Educación y juventud actual (1 de 2)

Educación y juventud actual (1 de 2)

Educación y juventud actual (1 de 2)

El país no puede seguir descuidando la educación de sus hijos pues ésta no es un lujo sino una necesidad perentoria que debe ser satisfecha suficiente y oportunamente.

Por tanto, a la educación debe dársele más carácter y tomársele más en serio.

Ello así, so pena de condenar al país a una condición de mediocridad que le impedirá alcanzar las metas científicas y culturales que son imprescindibles para respaldar el estándar o nivel de vida a que aspira su pueblo.

La educación no puede ser tampoco algo que se brinde cual lentejas, ni, mucho menos, un medio que se da como intercambio, con el mezquino propósito de conservar o ganar votos, sino que, muy lejos de eso, ha de ser un servicio de tal solemnidad y revestido de un valor estratégico tan elevado que redunde en condición “sine qua non” para la tarea de superación continua a que debe estar sometida permanentemente la nación.

Una sociedad que no busque la excelencia en ciencia, en tecnología, en humanidades y en investigación, es como una persona que se conforme simplemente con haber sido alfabetizada: nunca sabrá optimizar de manera consciente las labores de producción, curación y construcción, por citar esas solamente.

Es cierto que la juventud debe ser medianamente rebelde y hasta levantisca, pues ello sería garantía de lucha por los derechos y por el bienestar general de la sociedad.

¡Ay de aquel país cuya juventud sea indiferente a las injusticias y a las aberraciones incurridas en su seno!!! Pero es mucho más cierto aún que los jóvenes deben ser estudiosos, respetuosos y disciplinados.

Y que para facilitarles el cumplimiento de estos cometidos la sociedad debe brindarles condiciones favorables tales como: a) profesorado y programas docentes del más alto nivel en las circunstancias, b) aulas amplias, iluminadas, bien ventiladas y debidamente amobladas, c) laboratorios bien equipados, d) material didáctico suficiente y de buena calidad, e) bibliotecas para estudio y consulta, f) buena ambientación general en cuanto a orden y disciplina, g) instalaciones confortables para recreación, deportes y artes, y h) todo cuanto se necesitare para propiciar en los estudiantes concentración y rendimiento académico óptimos.

La Educación debe brindar el pan de la enseñanza más que el desayuno o el almuerzo o las meriendas gratuitas que los líderes políticos enfatizan hoy por hoy con el visible propósito de conservar o ganar votos. Mi generación, por ejemplo, nunca reclamó esos graciosos excesos.

Trujillo se inventó el “desayuno escolar” y este se les brindaba a quienes quisieran comerlo, pero en mi pueblo, por lo menos, ni siquiera la mitad de los muchachos de la escuela lo procurábamos, puesto que, por razones de costumbres, íbamos desayunados desde nuestros hogares y porque para nosotros ese ocurrente desayuno era como una sorpresa, agradable y sabroso si se quiere, pero sorpresa de todos modos, ya que nuestros padres siempre asumieron, y nos enseñaron, que la alimentación, la salud, el uniforme, los cuadernos, los libros y la religión de sus hijos eran problemas suyos, no del gobierno, ni de nadie más.

Y conste que en el plano económico casi todos los alumnos de las escuelas públicas pertenecíamos al cuartillo inferior de la clase media, y, por tanto, éramos prácticamente de clase baja.

En este punto debemos recordar que hasta mediados del siglo XX la educación dominicana no era la mejor, ni por asomo, pero tampoco era la peor. A juzgar por algunos indicios, Argentina, Cuba y México siempre nos superaron.

Sin embargo, nuestra educación era tenida en cuenta aunque de modo indirecto; el hecho de que en los años 50, 60 y 70, los médicos e ingenieros recién egresados de nuestra Alma Mater eran buscados con avidez por la más exigente y desarrollada sociedad del mundo, confirma que la educación dominicana alguna vez tuvo “sus quince”.

Sin embargo, en los últimos sesenta años hemos sido víctimas de interpretaciones erróneas de lo que es la democracia.

Hemos asumido y sobrellevado excesos y permisividades mucho más allá de lo prudente. Hemos inculcado a las masas ineducadas la pretensión de gobernarlo todo, incluida la propia educación.

El populismo irresponsable prevaleciente en algunos países desarrollados le ha hecho el juego y aún alimenta a ese despropósito. No se sabe si ello se busca adrede o por error puro y simple, pero la prédica con que promueven el abuso del derecho y el desparpajo aspiracional no encierra ningún mérito real ni le promete larga vida a ese empeño.

Aquí en la República Dominicana estamos viviendo, desde hace décadas, el triste espectáculo de grupos estudiantiles y profesorales que con cíclica precisión, para decirlo de alguna manera, se arman de dos o de tres sinrazones, o de una pequeña razón y de dos arbitrariedades, y producen un escarceo mayúsculo que paraliza la docencia por varias semanas y hasta por meses.

Lo mismo sucede cuando hay inscripciones y reclamos de tarifas o cuando los profesores reclaman justicia salarial, o cuando se celebran elecciones estudiantiles: se halan las greñas bajo los más sibilinos alegatos, pelean, se hieren y hasta se matan, o matan un policía o un guardia, o estos a un estudiante, y obligan con ello al cierre del centro educativo. Eso acontece sin mancar, una o dos veces cada año. (Continúa).



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