Duarte, tu patria…

Duarte, tu patria…

Duarte, tu patria…

Escucho la canción mientras árboles y arbustos resecos y pálidos por la intensa sequía, casas desvencijadas, paradas con escasos clientes, autos y camiones que te rebasan a alta velocidad, puentes y un cielo azul y blanco, en lo absoluto al margen de las pasiones humanas, van quedando atrás…

La voz que escucho en el auto en que me desplazo pertenece a alguien que desconozco, pero que canta con una pena y un dolor tan patéticos que entristecen el alma. Debe ser alguien que vive en el exterior, porque el dolor, la nostalgia, la tristeza profunda, humedecen de sentimiento, ansiedad y lágrimas cada uno de los versos.

Este hombre que se expresa con tanta pasión, se refiere a la tierra que le vio nacer, República Dominicana. “Pero mi tierra dominicana”, nos dice, muy abatido, “un pedazo de cielo es para mí”.

Nos menciona, entonces, sus recuerdos, sus parientes y amigos, el riesgoso cruce del río Bravo que separa a México de Estados Unidos, la peligrosa travesía tras su partida. Insiste en momentos e imágenes de su pasado remoto, los ambientes que dejó atrás, un ayer que le agobia y le obliga a retornar hasta la desesperación a lo que una vez fue su vida. Menciona ciudades y campos de nuestra geografía y la amargura que aflora en sus palabras es como una flor negra que emerge de las aguas turbias de un pantano.

Pensé, entonces, que estamos en febrero, en el Mes de la Patria. La presencia de Juan Pablo Duarte me llegó a la mente, su terrible exilio, y no puedo negar que, como una neblina insidiosa, una profunda tristeza se apropió de mi alma. Reviví sus ojos amplios, la mirada triste, el porte visionario, la efigie del hombre cuya serenidad y certidumbre trascendían los apacibles rasgos de su rostro.

Recordé estadísticas sobre los millones de dominicanos radicados en Estados Unidos, España, Puerto Rico y muchos otros lugares que ya no retornarán, sino ocasionalmente a su patria. Sus hijos terminarán por asimilarse a los ámbitos donde nacieron o se desarrollaron y en cuyas memorias aquel “pedazo de cielo” que mencionaba el cantautor se irá diluyendo, quién sabe si hasta eclipsarse para siempre.

¿Qué pensaría de una situación de esta naturaleza Juan Pablo Duarte? Años atrás, escribí una historia que trata sobre un hombre común, un pequeño comerciante de barrio, al que una suma de situaciones y cambios inesperados le provocan una enigmática enfermedad que desencadena su casi total decadencia.

La titulé “Un caso de complicada relevancia” y es parte del libro “En la oscuridad de la habitación”, que vio la luz en julio de 2014. La situación de salud de don Juan, nombre del personaje, “empezó a deteriorarse. De una manera sutil, al principio, como se inician las cosas de la vida. Luego, el desasosiego saltó como un monstruo al acecho” cuenta.

“Su cambio era dramático. Era observador y empecé a advertir que lucía cada vez más pequeño. ¿O era mi imaginación? Pensé, entonces, que estaba confundido por lo holgada que le quedaba la ropa. A diferencia de otros tiempos, caminaba mirando hacia las aceras destrozadas y el asfalto plagado de huecos. Antes, miraba de frente. Ahora no”.

“Se le había caído el pelo. Su rostro era como una máscara, se veía angustiosamente viejo y cadavérico. Parecía haber perdido los dientes. Caminaba encorvado. Incluso empezó a ayudarse con un bastón y se movía muy despacio. Qué espectáculo tan desolador”…

¿Nuestra patria? ¿Aquel “pedazo de cielo” al que se refería aquel dominicano desterrado de su país de origen por tantas circunstancias azarosas?



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