Dudas y cuestionamientos en nuestras vidas impredecibles

En ocasiones pienso que, al despertar, ciertos días, por una suma de eventualidades y circunstancias, no serán como aquellos a los que estamos habituados.
Cuando, temprano en la madrugada, nos asomamos al mundo exterior sentimos que el silencio es definitivamente estremecedor: un muro inviolable.
Desbordado de misterios y enigmas. No escuchamos los sonidos de la presencia humana. Ni ejercitantes trotando sobre el asfalto y el hormigón de las calles y las aceras vacías.
Desconocemos las razones, pero en ese grave mutismo de la madrugada, los ambientes, las calles, las aceras, las casas que en algún momento fueron parte esencial de nuestras vidas, los rostros, empiezan a desfilar por nuestra mente de manera ininterrumpida…
Entonces, nos abruma una profunda tristeza. La tristeza de lo irrecuperable. Y es cuando en el enigma indescifrable de nuestras interioridades empiezan las remembranzas y los cuestionamientos…
Y los recuerdos. Madre, padre, hermanos, amigos y compañeros de juegos y andanzas, calles, aceras, colegios, iglesias, ambientes, eventualidades de toda naturaleza… tantos rostros que se fueron diluyendo en el tiempo hasta desaparecer para siempre transformados en cenizas…
Pienso en mis padres, hermanas y hermanos, viejos amigos. Todos se han ido. No son un tema para estos momentos, porque, entonces, una nube de tristeza y abatimiento nos ensombrece y las horas siguientes se volverán neblinosas y grises. No es mi intención abrir las puertas de la nostalgia, del dolor.
Cierro los ojos. Mi padre era un hombre duro y difícil. Pese a su inconclusa escolaridad, poseía mucha creatividad, unas iniciativas, un espíritu de trabajo encomiable. Para los parámetros de esos entonces, logró hacer fortuna con el comercio. Supo abrirse paso en una sociedad compleja y fue sumando lauros y méritos. Mi madre era una dama preocupada, muy trabajadora, pero también muy enfermiza. A una edad relativamente temprana empezó a evidenciar quebrantos que pusieron fin a su existencia.
Éramos cinco hermanos, dos varones y tres hembras. La menor, que se fue a vivir a Miami, falleció en el curso de una cirugía de tiroides. La mayor dejó de vivir tras una intervención debido a descuidos en la descontaminación de la sala de operaciones.
MI hermano Pablo tuvo un fin trágico. Zoila, graduada con honores en la carrera de Medicina fue abatida por la más terrible enfermedad de estos tiempos.
No es necesario preguntar qué ocurrió con amigos y conocidos, compañeros de ruta que han desfilado hacia la oscuridad. Somos, en definitiva, angustiados sobrevivientes de circunstancias complejas, de indescifrables eventos amargos y trágicos. Hemos visto tantos rostros que han cruzado frente a nosotros y luego han terminado por diluirse en la oscuridad…
Apreciamos nuestro entorno para percatarnos de que es tanto lo que nos queda a todos y cada uno de nosotros por hacer. Por los nuestros, por nosotros mismos, por el país en que el destino nos situó.
La vida no termina mientras meditamos que el trabajo no está inconcluso y que todos y cada uno de nosotros tiene una misión que cumplir.
Pensar en ese propósito trascendental es un verdadero alivio en un contexto en el que el misterio y lo impredecible no nos ofrecen ninguna respuesta a nuestros insistentes cuestionamientos y a este océano de dudas e inquietudes que es nuestro diario vivir.