La pista hacia la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica está más que resbaladiza, está hecha puro jabón y alguien caerá de golpe sobre el suelo.
La crisis de liderazgo que vive la mal parada y famosa “democracia” americana está en su peor momento.
Para las elecciones de noviembre próximo, las condiciones están definidas, con la variante de que se podría producir un precedente en la historia de este país, dados los candidatos que hay para elegir.
Por un lado, tenemos un expresidente acusado de criminal, acoso sexual, evasión de impuestos y conspiración contra la estabilidad democrática, al “promover” la insurrección del 6 de enero de 2020.
El otro candidato, el actual presidente Joe Biden, con un liderazgo desgastado y cuestionado por su condición física y mental, pero, además, por su apoyo al genocidio contra el pueblo palestino por parte del sionismo israelita.
Las acusaciones, los juicios y la persecución contra Donald Trump, en vez de perjudicarle, han contribuido a que gane más adeptos, y, por ende, abrir más la brecha a su favor en contra del actual presidente.
Por más de un año, las encuestas han colocado a Trump con un margen entre un 2% y un 6% sobre Biden, preferencia que se ha incrementado a raíz de las acciones realizadas en su contra.
¿Cuál sería el panorama político después de las elecciones, de acuerdo a los resultados de este proceso?
Yo le veo de la manera siguiente:
Primero: Si el expresidente Donald Trump es apresado antes de las elecciones, seguirá siendo candidato; si gana la presidencia, podría librarse de la cárcel, pero si no gana, estaría en prisión por el tiempo que dispongan los jueces y, además, enfrentaría todo el peso de sus enemigos con los demás casos pendientes.
Este escenario, sin dudas, terminaría con el Imperio Trump, quizás llevándolo a un final trágico y en bancarrota.
Segundo: En caso de no recibir orden de prisión antes de las elecciones y, de no ganar las elecciones, correría la misma suerte de seguir enfrentando la justicia con las mismas consecuencias fatales ya mencionadas.
El sistema no tendría piedad contra él.
Debo mencionar que si Trump fuera apresado, este no es el único caso en la historia electoral de los EE.UU., en el que un presidiario aparezca en una boleta presidencial.
Tenemos el caso del fundador del Partido Socialista Americano, Eugene V. Debs, quien en el 1917 fue condenado a 10 años prisión, por su oposición a la Primera Guerra Mundial.
En 1921 fue absuelto por el presidente Warren Harding, pero ya estaba enfermo; 5 años más tarde, falleció. En esas elecciones, Debs obtuvo un millón de votos, aun siendo un convicto.
Tercero: El siguiente escenario es hacia dónde apuntan los esfuerzos de la justicia después que Trump lleva 4 años fuera del poder, y lo que este describe como una persecución política.
Esta activación lo solidifica cada vez más frente a su oponente Biden.
Si Trump es apresado antes de noviembre y luego gana las elecciones, tendría que salir de la cárcel para asumir la presidencia.
En este caso, él tendría la facultad de perdonarse los cargos y pasaría a la historia como el primer presidente de EE.UU. en salir de entre las rejas para juramentarse en el Capitolio.
Sería un hecho sin precedentes, pero también una aberración a los principios democráticos.
Es evidente que los responsables de que Trump regrese a la Casa Blanca por segunda vez serían los propios demócratas.
Todos sabemos que, en las elecciones de 2016, Trump no le ganaba a Bernie Sanders, pero impusieron a Hillary Clinton, quien no tenía los números para ganar.
En este momento, los mismos demócratas saben que Biden se tambalea frente a Trump, por lo que están reproduciendo el mismo error al no sustituirlo por una figura con liderazgo y potencialmente calificada que enfrente a los republicanos.
La suerte está echada y si Dios no mete su mano, tendremos a un fascista que pasará de la cárcel al Capitolio y a la Casa Blanca. ¡Y que sea el mismo Dios que reparta suerte!
Luis Tejada
Activista Comunitario y político en New York