A propósito de Navidad y la alegría que este tiempo nos trae es pertinente reflexionar sobre la felicidad, una búsqueda de moda en una sociedad que ofrece opciones infinitas de placer y bienestar.
Con Aristóteles recordamos que la felicidad se asocia a la moderación, al equilibrio y sobre todo a la vida virtuosa, no a los placeres momentáneos o a los excesos.
Jesús nos ilumina en sus bienaventuranzas que el camino de la felicidad está en la pobreza de espíritu, en la compasión, en la misericordia, la aceptación del sufrimiento y el hambre y sed de justicia como expresiones del amor incondicional.
Buscando información científica sobre el tema, hasta la Universidad de Harvard, desde hace años estudios y cursos sobre felicidad y sus investigaciones, reafirmando la condición social del ser humano, han llegado a la conclusión de que la felicidad se sustenta en relaciones cálidas y en mantenerlas, es decir, en cuidar los relacionados de la misma forma en que se cuida el cuerpo, tu mascota o las plantas para que no se marchiten, se dañen o desaparezcan. Esto desde la lógica de que lo que no se alimenta se muere.
El camino de la felicidad empieza y termina en la persona. Lo ilustra de manera original la historia anónima Los demonios y la felicidad.
Este cuento narra que en el inicio de los tiempos los demonios se debatían sobre cómo robar o esconder la felicidad a los seres humanos. Uno propuso “esconderla en la cima del monte más alto del mundo”, pero otro resupo que no porque “alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde está”.
Otro demonio propuso esconder la felicidad en el fondo del mar pero tampoco fue aceptada su moción porque alguien podría construir un aparato y llegar hasta ella.
Luego otro demonio planteó esconder la felicidad en otro planeta, idea que fue rechazada porque el ingenio humano permitiría a alguien construir una nave en la que pueda viajar a otros planetas encontrar la felicidad.
Finalmente un último demonio que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás, analizó cada una de ellas y entonces dijo: “Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren”.
Todos voltearon asombrados y preguntaron al mismo tiempo: “¿Dónde?”. El demonio respondió: “La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán”.