Hay una gran cantidad de dominicanos que residen en Estados Unidos. Y de manera muy particular en Nueva York.

Muchos están allá, viven, habitan y pagan apartamentos, pero no son residentes de manera formal.

Tampoco, de manera formal, pueden decir que tienen un empleo digno. La falta de documentación que los acredite como residentes o ciudadanos no se lo permite.

En el fin de semana pasado empezó un drama humano para esos dominicanos que viven bajo la condición de indocumentados.

Hace poco una parte de estos, fruto de las redadas realizadas por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos, tuvieron que vivir en condición de invisibles. Encerrados, sin salir a la calle.

Los países fronterizos con Estados Unidos y los que conforman el istmo centroamericano tienen igual preocupación ante las medidas que pueda tomar el gobierno de Estados Unidos con sus ciudadanos que viven en condición de migrantes indocumentados.

El caso de los dominicanos debe mover a las autoridades a una profunda reflexión. Nadie conoce a ciencia cierta el número de deportados que podrían llegar en las próximas semanas o meses.

Sí conocemos el importante aporte económico que hacen a través del envío de remesas.

De todas formas hay que estar prevenidos y pensar en planes a corto plazo. Una especie de políticas sociales y de seguridad de contingencia que aminore los efectos del fenómeno de regreso masivo y compulsivo.