En el umbral de un cambio político inesperado, una chispa de resistencia se enciende en el corazón de los dominicanos. Descubre los hechos que desencadenaron la Guerra de la Restauración Dominicana:
Existe una versión según la cual en 1861 el pueblo dominicano, temeroso de una nueva invasión haitiana, deseaba la anexión a cualquier potencia europea, preferiblemente a España. Esa misma versión sostiene que el general Pedro Santana, entonces presidente de la República Dominicana, obró de acuerdo con ese supuesto anhelo popular. Nada más incierto, sin embargo, pues está comprobado que la anexión a España fue un acto reprobado por la generalidad de los dominicanos desde antes de materializarse el hecho.
El mismo 18 de marzo, luego de que Santo Domingo se hizo el anuncio oficial, en el pueblo de San Francisco de Macorís se originó un suceso que tuvo consecuencias fatales: cuando las tropas leales al gobierno se dispusieron a arriar la bandera tricolor de los trinitarios, para izar en su lugar la bandera ibérica, un grupo de patriotas intentó impedir la ceremonia de cambio de banderas. La protesta de las personas allí congregadas obligó al comandante militar del pueblo a ordenar que se disparara el cañón de la plaza causando la muerte de por lo menos tres dominicanos.
En la ciudad de Santiago, los oficialistas convocaron a la población para asistir a la fortaleza San Luis en donde se realizaría el anuncio formal de la anexión y efectuar el cambio de banderas, pero la gran mayoría del pueblo no asistió a la convocatoria.
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Poco después, el 2 de mayo, en el cercano poblado de Moca, el coronel José Contreras –de quien se dice que estaba casi ciego– organizó un pequeño grupo de independentistas con el propósito de enfrentarse a tropas españolas acantonadas en el pueblo y proclamar la República.
En vista de que el jefe militar del pueblo, el general Juan Suero, se encontraba ausente con parte de su estado mayor, el grupo de Contreras logró tomar la fortaleza y anunciar su oposición al acto anexionista. Pero el movimiento fracasó en su génesis, pues las tropas leales del gobierno de Santana reaccionaron a tiempo y tanto Contreras como varios compañeros fueron reducidos a prisión, sometidos a un consejo de guerra y condenados a la pena capital.
A principios de junio de 1861, los generales Francisco del Rosario Sánchez, José María Cabral y Pedro Alejandrino Pina, héroes de la guerra independentista y quienes se encontraban en el exilio desde hacía dos años, se trasladaron a Haití y desde allí organizaron una expedición armada para combatir la anexión, la cual denominaron “Revolución de la regeneración dominicana”. Contando con el apoyo del gobierno haitiano, que presidía Fabre Geffrard, los revolucionarios penetraron a territorio dominicano por la frontera del Sur e hicieron circular varios manifiestos políticos denunciando la traición de Santana, al que Sánchez definió como tirano enemigo de las libertades públicas, y llamando al pueblo a empuñar las armas a fin de restaurar la República de Febrero, que tantos sacrificios había costado a la nación.
El apoyo haitiano a la causa contra la anexión obedeció a una estrategia política (pues los ideólogos y legisladores de Haití eran de opinión que la presencia de una potencia colonial europea en la parte española de la isla amenazaba su propia soberanía), además de que para nadie era secreto que también estaban interesados en obtener ciertas ventajas políticas y geográficas, algunas de las cuales, dadas las circunstancias, al parecer accedió el prócer Sánchez.
Pero el apoyo haitiano a los expedicionarios anti anexionistas duró muy poco tiempo, ya que el presidente Geffrard fue amenazado por una escuadra española que tenía órdenes de bombardear la ciudad sede de su gobierno, razón por la cual se vio obligado a abandonar a su suerte a los revolucionarios dominicanos.
Ya en territorio dominicano, los patriotas se enteraron de que el gobierno haitiano había dejado sin efecto el pacto convenido, pero pese a que hubo algunas deserciones, tal circunstancia no impidió que Sánchez continuara con sus planes. Hoy sabemos que fracasó esa expedición armada, pero al mismo tiempo tuvo un impacto trascendente porque su trágico y fatal desenlace estremeció gran parte de la conciencia nacional de la época.
El valeroso Sánchez, tras haber sido emboscado y herido durante una breve refriega que tuvo lugar en la comarca de El Cercado, fue apresado junto con 20 compañeros más, y conducidos al pueblo de San Juan de la Maguana. Días después, el día 3 de julio, fueron juzgados por un Consejo de Guerra que sin perder tiempo los condenó a la pena de muerte. Al siguiente día, esto es el 4 de julio de 1861, fueron fusilados en el cementerio de San Juan.
Cuando ocurrieron esos deplorables sucesos, ya las autoridades coloniales -con asiento en Cuba y Puerto Rico- habían enviado una numerosa escuadra con soldados de infantería y de la marina españolas, bajo el mando del brigadier Antonio Peláez y Campomanes. Una vez en posesión de la plaza militar de Santo Domingo, el brigadier Peláez ordenó que las principales ciudades marítimas de la isla como Samaná, Monte Cristi, Puerto Plata, Azua y, naturalmente Santo Domingo, estuviesen bajo estricto control militar. También Santiago, la segunda ciudad en importancia política y económica, fue militarizada.
Las autoridades españolas no tardaron en percatarse de que el general Santana y sus colaboradores habían mentido respecto del supuesto deseo de anexión por parte de la mayoría del pueblo dominicano. Las primeras protestas armadas de 1861, así como la actitud indiferente de la población, incluyendo numerosos militares dominicanos gradualmente relegados a un plano secundario dentro del escalafón militar español, confirmaron esos temores y apreciaciones.
Análogas experiencias tuvieron los antiguos funcionarios del desaparecido gobierno de Santana, pues en la medida que llegaba un nuevo personal tanto de Cuba y Puerto Rico había que designarlo en posiciones clave dentro de la administración provincial. Para 1862, Santana, ya consciente del grave error político que había cometido, se vio precisado a dimitir del cargo de Capitán General de Santo Domingo; y con no poca amargura debió reconocer la degradación de la cual había sido objeto: de haber sido otrora presidente todo poderoso de una República independiente, ahora se había convertido en un subalterno de tercera categoría dentro de la complicada jerarquía administrativa de la Corona española.
Además, el gobierno de la anexión implementó una serie de medidas contrarias a las costumbres y hábitos del pueblo dominicano, a la vez que se adoptaron otras medidas de carácter impositivo y administrativo que afectaron sensiblemente los intereses de los comerciantes locales y de la población en general. La situación, por tanto, devino insoportable. Y al cabo de dos años, en febrero de 1863, se produjeron tres nuevos movimientos revolucionarios que las fuerzas españolas reprimieron con rapidez y eficacia: el día 3 en Neiba; el 21 y 23 en Guayubín y Sabaneta, simultáneamente; y el 24 en Santiago.
El movimiento de mayor resonancia fue precisamente el de Santiago porque en la conjura estuvieron involucrados importantes personas de la élite de comerciantes del pueblo y porque, además, algunos de sus principales cabecillas fueron condenados al patíbulo.
A pesar de que los movimientos insurgentes de febrero no lograron cuajar, plantaron el germen libertario y efervescente de la revolución independentista. Las autoridades españolas presentían o, mejor dicho, sabían que en todas partes se conspiraba; que existía un malestar generalizado y que la gran mayoría del pueblo añoraba los tiempos de la independencia.
Así las cosas, el 16 de agosto de 1863, catorce patriotas (entre ellos los generales José Cabrera, Benito Monción, Santiago Rodríguez y Pedro Antonio Pimentel), quienes se encontraban en Haití gestionando apoyo para un nuevo levantamiento armado, penetraron a territorio dominicano por la frontera del Norte y ocuparon el cerro de Capotillo. Allí, sin perder tiempo, plantaron la bandera de aquel Febrero inmortal, al tiempo que dieron el célebre grito de ¡Viva la República Dominicana! Así comenzó la gloriosa guerra de la restauración dominicana, que duró dos años.