Aunque el paso de los días ha apaciguado el vendaval mediático, el país debe enfrentarse todavía a un momento delicado de su relación con Estados Unidos.
Casi dos semanas después del comunicado que abrió una grieta entre ambas naciones, la calma no es señal de que las tensiones han disminuido, sino de que se trabaja en lograr ese objetivo.
Para ello, el Gobierno dominicano, como ha hecho en la última década, ha abierto canales de conversación con los Estados Unidos y, además, ha acudido a los políticos estadounidenses con quienes mantiene buenas relaciones. Entre ellos, Adriano Espaillat, de origen dominicano, miembro de la Cámara de Representantes.
Esto es lo normal, lo que debe esperarse y, además, lo inteligente. Aunque los conflictos internacionales tienen una dimensión para el consumo local, su lógica fundamental es otra: la de la diplomacia.
El Gobierno lo sabe tanto por las experiencias de sus predecesores como por las propias. Es por esto que los principales partidos de la oposición han defendido, cada cual con sus matices, la vía diplomática como única salida razonable.
Esto contrasta con el radicalismo con que algunos, desde la comodidad de estar libres de responsabilidades políticas y sociales, atizan desde las redes la agudización del conflicto promoviendo un discurso incendiario. Quienes hacen esto no atienden a los intereses del país, sino a los propios.
La explicación es sencilla: lo que conviene a la República Dominicana es llegar a un acuerdo razonable, que garantice sus intereses, y cerrar capítulo. Para esto es necesario un gran consenso nacional y de que las partes conversen en un ambiente de cordialidad.
El maniqueísmo dificulta ambas cosas porque entorpece el diálogo y descarta cualquier posibilidad que no sea extrema. Puede que sus promotores ganen algo, pero el país pierde.
Así las cosas, el mejor camino es mantener la vista en el punto al que queremos llegar e ignorar los cantos de sirena.