Los dominicanos de hoy somos muy confianzudos. Quedó atrás el trato respetuoso de los tiempos de nuestros abuelos, cuando un pelo del bigote era mejor garantía que un contrato legalizado por un notario público.
La palabra empeñada era sagrada. A todo el mundo se le trataba con respeto y su nombre siempre iba precedido de las palabras don o doña.
Hoy día las cosas son diferentes. Se prometen cosas a sabiendas de que no se van a cumplir. Llegar tarde a una cita, o sencillamente no llegar y dejar plantada a la otra persona, se arregla echándole la culpa al tapón del tránsito.
El tuteo se enseñorea en todas las conversaciones, sin importar a quién se le está faltando el respeto.
Los periodistas tenemos parte de culpa en esto. Por ejemplo, es corriente entre nosotros llamar por sus nombres de pila a los personajes que hacen noticia, como si se tratara de viejos conocidos. Nos referimos a Leonel, a Margarita, a Danilo, a Miguel, a Hipólito, a Milagros y a muchos otros, así sin apellidos, como si fueran nuestros íntimos relacionados.
En definitiva, adonde nos lleva esta reflexión, aparentemente trivial e inocua, es a un punto en el que podamos, sin perjuicio de la libertad de expresión, ser más comedidos y respetuosos con los demás.
Podemos avanzar hacia los horizontes que deseamos, pero siempre anclados en los principios fundamentales de la ética, la moral y la buena educación.