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Diálogo entre el Papa y Abinader

German Marte Por German Marte
German Marte
📷 German Marte

Una reflexión imaginaria en tiempos de crisis migratoria y humanidad en duda.

“Rezo todos los días por ellos y por mí,
porque sinceramente no entiendo qué
ha pasado en el corazón de esas personas
para tomar medidas tan inhumanas”.
Pablo Mella, sacerdote jesuita

Colocado junto a su esposa Raquel, con los ojos cerrados y en actitud solemne frente al humilde ataúd donde yacen los restos del papa Francisco, el presidente Luis Abinader escucha un susurro. Tiene que disimular para no llamar la atención.

Discretamente abre los ojos para asegurarse de que no está soñando ni delirando; y vuelve a escuchar la voz del Papa hablándole desde el más allá. Solo él puede escucharlo.
—Sí, es él —se dice a sí mismo, mientras entrelaza fuertemente su mano izquierda con la derecha para disimular su nerviosismo—. Es él —repite, como quien presencia un milagro.

—Dígame, padre, ¿qué mensaje tiene para mí? Para mi partido, mi esposa Raquel, mi querido pueblo dominicano y mi gobierno. Aprecio como un gran honor que usted se dirija a nosotros. Diga, ¿para qué soy bueno?
—Es que no entiendo —responde con voz apacible el Papa, desde el más allá.
—¿Qué no entiende, su Santidad? Dígame.
—¿Cómo es posible que vengas desde tan lejos a rezar por mi descanso eterno, mientras ordenas una medida tan inhumana como apresar mujeres parturientas por no tener documentos de identidad?
—Con todo respeto, Francisco, es que el país no puede ayudar más a Haití y su gente. No podemos solos. Es una carga muy pesada.

—Pero son personas, son seres humanos.
—Son haitianas, señor. Además, recibo mucha presión de sectores nacionalistas, usted sabe…
—Pero, hijo mío, es una mujer. Igualita que María, la de José, la que tuvo a Jesús en un establo. ¡Che, no seas boludo!
—Es que no podemos atender a gente indocumentada.
—Hijo, recuerda que tú también eres descendiente de inmigrantes.
—Sí, pero mis padres llegaron con papeles. Mi caso es diferente. Las haitianas entran a mi país sin documentos. No es culpa del gobierno que presido.

—¿Y ante Dios cuál es la diferencia entre un niño que nace con papeles y el hijo de una indocumentada? Primero está el ser humano, su condición humana. Eso está por encima de cualquier ley. Vos lo tenés que entender. Estás pensando más como seguidor de Adolfo que como un discípulo de Peña Gómez. No lo puedo creer, la verdad, Luis.

—Padre, perdone, pero usted no comprende. Son realidades muy distintas.
—Oye, pibe, ¿cómo me vas a decir que no comprendo? Lo comprendía desde antes, desde que estaba en la tierra. Y ahora, desde aquí arriba, lo veo más claro: la humanidad es una sola, Luisito. Una sola; y mirándolo fijamente, el papa Francisco ruega: ¡Oh, Dios, manda a san Pedro, que me ayude con este terco turco dominicano!
—Con todo respeto: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea…”
—Nada, Luis. No basta rezar y decir: “yo soy cristiano”. El cristianismo es, ante todo, amor al prójimo. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esa es la esencia de la doctrina cristiana. No lo olvides, pero tú estás tratando a tus prójimos como animales. Así no se entra al reino de nuestro Señor.
—Padre. Escúcheme…
—Adiós, Luis. Que Dios te ilumine y te perdone, porque yo no puedo.
Este diálogo imaginario “ocurrirá” próximamente en la basílica de san Pedro, en El Vaticano.

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German Marte

Periodista dominicano. Comentarista de radio y TV. Prefiere ser considerado como un humanista, solidario.

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