Cuando estaban siendo construidos los túneles y los pasos elevados en tres de las principales avenidas y dos grandes autopistas de la capital, se nos decía que aguantáramos los tapones porque a continuación veríamos soluciones.
Estos denominados viaductos no han sido solución de nada en las avenidas John F. Kennedy, 27 de Febrero y Máximo Gómez, ni en las autopistas Duarte y de Las Américas, no porque en sí mismos sean una aplicación inútil de la ingeniería, la economía y el trabajo, sino por calidad de los usuarios.
Cualquiera que se haya detenido a observar las vías y el desenvolvimiento del tráfico de vehículos y de personas, puede llegar a la conclusión de que algunas han sido pensadas sólo para los vehículos de motor. Paremos a un peatón en la acera de cualquiera de las avenidas referidas más arriba y dejémosle la tarea de cruzar hasta la de enfrente.
Tres cosas saltarán inmediatamente a la vista, nuestro sujeto carece de la educación para cumplir con este propósito; la vía, cualquiera que sea, no ha sido hecha pensando en peatones y, sin duda, cuando aprendieron a conducir, a nuestros choferes nadie parece haberles dicho que el peatón es parte del tráfico.
Lo mismo parece haber ocurrido cuando fueron construidos los viaductos que nos eran vendidos como soluciones ante el permanente embotellamiento. Sólo se invirtieron los cuantiosos recursos en infraestructura, pero nunca se dedicó un centavo a mejorar a los usuarios, que ahora apenas pueden moverse porque en nuestras grandes vías tenemos soluciones que no lo son por causa de los conductores, que no saben conducirse, y los peatones, que no saben caminar.
Educar a los que toda su vida se han manejado al margen del orden y la urbanidad puede costar lágrimas, ¿y nuestros niños? Algún día hay que empezar.
La escuela debe asumir esa tarea.