación espiritual. A los nueve ingratos los curó el poder, pero al agradecido lo salvó la fe.

El malagradecido, en cambio, vive atado a una ilusión de autosuficiencia. Cuando olvida el bien recibido, no solo traiciona al otro, sino que corrompe su propio espíritu. El alma que no agradece se vacía lentamente de luz. Se acostumbra a recibir sin reconocer, a disfrutar sin valorar, a pedir sin pensar. Y termina ahogándose en su propio egoísmo, igual que aquel hombre del río que una vez fue salvado y luego no supo salvar.

La ingratitud tiene un rostro psicológico

La ingratitud también tiene un rostro psicológico. Quien no sabe agradecer, suele arrastrar heridas no resueltas: envidia, baja autoestima o necesidad de control. Es incapaz de reconocer el bien porque no soporta admitir que alguien lo haya superado en amor o generosidad.

Como dijo el sabio: “El malagradecido no odia el favor, odia al que se lo dio”.

Por eso, cultivar la gratitud no es un gesto moral, sino una práctica espiritual. Es volver al centro del alma, donde reconocemos que todo lo que somos —la vida, el amor, la oportunidad— es un regalo que no merecemos, pero recibimos con humildad.

Solo entonces el alma se eleva y el río de la vida nos devuelve su corriente luminosa.

El neurocientífico Robert A. Emmons, en su estudio “The Psychology of Gratitude” (Oxford University Press, 2004), demostró que la gratitud activa regiones cerebrales asociadas con el bienestar, la empatía y la cohesión social. Según Emmons, quienes practican la gratitud desarrollan mayor resiliencia y sentido espiritual, reduciendo emociones negativas como la ira o la envidia.

Así, la ciencia confirma lo que la fe enseña: el agradecimiento no solo honra a Dios, sino que sana la mente y el corazón.

Siguenos en esta serie que parece ser de mucha ayuda para interiorizar en tus acciones.

Les invitamos a leer: La planificación integral, el mapa hacia la prosperidad familiar

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Yovanny Medrano

Ingeniero Agronomo, Teologo, Pastor, Consejero Familiar, Comunicador Conferencista, Escritor de los Libros: De Tal Palo Tal Astilla, y Aprendiendo a Ser Feliz

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