Inicio este conversatorio diciendo «Dios abre mis ojos» y con ello indefectiblemente tengo que agregar el que aumente mi fe. Cuando la tristeza me embarga al ver todo el acontecer en mi país y alrededor del mundo, la falta de seguridad en cualquier parte, como mueren los inocentes en las guerras, muchas de ellas por intereses banales, la apostasía en las iglesias, basando su prédica en asuntos materiales (prosperidad, bienestar), dejando el modelo que es Cristo detrás y por otro lado esta generación que le da la espalda a Dios y a sus preceptos, en diversas ocasiones me quita la paz y el gozo, y es que para tener paz en este tiempo y alcanzar la felicidad que Dios desea entregarnos, tenemos que fortalecer nuestra fe.
Es importante no dejar que las circunstancias que nos rodean nos separen o creen una barrera entre nosotros y Dios: ni las enfermedades, ni las carencias, pero mucho menos el bienestar y el sentirnos en lugares de preeminencia, pues sin él la vida no tiene sentido.
Estoy convencida de que esta perfección que somos nosotros, hechos a la imagen y semejanza de Dios, no puede terminar en solamente polvo, pues ese no fue el deseo de Dios al crearnos, él es eterno.
El Señor tiene promesas de eternidad para nuestras vidas, y aunque fuimos condenados por el pecado original, Jesucristo nos elevó de nuevo a gozar con el Dios todopoderoso por toda la eternidad a través de su sacrificio en la Cruz del Calvario, redimiendo con su sangre nuestros pecados. Nosotros, por tanto, lejos de Dios nada somos y nada podemos hacer, por más que lo hayamos querido intentar, pues del próximo segundo de nuestra vida no tenemos el control, así de simple, recuerden que uno propone y Dios dispone.
Es importante enfocarnos en fortalecer nuestra fe. La triste realidad es que con frecuencia oímos la Palabra de Dios a través de las prédicas pero no nos enfocamos en la misma, en muchos casos porque no nos conviene lo que nos dice y nos engañamos a nosotros mismos, dándole la interpretación más afín a nuestros intereses inmediatistas y falto de sabiduría y mucho menos leemos la Biblia que es su Palabra…., es como si no quisiéramos que nos confrontara.
Todo cristiano fiel sabe que la biblia, la Palabra de Dios, es nuestra espada. La Biblia es un arma eficaz e indispensable. Porque sin ella no tenemos como defendernos contra los ataques del enemigo. Leamos a Marcos 4:23 – Si alguno tiene oídos para oír, oiga.
Durante su ministerio aquí en la tierra Jesús con frecuencia concluía sus enseñanzas diciendo “el que tiene oídos para oír, oiga”. Lo dijo con respecto a Juan el bautista; con respecto a la parábola del sembrador; con respecto a la explicación de la parábola de la cizaña. En sus cartas a las siete iglesias de Asia, Jesús también concluye con lo mismo: “el que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
Ahora debemos preguntarnos: ¿qué nos quiere decir el Señor con esto? Definitivamente Dios nos acota que debemos estar apercibidos, que lo que nos dice en su Palabra tiene una importancia trascendental para nuestro crecimiento y vida espiritual y para entender el mensaje que nos quiere dar.
Existen diversos tipos de oyentes: Los tardos (desanimados) como dice en Hebreos 5:11: “…Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hechos tardos para oír…” El problema que existe con este tipo de oyente, es que es muy difícil que alguien le pueda explicar algo. El problema no está en lo que se enseña, ni en lo que se presenta, sino que el problema está en el oyente.
Otro tipo de oyente es el que escucha con oído anheloso (deseo vehemente de conseguir alguna cosa). Leamos como Pablo los describe en 2 Timoteo 4:3-4: “…Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas…” , este es el tipo de oyente que solo desea escuchar lo agradable, muy lejos está el querer escuchar la sana doctrina que nos insta al arrepentimiento , pues no están dispuesto a dejar atrás el viejo hombre.
Pidamos a Dios que abra nuestros ojos, aumente nuestra fe y la disposición de oír la palabra con deseo genuino de dejarnos tocar por el Espíritu Santo y démosle la libertad para que seamos moldeados como barro en las manos del alfarero hasta lograr la forma perfecta que Dios quiere de nosotros…que definitivamente es la que más nos conviene en todos los sentidos. El tiempo apremia, EL QUE TENGA OIDOS PARA OIR, QUE OIGA!!