¿Tiene República Dominicana una sólida cultura del ahorro, cuando de agua para el consumo humano se trata? Y si no es así, como quizá se tenga la percepción, ¿quién o quiénes son los culpables de que no exista? Sería ingenuo pensar que hay un único culpable. O que son muchos los culpables.
República Dominicana, independientemente de ser parte de una isla compartida con otro país con una cultura en todos los órdenes muy diferente, como es Haití, cuenta con una bendición excepcional que no tienen muchos países de la región. Empezando por la nobleza de nuestra naturaleza y la extraordinaria cantidad de ríos que producen agua potable en la inmensa mayoría de los meses del año.
Se trata no solo de agua cristalina que llega en óptimas condiciones para el consumo humano, sino de un líquido sano para el uso de diversas actividades de primer orden para la economía nacional y el mejor funcionamiento de prósperos negocios, como embotelladoras de agua y refrescos, restaurantes y empresas sectoriales de índole especifico y cuya materia prima es el agua.
No importa el funcionario que esté al frente de la Corporación del Acueducto y Alcantarillado de Santo Domingo (CAASD) y otros organismos acuíferos del Estado dominicano, desde hace varias décadas se viene repitiendo esa frase de que no tenemos cultura de ahorro del agua.
¿Y de qué forma los ciudadanos y las familias dominicanas se podrán encausar hacia una cultura semejante si el agua no llega a importantes barrios y residenciales por falta de la infraestructura y conectividades necesarias? Incide, además, el crítico servicio de la energía eléctrica, que convierte en una odiosa tortura disponer a diario agua en importantes provincias y sectores del país.
Esperemos que en el próximo quinquenio haya una eficaz infraestructura en el sector acuífero. Entonces sí podremos educar a las familias dominicanas para superar esa tan excusada falta de “cultura del ahorro del agua”.