Jochy Batista y Luisinky Mojica no se conocían, pero la tragedia los hizo coincidir a tal punto que sus cadávares fueron arrastrados por la misma cañada hasta el mismo destino: el río Isabela frente al barrio Simón Bolívar.
Eran de clases sociales distintas, uno residente en el residencial sector de “Cuesta Hermosa”, en Arroyo Hondo; el otro revestido de la extrema humildad del barrio de Cristo Rey.
Uno era un empresario apreciado por sus clientes; el otro un delivery con tal sentido de responsabilidad que lo distinguía entre sus amigos.
Ambos demostraron ser por igual padres abnegados, capaces de sacrificarse por su familia, a tal punto que su instinto los llevó a arriesgar sus vidas a tal punto de que fueron arrastrados por las turbulentas aguas de una cañada desbordada por la mucha lluvia.
Ambos, que coincidieron en el final de sus vidas, pueden ser íconos de realidades distintas y problemáticas diferentes frente a la tragedia.
Jochy vivía en Cuesta Hermosa, un residencial clase media-alta. Allí decenas de familias perdieron todos sus mobiliarios y sus vehículos quedaron inservibles. Muchos de ellos tendrán que hacer grandes compromisos financieros para restablecer lo perdido, aunque no sean pobres de solemnidad.
La clase media suele ser sólo visible a la hora de imponer las cargas, pero no al momento de repartir asistencia.
Luisinky, por su parte, proyecta en su tragedia grandes problemáticas sociales que agobiaban a aquellos que cuando ocurren tragedias como la del viernes pasado lo pierden todo.
Pero también muestra la vulnerabilidad con la que se ganan el sustento y la fragilidad de una imperfecta seguridad social.
Las familias de ambos perdieron seres muy queridos, padres sacrificados, que simbolizan realidades que marcan las diferentes clases sociales dominicanas.