Creo que todo en exceso es malo. Todo. El equilibrio siempre es la mejor opción porque de esa manera puedes balancear las cosas, ya que nada es blanco y nada es negro.
La necesidad que tenemos de sentirnos escuchados, comprendidos se ha transformado en esta sociedad digital y post pandémica en una avalancha de personas diciéndonos por redes sociales cómo podemos ser más felices, más plenos, más de todo.
Y aunque suene a crítica, no lo es, yo misma consumo de este contenido en el que encuentro muchas veces respuestas, apoyo y fuerza.
Ahora, hay algo que creo que nos está llevando por el camino equivocado. Resulta que para lograr esa felicidad, esa plenitud se nos motiva constantemente a soltar, a pensar en nosotros primero, a no tomar en cuenta lo que los demás piensan o hacen.
Eso, en dosis justas, está bien, pero en extremos creo que logra los efectos contrarios.
La vida me ha enseñado que no se puede controlar todo, que hay momentos en que es verdad, hay que dejar ir. Pero al mismo tiempo siento que de esa forma se nos quita la capacidad de luchar, de enfrentar, de entender lo que el servicio y el sacrifico significan, de que nuestro corazón aprenda no solo a protegerse sino también a ser valiente y a decidir por aquello que merece la pena luchar.
Tirar la toalla con algo o con alguien porque es la manera de ganar, está muy bien, pero si realmente echamos la batalla, ponemos de nuestra parte, dedicamos tiempo, esfuerzo y lo que haga falta por algo, al final eso nos va a llenar de felicidad y de aprendizajes durante el camino.
Si ante cada dificultad decidimos retirarnos, perdemos muchas oportunidades de crecer y de ser más fuertes. Y eso es importante, también.