Donald Trump: el arte del desconcierto
Aquellos que alguna vez se consideraron expertos en el estilo y temperamento de Donald Trump probablemente hoy se encuentren en un estado de perplejidad.
Su capacidad de predicción ha quedado seriamente maltrecha con el paso de los días, especialmente tras la firma de 68 órdenes ejecutivas hasta el viernes pasado.
Quienes intentan descifrar su estrategia observan con asombro cómo el nuevo ocupante del salón Oval lleva las cosas al extremo, en algunos casos para negociar, pero en otros para ejecutar.
—Muchas de las cosas que dice no las ejecuta, ya verá— me comentó hace poco un amigo residente en Estados Unidos, convencido de que la política migratoria pregonada por Trump en campaña jamás sería aplicada con tal intensidad y determinación.
Pero Trump ha demostrado ser predecible en su impredecibilidad. Su estilo no sólo genera desconcierto, sino que también ha acelerado el ritmo de la política estadounidense a un punto en el que sus propios analistas quedan sin explicaciones lógicas para cada nueva medida.
Las órdenes ejecutivas se suceden a tal velocidad que resulta casi imposible seguir el rastro de sus implicaciones inmediatas.
Uno de los términos favoritos de Trump, «aranceles», ya ha comenzado a materializarse con efectos que generan incertidumbre tanto en el mercado global como dentro de Estados Unidos.
Un país con una sociedad esencialmente consumista, altamente dependiente de bienes importados, ahora se enfrenta a barreras comerciales impuestas por su propio gobierno.
El intercambio con México y Canadá, socios clave bajo el T-MEC, es un foco de tensión, especialmente en productos de alta demanda por los estadounidenses.
Sin embargo, estos aranceles han entrado en una pausa estratégica hasta el 1 de marzo, funcionando como una espada de Damocles mientras Trump evalúa el comportamiento de sus vecinos y si cumplen con sus expectativas en la nueva configuración comercial que él mismo ha impulsado.
Pero la mayor sorpresa dentro del ajedrez geopolítico de Trump ha sido su postura frente a Ucrania. En un giro inesperado, el presidente ha relegado al país invadido a una posición casi de botín de guerra, aislándolo y condicionando su apoyo en un momento crítico de su supervivencia. Mientras tanto, Rusia, el agresor, parece recibir un trato más benevolente.
Resulta impactante observar cómo Trump castiga a un aliado histórico de Occidente, un país que ha perdido más del 19 % de su territorio y ha sufrido más de 400 mil bajas, incluyendo miles de civiles, en su lucha contra una potencia militar como Rusia.
En un movimiento que deja atónitos a propios y extraños, la administración Trump parece desdibujar la línea entre amigos y enemigos, dejando a los estadounidenses en un mar de confusión sobre los verdaderos intereses de su gobierno.
Mientras los aliados europeos observan con preocupación y los socios más cercanos de EE. UU. intentan descifrar cuál será el siguiente movimiento, una pregunta comienza a tomar forma en el aire: ¿Qué cosa nueva vendrá?
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