La Asamblea General de las Naciones Unidas declaró, mediante la resolución 36/67 del 1981, que el tercer martes de septiembre, día de apertura del período ordinario de sesiones de dicha asamblea, sea proclamado y observado oficialmente como Día Internacional de la Paz; sin embargo, es el 7 de septiembre de 2001 en la resolución 55/82 que se decide fijar el 21 de septiembre como fecha que se señalará a la atención de todos los pueblos para la celebración y observancia de la paz.
En ese sentido cada año, muchas instituciones públicas, privadas, organizaciones sociales y ciudadanos del mundo rinden homenaje a la paz con la realización de diferentes eventos que hacen del 21 de septiembre un llamado a ser generadores de esperanzas y sueños; sembradores de ideales de paz en cada mente y corazón que se encuentra convulsionado por los conflictos.
También convoca a demostrar sin cansancio que las actitudes beligerantes y agresivas no producen soluciones, sino más bien, sumergen en el atraso, la miseria y el dolor a los pueblos.
De igual manera nos interpela ese día a que se hace necesario el impulsar un abrazo fraterno y de reconciliación entre las naciones en controversias bélicas; a dejar de lado las ambiciones sin límites de poder que tantas destrucciones causan en la humanidad.
Y en definitiva, a reflexionar con transparencia y sinceridad en aquellas cosas negativas que debemos transformar en la casa interior, para luego así, ser fermento saludable en los distintos ambientes en donde nos desenvolvemos cotidianamente, haciendo eco de aquella hermosa frase de Pablo VI cuando nos dice que “la paz comienza en el interior de los corazones”.
Ahora bien, somos de opinión que, aunque se ha establecido ese día para celebrar el cese de las hostilidades y la promoción de las resoluciones pacíficas de los conflictos en todas las naciones y todas las personas, no debemos circunscribirnos única y exclusivamente a esa fecha, ya que cada día de nuestra existencia terrenal nos ofrece una oportunidad para trabajar con ahínco en el establecimiento, mantenimiento y consolidación de la paz, como un valor fundamental.
Y es que “la paz no es solamente nuestro objetivo final, sino también la única manera en la que lograremos nuestro objetivo” (Martin Luther King).
Por lo que si queremos trabajar una paz duradera necesitamos enfocar todos nuestros esfuerzos en no ser indiferentes e insensibles ante el rostro amargo e inhumano de la pobreza, la desigualdad social, las enfermedades, la degradación de los recursos naturales, la corrupción, la criminalidad, el racismo, la prostitución, el narcotráfico, la explotación del ser humano, el desempleo, entre otras crudas realidades; constituyendo éstas en desafíos y retos tan tormentosos para la implementación y concretización de una cultura de paz, ya que se convierten en reproductoras gravosas y compulsivas de los conflictos, y que entonces, de no prestársele la debida atención y seguimiento surgen con ebullición y furor los brotes de las distintas manifestaciones de violencia que tantos estragos están causando en el tejido social.
Es por esa razón, que cada estado, país, incluyendo el nuestro, República Dominicana, requiere con urgencia el planificar, desarrollar y aplicar políticas públicas preventivas efectivas y permanentes, tendentes a garantizar la construcción de una conciencia colectiva comprometida en la promoción de una educación en valores para la paz, con la debida articulación e involucramiento de todas las fuerzas vivas de la sociedad.