Hay dos temas que aparentemente no tienen nada que ver entre sí: la educación y la criminalidad. Sin embargo, encierran conceptos tan antagónicos que, lejos de ser ajenos el uno al otro, los acercan como la enfermedad al remedio, como el problema a su solución.
¿Que la criminalidad no se puede combatir con la educación? Mucha gente lo cree así. Pero ¡claro que sí! Por la educación, es decir, por el cultivo de las buenas cualidades y el dominio de las propias pasiones, podemos conseguir que el hombre reprima los instintos que le llevan al crimen.
La anécdota del legislador espartano Licurgo y sus perros viene como anillo al dedo para reforzar este aserto. Cuenta la leyenda que unos hombres le pidieron al famoso legislador que les hablara de las ventajas de la educación. Licurgo aceptó, pero pidió que le dieran un plazo de un año para preparar su disertación.
Vencido el plazo, se presentó ante el público con dos perros y dos liebres. Soltó una liebre y a continuación un perro, que a los pocos minutos alcanzó a su presa y la mató. De inmediato dio libertad a la otra liebre y al segundo perro, el cual permaneció junto a ella sin causarle ningún daño.
Entonces Licurgo se dirigió al pueblo allí congregado y dijo: Estos son los efectos de la educación; durante un año he estado educando a este perro enseñándole que no haga daño a las liebres, que no obre conforme a sus instintos, sino según reglas prescritas.
Ciertamente, los hombres son más complicados que los perros, pero la educación tiene sus efectos positivos en ambos casos. Lo que falta, en el caso de los hombres, es que los gobiernos asignen al renglón educación lo que dicen sus propias leyes, y no menos, como ocurre lamentablemente en esta República Dominicana de nuestros amores, atacada en estos tiempos por una incontenible criminalidad e inseguridad social.
Señores del Gobierno, aprendamos la lección de Licurgo.