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Doña Susana: Una vida de trabajo y una vejez sin cobertura de salud

doña susana
📷 Doña Susana en su jornada laborar.

Santo Domingo.- A las 4:30 de la madrugada suena el despertador en su viejo celular colocado sobre una mesita de madera al lado cama. A veces lo apaga con desgano y se vuelve a arropar; otras veces lo mira sin moverse, como si dudara si vale la pena volver a empezar.

Pero siempre termina levantándose. A las cinco en punto, cuando la ciudad todavía bosteza entre tiniebla, ya el agua está hirviendo, el café burbujea, el té suelta su aroma y el chocolate espeso se remueve con un cucharón de palo que ha visto mejores días.

El ritual con el que inicia su día termina cuando mira confiada por la ventana y advierte que el panadero ha dejado colgadas en la puerta las ocho fundas con panes de agua.

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Susana Peguero, 66 años, chiripera de oficio y alma. Lleva más de dos décadas vendiendo café, pan y ofreciendo calor humano en una parada de carros de la avenida San Vicente de Paul, en Santo Domingo Este. Ahí, entre guaguas, motores y bocinas, ha pasado la mayor parte de su vida adulta.

Acompaña las madrugadas de los choferes, que la esperan como se espera al sol cuando amanece. Entre risas y chistes, dicen que, “sin Susana la ruta no es lo mismo”.

Cuando se ausenta unos días por los quebrantos, algunos la visitan “y hasta me han comprado medicinas”, apunta Susana, satisfecha. “Son como mi familia”.

Susana no cotiza. Aunque ha pagado cada día con su cuerpo, con su tiempo, con su esfuerzo, el sistema no la reconoce. Vive en la ribera del río Ozama, en una casita que ella misma levantó con madera, hojalata, zinc y mucha esperanza. El agua entra por las rendijas cuando llueve, se inunda cuando el río sube y a veces también entra la tristeza.

Hace unos meses comenzó a sentir un dolor raro en el bajo vientre. Pensó que era cansancio, o “un viento”, como dicen en el barrio. Fue al hospital público y luego de muchas horas de espera, análisis y palabras que no entendió del todo, le dijeron que tiene “síndrome de ovario poliquístico.” No sabe exactamente qué es. Solo sabe que le hablaron de un complicado tratamiento y de un costo en pesos. Dinero que no tiene ni sabrá cómo conseguir. «Eso es como querer llegar al cielo en burro.», dice con una sonrisa amarga.

Y sin embargo, no se queja. Se levanta cada día, no porque el cuerpo se lo pida, sino porque la necesidad la empuja. “Si no salgo a vender, ¿quién va a pagar el gas para hervir el agua? ¿Quién le va a dar de comer a Lala?”, pregunta mientras acaricia a su perrita fiel, su única compañía cuando cae la noche.

Susana nunca tuvo hijos. Cuando era joven, estuvo con un hombre que desapareció en cuanto supo que estaba embarazada.

“Me hice un aborto. No me arrepiento. No iba a traer un hijo a pasar trabajo. Esa fue mi decisión”, dice con firmeza. A cambio de hijos, ha criado redes de afecto en su comunidad. Los vecinos la quieren. Es activa en la junta de vecinos, preocupada por el agua, por la basura, por el desorden que nadie quiere resolver. Ella habla con las autoridades, alza la voz, exige. No por ella, sino por todos.

El pasado febrero, los choferes y vecinos le celebraron su cumpleaños 65. Susana lucía un vestido floreado que había comprado por 600 pesos en una tienda de segunda mano. Caminaba orgullosa, entre risas, modelando como si estuviera en una pasarela.

“Lo que costó mi vestido es casi un mes de trabajo”, decía entre carcajadas. No lo hacía por burla, sino por sobrevivencia: convertir en risa lo que duele.

Y duele. Porque a veces olvida cosas. Se queda mirando fijo, ida, como si algo en su interior se apagara por ratos. Los vecinos lo notan. Los choferes se preocupan. Adalberto, el presidente de la asociación choferes, ha intentado buscarle ayuda, conseguirle una pensión, pero el sistema es inflexible.

“No cotizó, no tiene registro, no pertenece al sindicato”, repiten los burócratas sin alma. Pero sí perteneció: perteneció a la vida productiva, a la comunidad, a una economía que depende de la informalidad, pero que no la reconoce cuando enferma.

El Boletín Trimestral del Mercado Laboral publicado por el Banco Central de la República Dominicana en julio de 2023, dice que el porcentaje de informalidad laboral en el país se situó en 56.7%.

Más de dos millones de personas que trabajan en el mercado informal no tienen acceso real a salud, a pensión, a protección. Son vendedores ambulantes, trabajadoras domésticas, chiriperos como Susana. Viven para trabajar, pero no reciben nada cuando ya no pueden.

Según datos del Sistema Dominicano de Seguridad Social, al 2023, más de 2 millones de dominicanos seguían fuera de cobertura, especialmente mayores de 60 años. Muchos como Susana, que pagan con el cuerpo pero no figuran en el sistema.

También su salud mental empieza a resquebrajarse. La soledad, el cansancio, los olvidos. Pero no hay programas comunitarios de salud mental que lleguen hasta ella. No hay un psicólogo que se siente a escucharla, ni un médico que le explique con paciencia qué pasa en su cuerpo. Solo hay recetas que no entiende y tratamientos que no puede pagar.

El Informe de Gestión 2022–2023 del Defensor del Pueblo, aborda el acceso desigual a los servicios de salud en las provincias de la República Dominicana. Este documento destaca denuncias frecuentes por la falta de servicios médicos especializados en zonas fronterizas y provincias del sur, subrayando el impacto de enfermedades catastróficas y la ausencia de hospitales oncológicos fuera de la capital.

Sin embargo, Susana sigue. Porque ha aprendido a encontrar sentido en lo cotidiano. En el café caliente que sirve a los choferes. En la palabra de aliento que da a una vecina. En la risa que arranca cuando se burla de sí misma. Porque la dignidad, esa sí, no necesita seguro social. La dignidad la ha sostenido cuando todo lo demás ha fallado.

La historia de Susana no es solo suya. Es la historia de miles de hombres y mujeres dominicanas que han trabajado toda su vida sin descanso, pero que cuando necesitan ser sostenidas, descubren que el sistema no tiene brazos para ellas. Que las estadísticas no abrazan, que las políticas públicas no saben su nombre.

Susana se levanta cada mañana con un cuerpo que le pesa, pero con un alma que insiste. Su vida, tejida entre carencias y ternura, entre dolor y optimismo, es testimonio vivo de una sociedad que aún no sabe cuidar a quienes la sostienen desde la sombra.

Y si algún día no logra levantarse, que al menos su historia, despierte a las autoridades.

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