Domingo Batista transfigurado

Domingo Batista transfigurado

Domingo Batista transfigurado

José Mármol

Una fotografía se considera artística, es decir, que rebasa la espontaneidad de la relación entre la cámara, el obturador y el sujeto que los articula, por un lado, y el objetivo, por el otro, cuando su expresión está sustentada sobre dos pilares: el concepto y la realización técnica, última que la hace discurso o propuesta estética concreta, material como obra de arte.

La fotografía es el arte de la luz, y si bien a veces se la suele hacer derivar de la pintura, lo cierto es que se trata de dos lenguajes distintos, dos códigos simbólicos decantados. Lo innegable es que, desde los fotogramas de Man Ray a la fecha, pasando por un interregno en que la crítica artística convencional llegó a considerarla una suerte de arte visual menor, la fotografía artística es un arte asentado, con méritos estéticos específicos, en el gusto de las élites y de amplias capas de la sociedad. A finales de los años 60, el pintor y fotógrafo austríaco Arnulf Rainier, surrealista temprano, pero, evolucionado hacia el informalismo abstracto, se destaca por la intervención de sus fotografías, básicamente autorretratos, empleando otros recursos plásticos como la pintura, el dibujo, la rayadura, el garabato.

En el arte fotográfico dominicano, cuando de intervenir las fotografías se trata, más allá del collage o el fotomontaje, empleando el recurso técnico de la fusión o combinación de imágenes, de la superposición y articulación cuidadosa, hasta hacer abrazar las formas; cuando de conjugar sobre la superficie ámbitos captados radicalmente distintos para conseguir, como resultado estético acertado y trascendente, una suerte de injerto visual o de hibridación de líneas y texturas, que dan lugar a un lenguaje innovador y a una dimensión absolutamente inédita de la realidad; cuando de técnica insospechada e ingeniosidad desbordante se trata, entonces, estamos refiriéndonos al gran artista, al singular maestro del lente Domingo Batista. Marcando su trayectoria con casi 70 exposiciones, individuales y colectivas, en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica; con prestigiosos premios a su originalidad y calidad de su obra; luego de publicar “El color del camino” (1982), “Color dominicano” (1988), “Tiempo de luz” (1993), “Celebración del color” (1995), “Pasión por la luz” (2003) y “Domingo Batista-Infrarrojo” (2010), esta leyenda viva del arte fotográfico dominicano nos conmueve con su libro “Transfiguraciones” (2015). Transfigurar remite, semánticamente, al cambio de figura o de aspecto que provocamos en algo o alguien.

Pero, transfiguración remite al estado glorioso en que, según la fuente bíblica, Jesucristo se mostró entre Moisés y Elías en el Monte Tabor, ante la presencia de sus discípulos Pedro, Juan y Santiago. Es esta, la espiritual, la acepción de Batista en su libro, porque experimenta para lograr “una lírica mirada bendecida por mi fe en Dios”. Mediante la superposición de membranas y tonalidades, descubre “el alma de las cosas”, para asegurarnos, “que todavía vivimos en un mundo lleno de belleza y esperanza”, dice Jeannette Miller. Por su parte, Rafael Emilio Yunén sustenta que esta nueva obra “nos ayuda a captar el alma del paisaje y las cosas para ponernos a dialogar con todo lo que su Creación nos dice”.

Hay en estas fotos una fuerza creativa cuya expresión visual se transforma en denuncia de la autodestructividad posmoderna, como consecuencia ineludible de la herencia maldita de la modernidad. Su metáfora del paisaje industrial, cercenadas ya y sin fruto las formas de la vida, es, simplemente, portadora de un mensaje devastador. Solo la presencia sublime del óxido habrá de testimoniar el paso del hombre por el mundo. Y la luz del trópico será, esta vez, antes que culpable, voz del testimonio.