Con el dinero que mediante los impuestos nos saca el Estado del bolsillo, se ponen en marcha las diversas instituciones supuestamente llamadas a garantizar la paz social y brindarle seguridad y protección a la ciudadanía.
Pero no sucede así. Sucede que el clima imperante es de miedo y desprotección. Uno ve acercarse a un policía y no sabe si sentirse seguro o salir corriendo. Y una situación similar puede aplicarse a otros institutos oficiales por igual.
Que hablen los números: la Dirección Nacional de Control de Drogas tiene abiertos en este momento 12 casos de oficiales ligados al narcotráfico; no son pocos los casos de miembros de la Policía Nacional coroneles incluídos, envueltos en casos criminales de todos conocidos; la Dirección de Migración tiene suspendidos a más de 80 inspectores, por actividades ilícitas; y así podríamos completar un rosario de ejemplos ominosos, aparte de las evidentes muestras de corrupción que, por lo frecuentes, ya no son ni siquiera causas de sorpresa y admiración.
¿Está todo perdido? ¿No tiene retorno este peligroso camino que ha tomado nuestra sociedad? ¿Estamos todavía a tiempo para despertarnos y darnos cuenta de que hemos estado durmiendo con el enemigo?