Discurso íntegro del Sermón de las Siete Palabra

Discurso íntegro del Sermón de las Siete Palabra

Discurso íntegro del Sermón de las Siete Palabra

Monseñor Francisco Ozoria durante el Sermón de las Siete Palabras.

SERMÓN DE LAS SIETE PALABRAS 

PRIMERA PALABRA PADRE PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN

No hay amor más grande que dar la vida por los amigos, nos dice el Señor, pero ese amor se hace aún más luminoso, si viene ratificado por los inenarrables sufrimientos de su cuerpo y de su alma vividos en su pasión y muerte de cruz, ¿puede haber una muerte más cruel?

La locura de este amor se manifiesta con mayor esplendor cuando desde el fondo de su alma Jesús exclama: Padre perdónalos. Una de las acciones más difíciles es perdonar, porque el corazón se resiste dado el peso del dolor por la dignidad herida, pisoteada, humillada. Ese dolor es aún más fuerte cuando se es inocente.

No obstante de su boca sale este grito, no sólo porque él es la misericordia encarnada, sino también, porque encuentra una razón, una justificación: No saben lo que hacen. La verdad y el amor se encuentran. Padre, me han negado, traicionado y calumniado, pero perdónalos, porque no saben lo que hacen, se han burlado de mí, me han escupido y bofeteado, pero perdónalos porque no saben lo que hacen, me han coronado de espinas, me han azotado y crucificado, pero perdónalos por que no saben lo que hacen.

La ignorancia es atrevida, dice un dicho. El hombre, abismo de miseria, ignorancia y debilidad, tiene las agallas, la osadía de enjuiciar y condenar al mismo Dios. Reflexionando en este misterio ha dicho el beato Elredo, abad: « Su pecado ciertamente es muy grande, pero su conocimiento de causa muy pequeño; por eso, Padre, perdónalos. Me crucifican, es verdad, pero no saben a quién crucifican, porque, si lo hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria; por eso, Padre, perdónalos. Ellos me creen un transgresor de la ley, un usurpador de la divinidad, un seductor del pueblo. Les he ocultado mi faz, no han conocido mi majestad; por eso, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»

Hoy Jesús sigue siendo vendido, negado, traicionado, humillado, escarnecido, burlado, azotado, golpeado, crucificado. En los millones de no nacidos, porque han sido cruel y vilmente asesinados en el vientre de sus propias madres, o tratados como simples objetos de experimento, incapaces siquiera de lanzar un grito o una mirada de dolor que detenga la mano criminal de sus verdugos.

En los niños y adolescentes víctimas de violaciones, en millares mujeres vendidas, humilladas, y asesinadas, en tantos crímenes que quedan impune, en los presos que viven en condiciones inhumanas, en las grandes masas empobrecidas por las injusticias de los depredadores del erario publico y los que engordan evadiendo impuestos para acumular y amasar grandes fortunas.

Hoy también al actualizar tu pasión, muerte y resurrección, como cuerpo místico de Cristo, decimos:

Padre, perdónanos porque en todos ellos está tu propio Hijo que ha dicho: lo que hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo hicieron. (Mt 25, 40)

Padre, perdónanos, porque por miedo, orgullo, comodidad, nos negamos a reconocerte como nuestro mayor bien y más preciado tesoro, por el cual vale la pena toda renuncia, incluso a la propia vida. “Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios”. (Salmo 62) Padre, perdónanos porque no tenemos plena conciencia de lo que hacemos. No hemos entendido, que sólo en el bien y la verdad, nos realizamos como personas, y el sumo bien y la verdad plena eres tú mismo.

Padre, perdónanos porque por nuestra ceguera espiritual no entendemos la hondura del pecado y las horribles penas que por ellas merecemos, no acertamos a comprender que es ancho y espacioso el camino que lleva al abismo de la perdición, al fuego eterno.

Padre, perdónanos porque dormidos por la seducción de este mundo no nos detenemos a considerar que no somos dueños de la vida, ni de nada, que cada día es una maravillosa oportunidad fruto de tu amor y misericordia. Porque no somos conscientes de que con la muerte se cierran todas las posibilidades, porque sólo tú eres el Señor de vida y de la historia.

Padre, perdónanos, porque no logramos entender, que toda falta debe ser reparada, resarcida, no como una forma de venganza tuya, sino como exigencia de justicia que lleva a la paz y de purificación necesaria que me capacita para poder contemplar la belleza, la hermosura, la pureza de tu divina majestad.

Mons. José Amable Durán Tineo, Obispo auxiliar de Santo Domingo

SEGUNDA PALABRA “HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAISO” (Lc 23, 34)

En la búsqueda del Rostro de Dios, el ser humano está llamado a vivir en plena amistad con su Creador. Por eso anhela encontrar la felicidad plena. En ocasiones ha pensado y creído encontrar esa felicidad en metas propuestas y alcanzadas. Pero se decepciona. Alcanzar una meta le lleva a proponerse otra y otra…convirtiéndose en un eterno buscador. Esto le lleva a reconocer, que la felicidad no se haya en la tierra, en lo meramente terrenal, sino en el Reino anunciado y prometido por Jesús de Nazaret.

Cuando todos se burlaban de Cristo, estando en el cruel tormento de la cruz, al que veían humillado y fracasado, hubo uno que se encontró con ese rostro de Dios, en un instante, lo descubrió y no dudó en pedirle que le tuviera en cuenta, que le dejara ser, que le diera el honor y la gracia de ser parte integrante, habitante y ciudadano de ese Reino. Fue un malhechor.

Este malhechor que estaba pagando por sus delitos, comprende en un instante, que ése de quien se burlaban, a quien le lanzaban improperios y le hacían muecas, las cuales soportaba, era alguien especial, diferente.

“Ese bandido es el único que entiende algo de lo que está sucediendo. Siente la inocencia de Cristo, y le suplica con humildad: acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Dichoso este hombre que supo descubrir en los últimos instantes de su vida, dónde estaba la verdad y la vida, la verdadera condena y la verdadera salvación. Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.”

La respuesta del Maestro, que no se hizo esperar, entraña una acogida y la muestra de un perdón al pecador arrepentido, una muestra de su misericordia: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

“Hoy estarás conmigo en el paraíso” Fijémonos hermanos, como dice Bossuet: “Hoy, qué prontitud. Conmigo, qué compañía, en el paraíso, qué dicha sin fin”.

Dichoso aquél ladrón porque, aún estando en aquél tormentoso suplicio de la cruz, fue el primer beneficiario de la salvación que Cristo nos trae con su muerte en la cruz; dichoso, porque fue el primer heredero de la bienaventuranza de los que sufren y lloran y, porque en el último instante supo robar un sitio en el Reino.“Hoy estarás conmigo en el paraíso”

Es la respuesta, a quien ha sabido encontrar la felicidad, la alegría y el gozo en aquél, que, con gran paciencia y entereza, aguantaba tal suplicio sin merecerlo. Es la respuesta de un Mesías que escucha y ve el arrepentimiento sincero de ese que, junto a él, sufre un tormento similar, aunque no tan cruento como el suyo.

Es la respuesta de un Dios que en Jesucristo se ha revelado como un Dios de amor, misericordia y de perdón. Es la respuesta de un Dios que presta atención al clamor de su pueblo (Éx 3,1ss), de un Dios que decide bajar a liberarlo de la esclavitud.

Es la respuesta de un Dios que se conduele del sufrimiento humano, de un Dios cercano, tan cercano que se le puede tocar, apretujar y acercarse a él sin temor a ser rechazado.

Es la respuesta de un Dios que conoce nuestras miserias, nuestros desvalimientos, nuestras fragilidades y que siempre nos llama al arrepentimiento, a la comunión fraterna y a la santidad. Hoy día continúa siendo una aspiración, del hombre y la mujer de hoy, llegar al paraíso. Desafortunadamente, muchos lo buscan por senderos equivocados. Por un lado, hay quienes suelen creer que ese

anhelado “paraíso” se encuentra en los bienes terrenales, en las alegrías o “gozaderas” pasajeras que se consiguen a través de estimulantes u otros sucedáneos. Por otro lado, están quienes ofertan maliciosamente un paraíso al ser humano, basado éste en falsedades y mentiras, en quimeras, en fantasías y en falsas ideologías.

El consumismo, el afán de poder y de poseer, cierran la visión hacia la vivencia de valores y a la trascendencia.

Para nosotros hoy, la escucha y aceptación de la respuesta dada por Jesús al ladrón arrepentido, constituye y es, un compromiso serio, sincero y honesto, a no quedarnos de brazos cruzados, sino a trabajar con ahínco para que otros, que desean ir al paraíso, puedan alcanzarlo. Puedan escuchar de labios del Maestro “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Es un llamado a nuestras conciencias en los distintos niveles: personal, eclesial, nacional.

Es un llamado personal que nos impulsa y nos reclama a dar una respuesta clara y precisa. Nos interpela de manera personal: ¿deseas entrar en el paraíso? ¿En qué o cuál paraíso? ¿Qué estás haciendo para conseguirlo?

Esto será posible, primero, en la medida que me deje transformar por la presencia del Señor en mi vida, que quien me vea a mí, no me vea a mí, sino a él, a Jesús, de tal forma que mi vida sea como dice san Pablo: “Un vivir en Cristo: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo que vive en mí”. Segundo, en la medida que desenmascare todas las falsedades que rodean al hombre y a la mujer de hoy, que lo bloquean y tienden a esclavizarlos.

En el nivel eclesial: ¿Qué paraíso le ofrecemos a nuestros fieles, a la sociedad y al mundo de hoy? ¿Qué promesas le damos en medio de su peregrinar? ¿Le ponemos a dormir en sus laureles o le hacemos caer en la cuenta de que juntos debemos trabajar nuestra propia salvación? Es procurar que todos los creyentes en Jesucristo tengamos un mismo sentir y un mismo pensar en el Señor. En definitiva, que procuremos esa unidad querida y deseada por Jesús para con sus discípulos.

Salgamos de nuestros encerramientos, superemos nuestras prevenciones, derribemos barreras. Salgamos, entonces, con entusiasmo a encontrarnos con otros hermanos; vayamos con humildad y gratitud a aprender de ellos y a recibir el don que Dios nos da en ellos. Animémonos a escuchar más a esos hermanos, a caminar con ellos, a discernir juntos, a compartir fraternidad y servicio. Démosle un abrazo al hermano que Dios pone en nuestro camino. Compartamos con otros hermanos este camino maravilloso de apreciarnos y recibirnos como “regalo de Dios”.

Con esta actitud se realizará un cambio grande en mí, en ti y en nosotros, porque es abrir espacio a mi hermano; superar la tentación del orgullo, la autosuficiencia, del encerramiento y del egoísmo; es, sentir necesidad de lo que Dios me da a través de los hermanos y abrirme con gratitud a recibirlo y a aprovecharlo; recibir a mi hermano y lo que él me comparte como “regalo de Dios”

Como Nación: ¿cuál es el paraíso a que anhelamos entrar, llegar, alcanzar? ¿Cuál es el paraíso que se nos propone como salida a nuestras crisis? No olvidemos que fácilmente podemos caer en aplicar la filosofía del descarte y del rechazo, que ha contribuido a situar, al margen del mercado laboral, a quienes trabajan en el sector informal (obreros, jóvenes recién salidos de universidades, etc.). Son los trabajadores más vulnerables, ya sean nacionales o no. Son ellos quienes realizan lo que se suele denominar el “trabajo de las tres dimensiones: peligroso, sucio y degradante”. En particular, muchos de estos trabajadores vulnerables, junto con sus familias, normalmente quedan excluidos del acceso a programas nacionales de promoción, prevención y atención, así como de los planes de protección financiera y de los servicios psicosociales.

Se hace urgente y necesario encontrar salidas dignas a situaciones irregulares y a las repercusiones personales que se esconden tras la negación de los derechos sociales. En ese sentido hay que proporcionar a la familia, ente focal de nuestra nación, de las oportunidades necesarias que le ofrezcan estabilidad y seguridad social. “Hoy estarás conmigo en el paraíso” es anhelo que muchos quieren escuchar, no nos hagamos sordos ni indiferentes a ese clamor, propiciemos los canales para que puedan escuchar esas divinas palabras del Redentor.

Mons. Faustino Burgos Brisman Obispo Auxiliar de Santo Domingo Vicario Episcopal Vicaria Oeste

TERCERA PALABRA DE JESÚS EN LA CRUZ: “Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre”

“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo amado, dice a su madre: – Mujer, ahí tiene a tu hijo. Después dice al discípulo: – Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa” (Jn. 19, 25-27).

Nos alegra grandemente tener una reflexión sobre esta tercera palabra de Jesús en la cruz. Sobre todo, en el contexto de este año jubilar altagraciano en ocasión de conmemorarse el centenario de la Coronación Canónica de la Virgen de la Altagracia como Protectora de la República Dominicana.

En el marco de este centenario quiero llamar a todos los cristianos y a todos los dominicanos a una contemplación de estas palabras de Jesús. Y propongo una contemplación en doble vía. Así lo propone Jesús:

Primera vía: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.

Desde la cruz Jesús dice a su Madre, mujer ahí tienes a tu hijo. Es Juan el menor de los discípulos de Jesús, que está con ella al pie de la cruz.

En esta primera vía hay un movimiento de la Madre hacia el hijo. El discípulo amado es entregado a María como hijo muy amado, quien deberá tener conciencia de la maternidad de María. Ella cuidará, protegerá y amará a su nuevo hijo como a su propio Hijo Jesús.

Todos nosotros los discípulos de Jesús, tenemos que reconocer esa maternidad de María y sentirnos amados y cuidados por ella como sus hijos. Podríamos decir que el mejor regalo de Jesús, nos lo hizo desde la cruz al entregarnos a su Madre como nuestra Madre.

La segunda vía: “Ahí tienes a tu madre”.

Aunque parece una idea repetida no es así. En esta segunda vía, se trata de un movimiento del hijo hacia la Madre. El discípulo está invitado a reconocer y a amar a María como su Madre. Y en este sentido, el hijo tiene ciertos deberes y obligaciones respecto a la Madre.

¿Cómo podemos expresar un amor filial a la Virgen María de la Altagracia?

En el Evangelio, Jesús nos dice: “Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa”.

Estamos seguros de que ella nos acoge como sus hijos, en su corazón. A ejemplo de Juan acojamos a María en nuestra casa, en nuestras familias y en nuestro corazón.

Me atrevo a recomendar cultivar una relación permanente y seria con María. No se trata sólo de una devoción. No se trata nada más de rezos, ritos y jaculatorias.

Acoger a María como Madre nos debe llevar a ser como ella, a imitarla en sus actitudes y acciones. Imitarla en su sensibilidad ante los problemas y las necesidades de los demás, como en Caná de Galilea. Imitarla en su aceptación y obediencia a la Palabra de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38).

¡Ave María Purísima!

+ MONS. FRANCISCO OZORIA ACOSTA Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo Primado de América

Cuarta Palabra: “¿DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”…

1.- Un grito desgarrador en boca de Jesucristo…

Leemos en los Evangelios: “Alrededor de la hora nona exclamó Jesús con fuerte voz: “Elí, Elí, lamá sabactaní?, esto es, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Cf. Mt 27, 39-47; Mc 15, 29-35).

Acabamos de escuchar, en boca de Jesús, unas palabras desconcertantes y dramáticas. ¿Cómo es posible que el Hijo de Dios dijera a su Padre: «¿Por qué me has abandonado?»… Antes, en Getsemaní, había exclamado: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26,39). Él vino a este mundo para hacer siempre, la voluntad de su Padre (Salmo 39)… Ahora, en los últimos y más decisivos momentos de su vida, se siente abandonado por Aquel a quien más amaba y por quien más se sintió amado.

Jesús, cuando expresa esta cuarta palabra, haciendo suyo el salmo 22, es ya pura pobreza, extremo abajamiento y anonadamiento; está totalmente desnudo y desvalido, sin nada y sin nadie. Ha perdido no sólo los bienes materiales y su dignidad, sino hasta la seguridad en su Padre y en los suyos. Desde la total menesterosidad y vulnerabilidad, grita su abandono y soledad.

El Amado pregunta a su Padre Amante: «¿por qué me has abandonado?»… La respuesta no puede ser otra: – “Hijo, porque te has querido hacer “pecado», has asumido todos los pecados de la humanidad”. Jesús padeció en Él mismo, lo que nos puede suceder si vivimos y morimos alejados de Dios por el pecado, en abandono y soledad radicales. Es la mayor noche del espíritu; la llamada “muerte teológica”. Ahí nace esta pregunta desgarradora, en forma de grito orante, bañada en lágrimas y en sangre. León Felipe, poeta de rupturas extremas, escribe que, a veces, “la blasfemia se convierte en oración”. Y un insigne exégeta nos recuerda que “el grito, en boca de los pobres y de los sufrientes, se convierte en oración escuchada” (Salmo 9, 13).

Jesús vivió la experiencia inmensa de la soledad y del abandono. Se ha escrito: “Lo prendieron, lo juzgaron en un doble tribunal: religioso y político; por último, lo clavaron en una cruz; nadie lo defendió; hasta los suyos lo abandonaron. Cayó sobre Él, el peso y el poder de la ley religiosa y civil. Murió como morían los vulgares esclavos y los malditos: fuera del pueblo santo, fuera de la ciudad, excomulgado como un rebelde y blasfemo al que ni Dios mismo parece auxiliar…

¡Qué pocas veces hemos meditado lo que significó realmente y hasta el fondo la muerte para Jesús! Sócrates, por ejemplo, murió como un sabio bebiendo la cicuta y animado y sereno en compañía de sus discípulos. Los mártires guerrilleros zelotas del tiempo de Jesús, crucificados por los romanos, morían conscientes de recibir el paraíso prometido de Yahvé. Los sabios estoicos griegos demostraban a sus tiranos que morían siendo superiores a ellos. Pero pocas veces caemos en la cuenta, porque puede parecer blasfemo o escandaloso, que Jesús murió de otra manera: su muerte no fue fácil ni bella. Los evangelistas, testigos de la misma, nos hablan de temblor y temor y de una tristeza mortal y angustiosa de ánimo. Por eso se comprende humanamente que, hasta sus mejores amigos, los discípulos, ante este aparente fracaso de su maestro, huyeran y lo abandonaran”.

Sí; Jesucristo “murió solo y abandonado”. Estuvo solo ante sus acusadores. Los suyos, excepto su Madre y Juan, lo abandonaron en su camino hacia el Calvario. La condena y la pasión de Jesús, en abandono y soledad, siguen siendo actuales en nuestros días; se denomina Cristofobia. Naciones, con larga historia y raíces genuinamente cristianas, reniegan de su propia identidad y renuncian a su herencia secular. A Jesucristo y al cristianismo, premeditada y lentamente, se los quiere condenar a la pena de muerte del olvido y de su desaparición social, cultural, legal y política. Con un peligro real: cuando desaparecen Jesucristo, y su Evangelio, desaparece la más profunda y cimentada dignidad humana. Cuando Dios muere, el hombre muere. Entonces reaparece inevitablemente, una y otra vez, la misma pregunta en los más sufrientes: “Señor, Señor, ¿por qué nos has abandonado?”. Y nos encontramos como el loco del relato Nietzsche, con una lámpara encendida en pleno día, buscando qué nos queda ya, cuando hemos sido nosotros quienes hemos abandonado y matado a Dios y, con ello, el sentido más profundo y real de nuestras existencias…

2.- Un grito profundamente teológico…

Jesús grita: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”…

Grita porque, como hombre, ya no puede más. Grita porque tiene necesidad del Padre. Grita como gritan los hombres y las mujeres en las situaciones límites de la vida. Grita para que ya nadie tenga que gritar como Él gritó. Grita para buscar el sentido y la esperanza al sin-sentido de tanto dolor y sufrimiento, aún en pleno siglo XXI. Es el grito que supo descifrar un poeta dominicano:

Qué terrible soledad e inmenso abandono

el sentir que el dolor es mío; tan sólo mío.

¿Acaso debo llorar?… ¿Y de qué me sirve el llanto?…

Lo que necesito es un manto cosido con amor; porque entonces, ya no será sólo mío el dolor

sino también suyo; ¡dolor de dos!

En verdad sólo puede compartir el dolor

quien ha compartido, antes, el amor.

Jesús, con su grito estremecedor ha asumido todo grito y desesperanzas humanos. Y ha hecho suyos nuestros abandonos y nuestros dramas personales y colectivos. El grito de Jesús no es sólo estética o inevitable desahogo; es pura y profunda teología, que sólo logramos comprender cuando lo unimos al artículo del credo, “Descendió a los infiernos”.

Si no hubiera existido un Dios sufriente en nuestra historia, universal y personal, el mal recaería tan solo sobre nosotros y nos aplastaría. Por el contrario, porque existe un Dios Emmanuel, que siempre “está con nosotros”, hasta el mal del abandono y de la soledad han sido vencidos. También en el momento de la muerte.

3.- Un grito siempre actual en la historia…

Como en otras palabras de Jesús en la cruz, en esta cuarta, se nos pide saber contemplar el grito de dolor encarnado en la actualidad de tantos hermanos y hermanas nuestros abandonados, que ni siquiera se atreven a expresarse o a gritar como Jesús; hacen realidad que “los sufrimientos y los silencios inconfesables y más hondos, son nuestros personales infiernos”.

Con humildad y respeto confieso que he palpado muchas soledades y abandonos de hermanos y hermanas dominicanos de hoy, en esta bendita y bendecida tierra: los niños haitianos y dominicanos en barrios como Café, de Herrera; los niños y niñas de la calle; los niños y niñas especiales no suficientemente atendidos, ni tampoco a sus madres: niños ciegos, sordos, o con enfermedades poco comunes; el hacinamiento de presidiarios en nuestras cárceles; los cientos de hermanos sin-techo, abandonados a su suerte, en nuestras calles; enfermos que no tienen acceso digno a los centros de salud; los fallecidos en total soledad por la epidemia del Covid; quienes están en los semáforos, o con sus pequeños carritos callejeros, vendiendo para sobrevivir; los migrantes sin papeles ni documentación; tantas adolescentes embarazadas y repudiadas; los adictos a las bancas y casinos, y quienes lo son a los más variados tipos de toxicomanías; los obligados a ser, y quienes se ofrecen como mercancía sexual en cabañas, en el malecón o en las esquinas de los barrios; las viudas y los adultos mayores, enfermos crónicos, crucificados en su soledad; los arruinados económicamente y los desocupados de larga duración; los depresivos y enfermos psíquicos sin recursos; las mujeres maltratadas por la violencia machista; los castigados por leyes y sentencias injustas; los que sufren el peso y las consecuencias de la corrupción; los acosados por las redes, en sus más crueles y cobardes formas; los fracasados en sus relaciones familiares, y quienes han perdido hasta el sentido de su vida…

En todos ellos, y en otros muchos, Jesús sigue gritando hoy al Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». La pasión, la soledad y el abandono de Jesús continúan siendo actuales, aquí y ahora. Lo dijo el filósofo Blas Pascal, parafraseando al Apóstol Pablo: “A pesar de ser resucitado, Tú, Jesús, estarás en agonía hasta el final de los tiempos”. ¡Con qué realismo y acierto lo expresó también la madre Teresa de Calcuta!:

Tú exclamas por boca de los desesperados: “¡Pase de mí este cáliz!”.

Tú preguntas con los torturados: “¿Por qué me haces daño?”.

Tú sigues siendo condenado injustamente en los inocentes.

Tú eres coronado de espinas en campos de refugiados.

Tú eres azotado en el dolor de clínicas y hospitales.

Tú repites la vía del dolor en emigrantes y exiliados.

Tú sigues abandonado en miles de desesperados.

Sigue siendo verdad que estarás en agonía hasta el fin de

los siglos…

En Ti, Jesucristo abandonado, escuchamos una y otra vez:

Si nadie te ama, mi alegría es amarte.

Si lloras, estoy deseando consolarte.

Si eres débil, te daré mi fuerza y mi energía.

Si nadie te necesita, yo te busco.

Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti.

5 Si estás vacío, mi llenura te colmará.

Si tienes miedo, te llevo sobre mis espaldas.

Si quieres caminar, iré contigo. Si me llamas, vendré siempre.

Si te pierdes, no dormiré hasta encontrarte. Si estás cansado, soy tu descanso.

Si pecas, soy tu perdón.

Si me pides, soy don para ti.

Si me necesitas, te digo: “Estoy aquí, dentro de ti”.

Si te resistes, no quiero que hagas nada por la fuerza.

Si estás a oscuras, soy lámpara para tus pasos. Si tienes hambre, soy pan de vida para ti.

Si eres infiel, yo soy fiel.

Si quieres conversar, yo te escucho siempre.

Si me miras, verás la verdad de tu corazón.

Si estás en prisión, te voy a liberar.

Si te quiebras, te curo todas las fracturas.

Si estás excluido, yo soy tu aliado.

Si todos te olvidan, mis entrañas se estremecen recordándote.

¡Si no tienes a nadie, me tienes a mí!

En Ti, Jesucristo abandonado, escuchamos una y otra vez:

Si nadie te ama, mi alegría es amarte.

Si lloras, estoy deseando consolarte.

Si eres débil, te daré mi fuerza y mi energía.

Si nadie te necesita, yo te busco.

Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti.

5 Si estás vacío, mi llenura te colmará.

Si tienes miedo, te llevo sobre mis espaldas.

Si quieres caminar, iré contigo. Si me llamas, vendré siempre.

Si te pierdes, no dormiré hasta encontrarte. Si estás cansado, soy tu descanso.

Si pecas, soy tu perdón.

Si me pides, soy don para ti.

Si me necesitas, te digo: “Estoy aquí, dentro de ti”.

Si te resistes, no quiero que hagas nada por la fuerza.

Si estás a oscuras, soy lámpara para tus pasos. Si tienes hambre, soy pan de vida para ti.

Si eres infiel, yo soy fiel.

Si quieres conversar, yo te escucho siempre.

Si me miras, verás la verdad de tu corazón.

Si estás en prisión, te voy a liberar.

Si te quiebras, te curo todas las fracturas.

Si estás excluido, yo soy tu aliado.

Si todos te olvidan, mis entrañas se estremecen recordándote.

¡Si no tienes a nadie, me tienes a mí!

Al final, siempre nos queda una certeza: aunque nosotros te abandonemos, Señor, Tú nunca nos abandonas. ¡Aunque fuiste abandonado, Tú no nos dejarás solos jamás!… Como escribe el Apóstol Pablo: “¿Qué o quién podrá separarnos del amor de Dios?”… “¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, el peligro, la espada?” (Rm 8, 35-36)… Tu Amor, Jesucristo, hacia cada uno de nosotros es más fuerte que la misma muerte. En Ti, contigo y por Ti, nunca estaremos solos ni abandonados. Es nuestro mayor secreto para vivir con autenticidad y esperanza y poder regalar vida a quien la necesite.

4.- Un abandono esperanzador y fecundo…

Debo concluir: “¿Qué se nos pide en esta cuarta palabra?”… “¿Cuál es su sentido más original y fecundo?”… -Además de contemplar al crucificado-abandonado y de estar al lado de los nuevos crucificadosabandonados de hoy, debemos reforzar una actitud positiva y de entrega: la expresada y vivida por Carlos de Foucauld, a quien se canonizará en el próximo mes de mayo. Pidamos al Espíritu Santo, hacer nuestra la Oración del abandono, porque entonces todo abandono encontrará su sentido más hondo, pleno y fecundo:

Padre mío, me abandono a Ti.

Haz de mí lo que quieras.

Lo que hagas de mí, te lo agradezco.

Estoy dispuesto a todo y lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumple en mí y en todas tus criaturas.

No deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en tus manos.

Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón.

Porque te amo y porque, para mí, amarte es darme y abandonarme en tus manos sin medida, con infinita confianza.

Porque Tú eres mi Padre. Amén.

Quien experimenta este abandono positivo, como hijo de Dios y hermano y discípulo de Jesucristo, a la pregunta “Padre, ¿Por qué me has abandonado?”, la respuesta no puede ser otra: “Hijo querido, para que, radicalmente libre de todo, aprendas a abandonarte en mí”. Si así lo hacemos, no sólo no perderemos nada, sino que ganaremos todo; nuestra vida será auténticamente el arte de vivir abandonados constantemente en Dios, para que Él pueda vivir incesantemente en nosotros.

Santo Domingo, Viernes Santo del año 2022

+ Cecilio Raúl Berzosa Martínez, Obispo misionero

Catedral Primada de América Viernes Santo 2022 Tengo Sed

La quinta palabra es: «después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la escritura se cumpliera: Tengo sed» Juan 19.28

La quinta palabra no puede ilustrar mejor la humanidad de Jesucristo. El crucificado no es un fantasma que aparenta sufrir en la cruz. Jesús no es una aparición que cumple una formalidad en el plan divino.

Jesús de Nazaret es un ser humano verdadero. Su dolor fue tan real como el nuestro; su sufrimiento tan duro como el de cualquier otra persona. Jesús tiene sed. Tiene sed para que se cumplan las profecías: «Y mi lengua se pegó a mi paladar» (Sal 22.15); «Y en mi sed me dieron a beber vinagre» (Sal 69.21).

Su sed es real. Es la sed de un torturado que se levanta en el árbol de la cruz en representación de todo el género humano.

Ahora bien, escondido en este episodio hay un pasaje que considero pertinente para nuestro contexto. El Evangelio de Marcos afirma que el vinagre que le ofrecen a Jesús en la cruz es vino mezclado con mirra (15.23). En el mundo antiguo, esta mezcla se hacía con el propósito de endrogar al penitente. Se le daba el brebaje para que la pena del crucificado no fuera tan amarga. Al parecer, se entendía que el vino podía ayudar al crucificado a olvidar su dolor.

¿No les parece conocido este cuadro? Nuestro país vive momentos amargos que muchas personas desean escapar de la realidad. Por eso tantas personas abusan del alcohol, de las drogas ilegales y de los medicamentos recetados. Están buscando medicina que cure el alma; y la están buscando en los lugares equivocados. Por eso tantas personas buscan en la música estruendosa, en el baile y en el “vacilón”, la felicidad que no encuentran en sus vidas diarias. Lo que es más, hay personas que buscan en la iglesia un escape para sus problemas.

Estas quieren una adoración que les ayude a desconectarse del mundo; no una que les ayude a confrontar las situaciones difíciles en el nombre del Señor.

Jesús tenía-y sigue teniendo- sed de amor y de respuesta. Es propio del corazón humano la sed de amor. No somos felices mientras alguien no nos ame. en profundidad A Jesús le sucede lo mismo: quiere nuestro amor, nuestro “sí”. No porque El lo necesite, sino porque nos quiere regalar el gran don divino: participar del mismo amor del Dios Trino.

Jesús tiene sed de que recobremos nuestra verdadera libertad y dignidad, porque, con palabras de San Ireneo, “La gloria de Dios es que el hombre viva”

Al amor gratuito de Cristo respondemos con desprecios. Preferimos amar más el dinero, el poder, el placer, la fama, la comodidad. Vivir de las apariencias, del apego feroz de lo material, a veces teniendo como su Dios el tener, creyendo que con esto saciaremos nuestra sed profunda. Y sin embargo la sed se hace mayor. Cristo se quejaba a Santa Margarita María de Alacoque: «Mira este corazón que tanto ha amado a los hombres y en respuesta sólo recibe ultrajes y desprecios».

Hemos abandonado las fuentes de la verdadera vida para ir a beber a aljibes que no tienen agua o es sólo agua estancada. Cristo tiene sed De nuestra conversión sincera, de testimonio nuestro que deje huellas de amor y de perdón. Somos nosotros los que tenemos sed de Dios y del amor verdadero. Y es Cristo quien nos da de beber. Sólo Él nos sacia. Lo dijo el Concilio Vaticano II, y nos lo ha recordado muchas veces el Papa San Juan Pablo II: “Sólo en Jesucristo la persona humana encuentra su plenitud y su sentido definitivo”. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta. El que va a Jesús nunca jamás sentirá más sed.

“Dame Señor sed del amor más puro,

del agua del Espíritu y de tu gracia,

del manantial y la fuente que no se agotan;

concédeme, Señor, beber de la roca de tu costado

y saber señalar a los hombres dónde está el agua verdadero”.

El Crucificado nos enseña el verdadero camino a seguir. Jesús no escapó de las situaciones difíciles, al contrario, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc. 9.51b). Aun sabiendo que en Jerusalén podría encontrar la muerte; aun sabiendo que en Sión le esperaban sus enemigos, Jesús va a la Ciudad Santa a enfrentar su futuro.

En el momento difícil de Getsemaní enfrenta la copa amarga y enfrenta la turba que viene a arrestarle. Y enfrenta estas situaciones con valentía, sin la violencia de Pedro y sin la cobardía de los discípulos que huyeron.

Después va a la cruz. Y aún allí, en el agudo dolor del madero, se niega a escapar. Se niega a tomar el vino drogado. Se niega a dejarse vencer por la cobardía. Jesús sabe que la única manera de vencer los problemas es dándoles el frente.

Debemos recordar lo escrito en Hb 5,9: “Cristo, sufriendo, aprendió a obedecer y, así consumado, se convirtió en causa de salvación”. Este es nuestro camino: crecer como hijos en un doble movimiento: contemplación y acción, abandono y espera activa, mirada al Hijo crucificado y lucha por liberar a todos los crucificados de todo mal y sufrimiento. Sólo el Espíritu, Amor del Padre y del Hijo, puede hacer posible la liberación y redención definitivas y totales, la nueva creación, la nueva y definitiva Jerusalén .

!Qué bien y con qué sinceridad lo expresan estas palabras en forma de oración, de una enferma de nuestros días!:

“Señor,hoy en mi enfermedad y sufrimiento no te grito “¿por qué me has abandonado? ¿por qué me mandas esto? ¿Qué pecado cometí? ¿Por qué no lo remedias?”, sino más bien me fío y te digo: “Señor, sé que esto te duele como a mí me duele o más que a mí; sé que tú me acompañas y me apoyas aunque muchas veces no te sienta o no te comprenda”… Señor, hoy no te grito, sino que te doy gracias”.

“Señor hoy no te grito, sino que doy gracias”

Monseñor Dr. Ramón Benito Ángeles Fernández Obispo Auxiliar de Santo Domingo Vicario Episcopal Territorial Santo Domingo Este Rector Universidad Católica Santo Domingo

Sexta Palabra:

“Todo está cumplido” (Juan 19, 30)

Esta sexta palabra dicha por Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz es mencionada por el apóstol San Juan como ligada de alguna manera a la quinta palabra. Pues tan pronto como Nuestro Señor había dicho “Tengo sed”, y había probado el vinagre que le habían ofrecido, a seguir San Juan añade: “Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido»” [Juan 19, 30].

Pero como ni Nuestro Señor Jesucristo, ni San Juan, han explicado qué fue lo cumplido. Dejémonos guiar por uno de los escritores sagrados que con una de sus obras impulsó y propagó la costumbre de predicar este tradicional «sermón de las siete palabras»; me refiero a San Roberto Belarmino (1542-1621), jesuita y Doctor de la Iglesia, y a su tratado titulado: “Sobre las siete palabras pronunciadas por Cristo en la cruz” (“De septem Verbis a Christo in cruce prolatis”).

Lo primero que él nos enseña sobre esta sexta palabra es que:

En verdad nada puede ser añadido a estas sencillas palabras: “Todo está cumplido”,

excepto que la obra de la Pasión estaba ahora perfeccionada y completada.

Ya que Dios Padre había impuesto dos tareas a su Hijo: la primera, predicar el Evangelio, la otra sufrir por la humanidad.

En cuanto a la primera ya había dicho Cristo: “Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar” [Jn 17, 4]. Nuestro Señor dijo estas palabras luego de que había concluido el largo discurso de despedida a sus discípulos en la Última Cena. Ahí había cumplido esta primera obra que su Padre Celestial le había impuesto.

La segunda tarea, beber la amarga copa de su cáliz, faltaba aún. Había aludido a esto cuando preguntó a los dos hijos de Zebedeo: “¿Pueden beber la copa que yo voy a beber?” [Mt 20,22]; y también: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz” [Lc 22,42]; y en otro lugar: “El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?” [Jn 18,11]. Sobre esta segunda tarea, Cristo al momento de su muerte podía entonces exclamar:

“Todo está cumplido, pues he bebido el cáliz del sufrimiento hasta lo último, nada nuevo me espera ahora sino morir”.

E inclinado la cabeza, expiró [Jn 19,30].

(San Roberto Belarmino, Sobre las siete palabras…, Capítulo XII).

Pero San Roberto Belarmino no se queda ahí, sino que, apoyándose en otros escritores sagrados, afirma que hay cinco posibles interpretaciones de esta “sexta palabra” y, al mismo tiempo, igual número de FRUTOS que podemos cosechar de ellas. Un resumen de sus afirmaciones sería: LA

PRIMERA EXPLICACIÓN:

Para San Agustín la palabra “Todo está cumplido” hace referencia al cumplimiento de todas las profecías que hacían referencia al Mesías. Por tanto, podemos concluir que Nuestro Señor quería manifestar que todo lo que había sido predicho por los profetas en relación a su Vida y Muerte había sido hecho y cumplido.

De esta primera explicación el mismo San Agustín también saca como fruto una lección muy útil: Puesto que estamos seguros de que las profecías relacionadas a Nuestro Señor fueron verdaderas, así nosotros deberíamos tener la misma certeza de que otras cosas que los mismos Profetas han profetizado y que aún no han sucedido son igualmente ciertas. Y entre las promesas que esperamos que se cumplan, San Agustín resaltaba una: “Tengamos un temor reverente en el Día del Juicio, pues el Señor vendrá. Él, que vino como un humilde bebé, vendrá de nuevo como un Dios poderoso”.

Sobre esto San Roberto Belarmino nos recuerda también: “…el día de la muerte ciertamente no está muy lejano: aunque su hora es incierta, lo que sí es cierto es que en el juicio particular cada uno deberá rendir cuenta sobre cada palabra vana, por las palabras pecaminosas y las blasfemias, por las acciones de los robos, adulterios, fraudes, asesinatos, injusticias, y otros pecados mortales.

Por lo tanto, el cumplimiento de algunas profecías nos hará aún más culpables si es que no creemos que las otras profecías se cumplirán. Y no es suficiente solamente decir que creemos en Cristo, a menos que nuestra fe eficazmente mueva nuestra voluntad a hacer o evitar aquello que nuestro entendimiento nos enseña que debe ser hecho o evitado. Esa es la verdadera conversión que agrada a Dios. Para que no suceda en nosotros como dice el Apóstol: “Profesan conocer a Dios, más con sus obras le niegan” [Tit 1,16]. Quisiera que no hubiera tantos cristianos que profesan creer en los juicios de Dios y en otras cosas, pero con su conducta contradicen sus palabras.

SEGUNDA EXPLICACIÓN:

Para San Juan Crisóstomo la palabra “Todo está cumplido” manifiesta que la peregrinación del Hijo de Dios entre los hombres llegó a su fin. Y junto con su peregrinaje, aquella condición de su vida mortal fue terminada, aquella por la que sentía hambre y sed, dormía y se fatigaba, fue sujeto de afrentas y flagelos, heridas y a la muerte. Y así cuando Cristo en la Cruz exclamó “Todo está cumplido, e inclinando la cabeza, expiró”, concluyó el camino del que había dicho: “Salí del Padre y vine al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre” [Jn 16,28].

El SEGUNDO FRUTO que ha de ser cosechado de esta segunda consideración es que, aunque la vida mortal de Cristo fue sumamente dura, pero su misma dureza fue compensada por su fruto, su gloria, y su honor. Nuestro Señor durante treinta y tres años trabajó con hambre y sed, en medio de muchas penalidades, de insultos innumerables, de golpes, heridas, de la muerte misma. Pero ahora bebe de la fuente de la alegría, y su alegría será eterna. Desde su miseria, todos los siervos de la Cruz pueden aprender cuán bueno y fructuoso es ser humildes, dóciles, pacientes, cargar su Cruz en esta vida, seguir a Cristo como su guía, y de ninguna manera envidiar a aquellos que parecen estar alegres en este mundo.

Muchas veces ponemos a Cristo como ejemplo de vida espiritual, pero en su vida mortal él también nos ha dado un ejemplo. Muchos aspiran a una vida alegre, feliz, exitosa; pero basan su proyecto de vida en el mínimo esfuerzo; no les gusta superarse a través del estudio, les basta tratar de hacerse famosos a través de la redes sociales; o peor aún, buscar el dinero rápido de la droga o el robo; a otros les cuesta permanecer en un empleo porque no les gusta obedecer a otro, muchas veces por pura soberbia; sólo buscan “pareja”, no quieren un “cónyuge” con quien compartir toda una vida, porque la vida matrimonial y familiar “hasta que la muerte los separe”, les resulta algo imposible; en resumen, no quieren sufrir, quieren alcanzar el “éxito” pero sin esforzarse. Cristo nos muestra con su vida que el camino de una vida plena requiere dedicación, entrega, constancia; estar dispuesto a dar la vida por el otro; lo que la Iglesia llama: un amor ágape, un amor de donación. Es como nos dice el Salmo 126: “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. Al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas” (es decir, los frutos). O como decía el mismo Jesús: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” [Jn 15,13].

 TERCERA EXPLICACIÓN:

Con su pasión y muerte, Jesús concluyó el mayor de todos los sacrificios. Ya que en comparación al real y verdadero Sacrificio hecho por Jesús, todos los sacrificios de la Antigua Ley son tenidos como meras sombras y figuras. En el sacrificio de Cristo: la víctima fue el cordero de Dios, todo inocente e inmaculado, de quien Isaías dice: “Como oveja será llevado al matadero, como cordero, delante del que lo trasquila, enmudecerá y no abrirá su boca” [Is 53,7], y de quien el Bautista había dicho: “He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo” [Jn 1,29]. Finalmente, el fruto de este Sacrificio fue la expiación de los pecados para todos los hijos de Adán, o en otras palabras, la reconciliación del mundo entero con Dios.

Y el TERCER FRUTO  a ser recogido es que todos los cristianos debemos aprender a ser sacerdotes espirituales, “para ofrecer a Dios sacrificios espirituales” [1 Pe 2,5], como nos dice San Pedro, o como advierte San Pablo, “los exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcan sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios; tal será su culto espiritual” [Rom 12,1]. El Apóstol por tanto nos exhorta a la imitación de Cristo.

San Roberto Belarmino nos dice sobre ese sacrificio espiritual que debemos ofrecer: no es suficiente para la víctima estar viva, debe ser también santa. Pues ¿cómo pueden realizar sus acciones por la gloria de Dios y hacerlas ascender como incienso de sacrificio ante Él, si raramente o nunca piensan en Dios, ni lo buscan, y no están por medio de la meditación ardiendo con su Amor? Consecuentemente, deben imitar la simplicidad y la mansedumbre del cordero, que no conoce venganza, la laboriosidad y la seriedad del buey, que no busca reposo, ni corre vanamente de aquí para allá, sino soporta su carga y arrastra su arado y trabaja asiduamente en el cultivo de la tierra. Aquellos que no siguen el ejemplo de los bueyes y corderos y cabras en su trabajo continuo y útil por su Señor, sino que desean y buscan su propia comodidad temporal, no pueden ofrecer a Dios una víctima santa. Se parecen más a bestias feroces y carnívoras, como lobos, perros, osos, y cuervos, que hacen de su estómago un dios, y siguen las huellas del “león rugiente” que “ronda buscando a quién devorar” [1 Pe 5,8].

CUARTA EXPLICACIÓN:

Por la muerte de Cristo la gran lucha entre Él mismo y el príncipe del mundo, es decir Satanás, llegó a su fin. Al aludir a esta lucha, el Señor hizo uso de estas palabras: “El juicio del mundo comienza ahora; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” [Jn 12, 31-32].

San Roberto Belarmino nos aclara: Satanás disputó con Cristo la posesión del mundo, el dominio sobre la humanidad. Esta fue la disputa decidida en la Cruz, y el juicio fue pronunciado en favor del Señor Jesús, porque en la cruz expió plenamente los pecados del primer hombre y de todos sus hijos. Así Dios, por los méritos de su Hijo, fue reconciliado con la humanidad, y “nos trasladó al reino de su Hijo muy amado” [Col 1,13].

Cristo salió victorioso de la contienda, y nos otorga dos indecibles favores a la raza humana: 1) Primero el abrir a los justos las puertas del cielo; 2) y segundo, la institución de los Sacramentos, que tienen el poder de perdonar los pecados y conferir la gracia. De modo que “Aquel que cree, y sea bautizado, será salvado” [Mc 16,16].

Pero nos dice también San Roberto: Pero si es verdad, como muy ciertamente lo es, que Dios por los méritos de Cristo nos ha librado de la servidumbre del diablo, y nos ha colocado en el reino de su amado Hijo, preguntémonos: por qué tanta gente prefiere la esclavitud del enemigo de la humanidad, en vez del servicio a Cristo. La única razón que hallo es que el servicio a Cristo empieza con la Cruz. Y es necesario crucificar la carne con sus vicios y concupiscencias. Este trago amargo, este cáliz de hiel, naturalmente produce nausea en el hombre frágil, y es muchas veces la única razón por la cual él preferiría ser esclavo de sus pasiones que ser Señor de ellas por tal remedio.

Sin embargo, no hay vicio que con la asistencia de Dios no pueda ser superado, y no hay razón para temer que Dios se rehusará a ayudarnos. Por eso San León Magno dice: “Dios Todopoderoso insiste con justicia que guardemos sus mandamientos pues él nos previene con su gracia”. Miserables y locas y necias son, pues, aquellas almas que prefieren llevar cinco yugos de bueyes bajo el mando de Satanás, y con trabajo y pena ser esclavos de sus sentidos, y finalmente ser torturados para siempre con su líder, el diablo, en las llamas del infierno, que someterse al yugo de Cristo, que es dulce y ligero, y hallar descanso para sus almas en esta vida, y en la próxima vida una corona eterna con su Rey en interminable gloria.

Y así nuestro victorioso Señor ha abierto el camino a todos para adquirir la gloriosa libertad de los hijos de Dios, y si hay algunos que no quieren entrar en este camino, mueren por su propia culpa, y no por la falta de poder o la falta de querer de su Redentor.

QUINTA EXPLICACIÓN:

La palabra “Todo está cumplido” puede, finalmente, también ser con justicia aplicada a la conclusión del edificio, esto es, la Iglesia. Ya que los Padres de la Iglesia enseñan que la fundación de la Iglesia fue hecha cuando Cristo fue bautizado, y el edificio completado cuando murió.

Y así el QUINTO FRUTO que puede ser recogido de esta palabra es que podemos aplicarla a la edificación de la Iglesia que fue perfeccionada en la Cruz. Y este misterio debería enseñarnos a amar la Cruz, honrar la Cruz, y estar estrechamente unidos a la Cruz. Así la Santa Iglesia Católica Romana, consciente del lugar de su nacimiento, tiene a la Cruz plantada en todo lugar, y en todo lugar exhibida. Y nosotros, los hijos de la Iglesia, manifestamos nuestro amor a la Cruz cuando pacientemente sobrellevamos las adversidades por amor a nuestro Dios crucificado. Esto es gloriarse en la Cruz. Esto es hacer lo que dijo San Pablo: “Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” [Rom 5, 3-5].

Y nuevamente en su Carta a los Gálatas: “Dios me libre de gloriarme si no es en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado, y yo un crucificado para el mundo” [Gal 6,14]. Esto es ciertamente el triunfo de la Cruz, cuando el mundo con sus pompas y placeres está muerto para el alma cristiana que ama a Cristo crucificado, y el alma está muerta para el mundo al amar las tribulaciones y el desprecio que el mundo odia, y odiando los placeres de la carne, y el aplauso vacío de hombres a los que ama el mundo. De esta manera sea perfeccionado y consumado el siervo de Dios, para que también pueda decirse de él: “Está concluido” (“Consummatus est”).

Rvdo. P. Jorge Rodríguez

Séptima Palabra: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu»

«Era ya eso de medio día, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente dijo: ´Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu´. Y dicho esto expiró:» (Lc 23, 46) «Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre era el Hijo de Dios. “Y todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho.»

El momento es desgarrador. Entre tanta oscuridad y desastre, Jesús necesitaba poner su vida en las manos amorosas y cálidas de su Padre que no saben de otra cosa que amar y acariciar.

La primera palabra de Nuestro Señor que registran las Escrituras fue pronunciada cuando este tenía doce años: “¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?” (Lc 2:49) Durante su vida pública, reafirmó su fidelidad al Padre: “El que me ha enviado está conmigo y no me deja nunca solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él”. (Jn 8:29).

Jesús es fiel a la voluntad de su Padre:

Jesús había gastado toda su vida haciendo la voluntad de su Padre. Ahora en la cruz, cuando sale al encuentro de la muerte y libremente entrega su vida, sus últimas palabras son: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23:46). A pesar de la incredulidad y la falta de aceptación de sus discípulos, Jesús se mantuvo siempre coherente y consecuente con esta voluntad.

Ahora con la satisfacción del deber cumplido, pone su vida en las manos de su Padre y descansa en ellas. Había estado 33 años cumpliendo la misión que le habían encomendado y ahora volvía al Padre. Fue un suspiro hondo, profundo, lleno de ternura por la cercanía del encuentro.

Me impresionó en gran manera la primera vez que vi el cuadro del Hijo pródigo del pintor holandés Rembrandt. Nos presenta un Padre lleno de luz con las manos puestas sobre los hombros del hijo. La una varonil, una mano recia, ruda y la otra una mano femenina, delicada, como expresión de la ternura y de la misericordia al hijo. Pienso que la parábola está mal llamada. En lugar de “Parábola del Hijo pródigo debería llamarse “Parábola del Padre misericordioso”. Porque el sujeto de la parábola no es el hijo pródigo sino el Padre misericordioso. De la misma manera que fue misericordioso con el hijo pequeño también lo fue con el mayor.

“Todo lo que es mío es tuyo también”. Todos tenemos la experiencia de que Dios con cada uno de nosotros es amoroso y de manera más especial con los desorientados, con los oprimidos, abatidos e ingratos… El hace llover sobre buenos y malos, y sale el sol para todos. Él sabe amar y perdonar, El corre detrás de la oveja descarriada, espera siempre ansioso la vuelta del hijo y encuentra gran alegría al encontrar al que se la había perdido. Dios Padre se alegra más con la conversión de un pecador que con 99 justos que no tienen necesidad de convertirse.

El Dios de Jesús es un Dios Padre que ama y perdona, que es paciente y quiere la salvación de todos. El que no oprime, sino que libera, que no condena, sino que salva, que no castiga sino perdona, el que ama la vida es el Dios de Vivos, de la esperanza y del futuro.

Relación paterno-filial de Jesús con el Padre.

Jesús se dirige al “Padre”: con la seguridad de un niño. Cuando tenía sólo 12 años, Jesús dice a sus padres, José y María que lo habían estado buscando durante tres días: “¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49). No cabe la menor duda de que esta afirmación de Jesús nos indica que, no se perdió él, quien se perdió fueron sus padres. Si, sus padres se perdieron y no nos puede extrañar. Muchas veces he visto a papas y mamas perdidos, profesores perdidos, sacerdotes perdidos, yo mismo en alguna ocasión me he perdido. No es un drama perderse, sí lo es permanecer perdido. Lo correcto será reconocerlo y volver al lugar en donde estuvimos la última vez. José y María para no perder tiempo, desandaron el camino hasta el lugar en donde habían estado los tres últimamente juntos.

Esto me hace pensar que en la vida no solamente hay gente que se pierde, sino que permanecen perdidos, nunca están donde deben de estar, sobre todo algunos servidores públicos. Hacer una diligencia, por insignificante que sea, supone una enorme pérdida de tiempo y energía: “Aquí no es… vaya usted a tal oficina… el director no está… venga usted más tarde… se cayó el sistema… vuelva usted mañana etc.…” Que grave es no saber estar donde a uno le corresponde.

La oración también constituía la preparación para decisiones importantes y para momentos de gran relevancia de cara a la misión mesiánica de Jesús. Así, en el momento de comenzar su ministerio público, se retira al desierto a ayunar y rezar (cf. Mt 4, 1-11); y también, antes de la elección de los Apóstoles, “Jesús salió hacia la montaña para orar, y pasó la noche orando a su Padre. Cuando se hizo de día, llamó a sí a los discípulos y
escogió a doce de ellos, a quienes dio el nombre d
Rvdo. P. Domingo Legua Rudilla



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