Dos versiones de Covadonga.

Dos versiones de Covadonga.

Dos versiones de Covadonga.

David Álvarez Martín

Si en el caso del Santo Cerro tuvimos que apelar a un estudio de Guitar para intentar comprender lo que allá había ocurrido, en el caso de Covadonga tenemos las dos versiones: el texto cristiano está en Crónica de Abelda y el de los musulmanes en Crónica de Al-Maqqari.

Crónica de Abelda: “Al Qama entró en Asturias con 187,000 hombres. Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Auseva y que el ejército de Alkama llegó hasta él (…). El obispo Oppas subió a un montículo (…) y hablóasí a Pelayo: «Pelayo, Pelayo, ¿dónde estás?». El interpelado se asomó a una ventana y respondió: «Aquí estoy».

El obispo dijo entonces: (…) ¿podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil. (…) Pelayo respondió entonces: «¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?». (…) Alqama mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas.

Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. Y como a Dios no le hacen falta lanzas, sino que da la palma de la victoria a quien quiere, los caldeos emprendieron la fuga…”

Crónica de Al-Maqqari: “Dice Isa Ibn Ahmand al-Raqi que en tiempos de Anbasa Ibn Suhaim al-Qalbi, se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Belay [Pelayo]. Desde entonces empezaron los cristianos en al-Ándalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder (…) y no había quedado sino la roca donde se refugia el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo «Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?».

Dos versiones que clarifican las ópticas de los bandos enfrentados: la victoria cristiana y la retirada musulmana por falta de interés.

 

 



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