Qué mal compañero es el ego. Pocas personas sabemos utilizarlo con inteligencia, porque es necesario para apuntalar resquicios de la autoestima, pero solemos darle demasiado espacio, demasiado poder y acaba llevándonos por caminos y decisiones que no suelen ayudarnos mucho.
Ego. Yo. Yoísmo. Centro del mundo. Como lo quieran llamar, al final es lo mismo, pensar que todo gira alrededor de uno, que se tiene la verdad absoluta, que son los demás los que tienen que cambiar o están equivocados. Esto lleva a ser intransigente, intolerable y querer controlar todo y a todos.
Nada más con lo dicho hasta ahora deberíamos darnos cuenta de que el ego sólo es buen compañero cuando refuerza tu autoestima en aquellos puntos en los que se torna vulnerable, pero no es quién debe llevar las riendas porque al final te convierte en una persona a la que simplemente nadie soporta y quién debe hacerlo por necesidad, sólo encuentra pleito tras pleito.
Y que conste que esto no es algo que llega sólo, normalmente es algo aprendido en nuestro propio entorno, y por eso debemos estar conscientes cuando ese ego se convierte en un problema y, si no podemos, entonces ser capaces de escuchar a las personas que nos tengan aprecio para poder trabajar esa parte.
Y puede que haya quién piense que en un mundo tan agresivo como este, es necesario para sobrevivir, pero al final no lo es, porque al ser una persona que responde desde el ego en vez desde la empatía, pasas a formar parte de esa rueda, de ese problema y nunca se va romper el círculo.
Por lo tanto, mima tu autoestima en todas sus dimensiones, pero no permitas que sea el ego quien lleve el control, sino ese equilibrio que mantenga la balanza en su estado más saludable y positivo.