Échale la culpa al coronavirus, al coronavirus mi amor…un cuento chino

Échale la culpa al coronavirus, al coronavirus mi amor…un cuento chino

Échale la culpa al coronavirus,  al coronavirus mi amor…un cuento chino

Cuenta una leyenda que en una región de China existía una antigua costumbre que obligaba a las parejas a convivir en una misma casa, pero en habitaciones separadas por una puerta cerrada y que debían permanecer así durante siete días, antes de consumar la unión matrimonial.

La tradición, que se había mantenido por siglos, constituía una especie de ley no declarada con carácter de cumplimiento obligatorio para todos los aldeanos.

La vieja usanza era una intensa prueba de fidelidad. Los novios debían cumplir la regla estrictamente, antes de matrimoniarse, como garantía de que los futuros esposos llegarían célibes y conservados, fieles el uno para el otro, sin experiencias pre-matrimoniales.

Shing Li y Chin Ho era una hermosa pareja que había llevado un noviazgo ejemplar, una especie de modelo a imitar por los jóvenes del lugar. Cuando iban a plazas y lugares públicos agarrados de las manos, profesándose amor profundo, las niñas y niños los miraban consintiéndolos con socarronas sonrisas.

Los adultos también realizaban ceremoniosas inclinaciones de aprobación al paso de la pareja que lucía jovial, risueña y muy enamorada.

Todos en la aldea hablaban del enamoramiento de Shing Li y Chin Ho.  Y un día llegó el ansiado casamiento. Li y Ho después de pedir el consentimiento de sus padres, hermanos, tíos y familiares cercanos, se mudaron a la casa que sería su “nido de amor”. En la primera mañana, estando ya en su hogar eterno, Chin Ho se levantó temprano para despertar a su amada. Cada mañana Shing Li y Chin Ho se despertaban con  toques serenos que daban a la puerta de cedro, expresándose ambos dulces frases de amor.

–“Buenos días mi amor. Buenos días adorada flor de ciruelo; espero que tus dulces sueños hayan sido un remanso de agua fresca protegido por el aura de los dioses”. 

-“Buenos días Chin Ho, mí acorazado héroe de tulipanes, mi elevado amor de las siete montañas”, respondía Shing Li.

La solidez de esta tradición cultural había asegurado que, aunque se ansiaban locamente, Shing Li y Chin Ho cumplieran el compromiso de mantenerse alejados durante esta etapa de su prueba de amor. La puerta de cedro era como una fuerte muralla infranqueable protegida por filas ancestrales de creencias, mitos y voluntades de los dioses. La noble misión de esta tranquera era impedir que esta pareja pudiera acoplarse físicamente, pese a sus intensos deseos amatorios.

Cada día Shing Li y Chin Ho creaban formas, buscaban manera para que el transcurrir de las horas fuera cada  vez menos tediosa. Así fue como Chin Ho ideó leer en voz alta relatos mitológicos sobre el origen del mundo, los cuales agradaban a Li.

En tanto, Shing Li deleitaba a Ho cantándole hermosas canciones del parnaso popular chino. Ho a cambio respondía a través de la puerta con sus relatos mitológicos. Exponía sobre el surgimiento de Tian, que significa Cielo y la creación de los primeros seres que en la tradición china es atribuida a Shangdi, Tian (el cielo), Nüw, Pangu o el Emperador de Jade.

 

-“Tú ser muy inteligente, mi querido Ho; los dioses me han dado la dicha de tener un esposo sabio”,  decía Li.

 

-“Gracias, gracias mi amada Li”, respondía Ho mientras continuaba sus narraciones sobre la mitología china. Explicaba sobre el dualismo cosmológico, en el que según las narrativas ancestrales, existían dos principios opuestos, “por una parte la luz, el sol y el fuego, por otra parte la oscuridad, la luna y el agua”.

Contaba Chin Ho que “Pangu fue el primer creador y que al comienzo solo había un caos sin forma del que surgió un huevo de 18,000 años y que cuando las fuerzas del yin y yang estaban equilibradas, Pangu salió del huevo y tomó la tarea de crear el mundo.

De acuerdo con las narraciones de Ho, fue Pangu que “dividió el yin y el yang con su hacha. El yin, pesado, se hundió para formar la tierra, mientras que el Yang se elevó para formar los cielos”.  Expresa que “Pangu permaneció entre ambos elevando el cielo durante 18.000 años, tras los cuales descansó”.

Según las descripciones de Ho, de  la respiración de Pangu «surgió el viento, de su voz el trueno, del ojo izquierdo el sol y del derecho la luna. Su cuerpo se transformó en las montañas, su sangre en los ríos, sus músculos en las tierras fértiles, el vello de su cara en las estrellas y la Vía Láctea”.

Pangu, como el Dios de los católicos, fue el primer creador de todas las cosas. Decía Ho que del pelo de esta divinidad se originaron “los bosques, de sus huesos los minerales de valor, de la médula a los diamantes sagrados. Su sudor cayó en forma de lluvia y las pequeñas criaturas que poblaban su cuerpo (pulgas en algunas versiones), llevadas por el viento, se convirtieron en los seres humanos”.

Shing Li escuchaba deleitada la lectura de la literatura china, pero Ho entre pausas le decía casi en susurro:

-“Shing Li, Shing Li” abre la puerta, abre la puerta, me estoy desesperando”. Llevaban cuatro días de estar separados por aquella pieza de madera que se le antojaba una pared infranqueable.

-“No, no Chin Ho, no podemos quebrantar las tradiciones. El tiempo avanza Chin Ho, ya casi llegamos, no te desesperes”. –“Tenemos que ser pacientes, debemos estar serenos como nos enseñan nuestros ancestros”, insistía Li.

Al sexto día Chin Ho no soportó más. Se levantó bien temprano y comenzó, no a tocar suavemente como lo había hecho antes, sino a golpear con fuerza y a implorar a Shing Li que abriera la puerta.

-“Shing Li, Shing Li,  mi amor, abre la puerta; oh Shing Li, vamos a olvidar las tradiciones, acaso no me oyes, acaso no me sientes”, decía casi vociferante y atormentado.

“Chin Ho, Chin Ho, sé paciente; tenemos que respetar la tradición”.

-“Pero por Dios Shing Li, no me mortifiques más, abre la puerta”, suplicaba Chin Ho mientras golpeaba la puerta. Los golpes eran tan fuerte, pero tan fuerte, que retumbaban en toda la aldea como un concierto de tambores Gong chino.

-“¿Tú sabes con qué estoy tocando la maldita puerta, Chin Li?”.

 

II

La puerta de Lorenza

Muchos años después se desató una peste que casi asoló a todos los países de la tierra. La pandemia del coronavirus se había iniciado en China, pero llegó hasta aquí y afectó a una parte de la población dominicana. Los hospitales y clínicas estaban atestados de contagiados con el virus.

A causa de la pandemia, muchas enfermeras y médicos tuvieron que trabajar arduamente para salvar vidas de apestados. El temor cundió entre estos profesionales porque muchos de sus colegas resultaron infectados.

Lorenza, hermosa, dulce y consagrada enfermera de un reputado centro de salud de la capital, adoptó sus propias medidas de aislamiento para evitar que el virus llegue hasta su casa. Decidió mantenerse alejada de su pareja y sus dos hijos, a los cuales veía a distancia.

La situación transcurría sin problemas. El esposo de ésta, en principio muy comprensivo, consideró correcta la decisión del distanciamiento, era necesario mantenerse aislados aunque conviviendo bajo el mismo techo. Ella dormía en una habitación, el esposo y los dos hijos en otra.

Pasaron los primeros 50 días del aislamiento. El gobierno pidió al Congreso de la República extender el plazo de confinamiento y el esposo de Lorenza, Sibilino, ya cansado de estar bajo cuatro paredes, comenzó a refunfuñar, a reclamar a su pareja – con razón o sin ella-.

-“Y hasta cuándo es que piensan tener a uno en esta cuarentena”. – ¿Y no dizque se había adoptado esta medida para evitar la expansión del virus?

-“Estate tranquilo mi amor”, le decía ella. –“Esto pronto pasará, Dios mediante.

. –“Sí yo sé, esto pasará; pero ¿y lo mío pa ´cuándo, mujer?”, expresaba Sibilino con cierta preocupación.

Pasaron los días y cumplido  los dos meses de confinamiento, Sibilino no pudo más. Acudió a la habitación de Lorenza, tocó fuerte la puerta y reclamó con firmeza que le dejara entrar: Mujer, ábreme la puerta ¿tú sabes con qué estoy tocando, tú sabes Lorenza con qué estoy golpeando la puerta?

-Paciencia, ten paciencia papito; no soy yo quien tiene la culpa. Échale la culpa al coronavirus, mi amor; es el coronavirus, ¡el coronavirus!

*El autor es periodista