Descanso activo: cómo lograr que el “no hacer nada” te ayude a ser más productivo en tu trabajo

Descanso activo: cómo lograr que el “no hacer nada” te ayude a ser más productivo en tu trabajo

Descanso activo: cómo lograr que el “no hacer nada” te ayude a ser más productivo en tu trabajo

A menudo podía ver a mujeres ancianas apoyadas sobre sus ventanas, mirando a la gente pasar, o a familias en sus paseos nocturnos, deteniéndose cada tanto para saludar a sus amigos. Hasta la vida de oficina resultó ser diferente.

Olviden los sándwich apurados en el escritorio. En la hora del almuerzo, los restaurantes se llenaban de profesionales que se sentaban a comer apropiadamente.

Por supuesto, desde que los jóvenes del Grand Tour (un itinerario que europeos de clase media y acomodada solían realizar) empezaron a escribir sus observaciones en el siglo XVII, quienes vienen de afuera han estereotipado la idea de la «indolencia» italiana.

Y no es enteramente así. Los mismos amigos que iban a casa en sus motocicletas para un almuerzo distendido a menudo volvían a la oficina para trabajar hasta las ocho de la noche.

Aun así, la aparente creencia de balancear el trabajo duro con il dolce far niente, la dulzura de no hacer nada, siempre me llamó la atención. Después de todo, no hacer nada parece ser lo opuesto a ser productivo. Y la productividad, ya sea creativa, intelectual o industrial, es el uso máximo de nuestro tiempo.

Pero mientras llenamos nuestros días con «hacer» más y más, muchos de nosotros descubrimos que la actividad sin parar no es la apoteosis de la productividad. Es su adversaria.

Los investigadores están estudiando que no solo significa que el trabajo que producimos al final de una jornada de 14 horas es de peor calidad que cuando estamos frescos. Este patrón de trabajo también perjudica nuestra creatividad y cognición.

Con el tiempo, puede hacernos sentir físicamente enfermos, e incluso, irónicamente, como si no tuviésemos un propósito.

«Piensa en el trabajo mental como hacer flexiones», dice Josh Davis, investigador y autor del libro «Two Awesome Hours» («Dos horas geniales»). Digamos que quieres hacer 10.000. La manera más «eficiente» sería hacerlas todas sin pausas.

Pero sabemos, sin embargo, que eso es imposible. En cambio, si hiciéramos solo una tanda en un momento, entre otras actividades y las fuésemos distribuyendo en las semanas, alcanzar la meta sería mucho más factible.

«El cerebro es muy parecido a un músculo en este sentido», escribe Davis. «Establecer las condiciones inadecuadas a través del trabajo constante nos hace lograr poco. Si establecemos las condiciones apropiadas, hay poco que no podamos hacer».

Hacer o morir

Muchos tendemos a pensar, sin embargo, que nuestros cerebros no son músculos, sino un computador: una máquina capaz de llevar a cabo trabajo constante. No solo es falso, sino que presionarnos a trabajar durante horas sin descanso puede ser perjudicial, dicen algunos expertos.

«La idea de que puedes estirar indefinidamente los tiempos de concentración y productividad a esos límites arbitrarios está muy mal. Es contraproducente», dice el científico Andrew Smart, autor de «Autopilot» («Piloto automático»).

Un metanálisis encontró que trabajar durante muchas horas aumentaba el riesgo de sufrir enfermedades coronarias en un 40%, casi tanto como fumar cigarrillos (50%).

Otro estudio encontró que las personas que trabajaban largas jornadas tenían un riesgo significativamente mayor de sufrir un infarto, mientras que quienes trabajaban más de 11 horas al día tenían casi 2,5 de más probabilidad de experimentar un episodio depresivo en comparación con quienes trabajaban entre siete y ocho horas.

En Japón, esto ha llevado a una perturbadora tendencia llamada karoshi, o muerte por exceso de trabajo.

Si te estás preguntando si esto significa que deberías tomarte unas vacaciones atrasadas, la respuesta puede ser sí.

Un estudio sobre ejecutivos en Helsinki (Finlandia) encontró que durante más de 26 años, los gerentes y empresarios que tomaron menos vacaciones en la mediana edad sufrieron de muertes tempranas y una peor salud en la vejez.

Eficiencia, ¿algo nuevo?

Es fácil pensar que la eficiencia y la productividad son unas obsesiones nuevas. Pero el filósofo británico Bertrand Russell hubiese estado en desacuerdo.

«Se dirá que aunque un poco de ocio es agradable, los hombres no sabrían cómo llenar sus días si solo tuviesen cuatro horas de trabajo de las 24», escribió Russell en 1932.

Dicho esto, algunas de las personas más creativas y productivas del mundo se dieron cuenta de la importancia de hacer menos. Tenían una ética de trabajo fuerte, pero también se dedicaron al reposo y al ocio.

«Trabaja en una sola cosa hasta que la termines», escribió el artista y escritor Henry Miller en sus 11 mandamientos sobre la escritura. «¡Para a la hora señalada!…¡Mantente humano! Ve a lugares, ve a gente, bebe si te provoca».

Hasta el padre fundador de Estados Unidos, Benjamín Franklin, un modelo de diligencia, dedicó gran parte de su tiempo a estar inactivo. Cada día se tomaba un descanso de dos horas en el almuerzo, noches libres y una noche entera de sueño.

En lugar de trabajar sin parar en su carrera como impresor, con la que se mantenía, pasaba «grandes cantidades de tiempo» socializando y practicando pasatiempos. «De hecho, los mismos intereses que lo alejaron de su profesión inicial lo llevaron a muchas de las cosas maravillosas por las que es conocido, como haber inventado el pararrayos y la estufa Franklin», escribe Davis.

Incluso en un nivel global, no hay una clara correlación entre la productividad de un país y el promedio de horas de trabajo. Con una media de 38,6 horas por semana, por ejemplo, el empleado estadounidense promedio trabaja 4,6 horas más a la semana que un noruego. Pero por el PIB, los trabajadores noruegos contribuyen el equivalente de US$78,70 por hora, en comparación con los US$69,60 que contribuyen los estadounidenses.

En el caso de Italia, ¿el hogar de il dolce far niente? Con un promedio de 35,5 horas de trabajo semanales, produce casi 40% más por hora que Turquía, donde la gente trabaja una media de 47,9 horas por semana.

Todos esos descansos para tomar un café, entonces, parecen no ser tan malos.

Entre siestas y descansos cortos

La razón por la que tenemos jornadas laborales de ocho horas se debe a que las empresas descubrieron que reducir las horas de los empleados tenía el efecto contrario al que esperaban: aumentaba su productividad.

Durante la Revolución Industrial, eran normales las jornadas de 10 a 16 horas. Ford fue la primera compañía en experimentar con un día laboral de ocho horas, y encontró que sus empleados eran más productivos no solo en cada hora, sino en general. En un margen de dos años, las ganancias se duplicaron.

Si días laborales de ocho horas son mejores que los de diez horas, ¿podrían ser incluso mejores las jornadas con menos horas? Quizá.

Para las personas mayores de 40 años, una investigación encontró que una semana laboral de 25 horas puede ser óptima para la cognición. Suecia, por su parte, experimentó recientemente con jornadas de seis horas y concluyó que los empleados tenían mejor salud y productividad.

Esto parece corroborarse por la forma en que las personas se comportan durante un día de trabajo.

Una encuesta de casi 2.000 empleados de tiempo completo en Inglaterra estimó que las personas solo eran productivas durante dos horas y 53 minutos en una jornada de ocho horas.

El resto del tiempo lo invertían revisando las redes sociales, leyendo noticias, teniendo conversaciones no relacionadas con trabajo con colegas, comiendo e incluso buscando otro empleo.

Podemos enfocarnos por un período de tiempo todavía más corto cuando estamos empujándonos al límite de nuestras capacidades.

Investigadores como el psicólogo K Anders Ericsson, de la Universidad de Estocolmo, han estudiado que al introducirse en el tipo de «práctica deliberada» necesaria para dominar cualquier actividad, necesitamos más descansos de lo que creemos.

La mayoría de la gente solo puede trabajar durante una hora sin necesidad de tomar una pausa. Y hay músicos de élite, autores y atletas que no dedican más de cinco horas constantes al día a su oficio.

¿La otra práctica que tienen en común? Su «tendencia creciente a tomar siestas para recuperarse», escribe Ericsson. Una manera, por supuesto, de reposar tanto el cerebro como el cuerpo.

Descanso activo

Pero el «descanso», como algunos investigadores lo señalan, no es necesariamente la mejor palabra para describir lo que estamos haciendo cuando no hacemos nada.

La parte del cerebro que se activa cuando no hacemos «nada», conocida como Red neuronal por defecto (RND), juega un papel crucial en la consolidación de la memoria y la visión del futuro.

Es también la zona del cerebro que se activa cuando la gente está observando a otros, pensando sobre sí misma, haciendo un juicio moral o procesando las emociones de otras personas.

En otras palabras, si esta red se apagara, podríamos tener dificultades para recordar, anticipar consecuencias, captar interacciones sociales, entendernos a nosotros mismos, actuar éticamente o tener empatía hacia los demás. Todas las cosas que nos hacen no solamente funcionales en el ambiente laboral, sino en la vida.

«Te ayuda a reconocer la importancia más profunda de las situaciones. Te ayuda a sacar un significado de las cosas. Cuando no estás dándole significado a las cosas, solo estás reaccionando y actuando en el momento, y estás sujeto a muchos tipos de conductas y creencias cognitivas y emocionales no apropiadas para el ambiente», dice Mary Helen Immordino-Yang, neurocientífica e investigadora del Instituto del Cerebro y la Creatividad de la Universidad del Sur de California (EE.UU.).

Tampoco tendríamos la capacidad de pensar en nuevas ideas o conexiones. Las luces de la RND se encienden cuando estás haciendo asociaciones entre asuntos que parecen no estar relacionados o propones ideas originales.

También es el lugar donde afloran esos momentos de iluminación, lo que significa que, si como Arquímedes, tuviste tu última buena idea cuando estabas paseando o en el baño, debes agradecerle a la biología por ello.

Quizá lo más importante de todo es que si no nos tomamos el tiempo para dirigir nuestra atención hacia adentro, perderemos un elemento crucial de la felicidad.

«Estamos haciendo cosas sin darles significado durante mucha parte del tiempo», dice Immordino-Yang.

«Cuando no tienes la habilidad de insertar tus acciones en una causa más amplia, estas se sienten sinsentido con el tiempo, y vacías, y no conectadas con tu sentido más amplio de ti mismo. Y sabemos que no tener un propósito con el tiempo se conecta con no tener una salud emocional y psicológica óptima».

¿Tejer y meditar?

Los que han practicado la meditación saben que hacer nada puede ser sorprendentemente dificultoso. ¿Cuántos de nosotros, después de 30 segundos de reposo, revisamos nuestros celulares?

De hecho, nos hace sentir tan incómodos hacer nada que preferiríamos hacernos daño. Literalmente. En 11 diferentes estudios científicos, los investigadores estimaron que los participantes preferirían hacer cualquier cosa, incluso recibir choques eléctricos, en lugar de hacer nada. Y no fue que les pidieron que se sentaran rectos por mucho rato: entre seis y 15 minutos.

La buena noticia es que no hace falta dedicarte a hacer absolutamente nada para cosechar beneficios. Es cierto que el descanso es importante. Pero también lo es la reflexión activa, masticando un problema que tienes o pensando en una idea.

De hecho, cualquier cosa que requiera de visualizar resultados hipotéticos o escenarios imaginarios, como discutir sobre un problema con amigos o perderse en un buen libro, también ayuda, dice Immordino-Yang.

Si tienes propósito, puedes incluso activar tu red neuronal por defecto si estás revisando las redes sociales.

«Si simplemente estás viendo una linda foto, está desactivada (la RND). Pero si estás tomándote pausas y permitiéndote analizar la historia más amplia de por qué esa persona en la foto se está sintiendo de esa manera, elaborando una narrativa a su alrededor, entonces es muy posible que estés activando esas redes», dice la investigadora.

Otro método altamente efectivo para reparar el daño es la meditación: tan solo una semana de práctica para quienes nunca hayan meditado, o una sola sesión para los más experimentados, pueden mejorar la creatividad, el humor, la memoria y la concentración.

Cualquier otra tarea que no requiera del 100% de concentración también puede ayudar, como tejer o garabatear. Como escribió Virginia Woolf en «Una habitación propia» (1929): «Dibujar croquis era un modo haragán de cumplir el trabajo inútil de la mañana. Es, sin embargo, en nuestros ocios, en nuestros sueños, que la sumergida verdad suele salir a flote».



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