
Mira, te voy a decir algo que al principio suena medio raro: hay que desaprender.
Sí, querido lector, desaprender. O sea, soltar lo que uno cree que sabe para poder aprender de verdad. Es como limpiar la casa antes de meter muebles nuevos.
¿Tú te imaginas comprando un juego de sala nuevecito y tratando de encajarlo donde todavía está el mueble de la abuela? ¡No cabe, mi vida, no cabe!
En este país, nos enseñaron desde chiquitos que “el que mucho pregunta es bruto”, y resulta que los más inteligentes son los que más preguntan.
Nos criamos oyendo que “así se ha hecho siempre”, como si esa frase viniera firmada por Moisés en las tablas del Sinaí.
Y ahí vamos, repitiendo costumbres, creencias y hasta errores, como si fueran recetas de la bisabuela, sin darnos cuenta de que el mundo cambió… y nosotros también deberíamos.
Desaprender es un acto de humildad y valentía. Porque dígame usted, ¿qué tan fácil es admitir que uno estaba equivocado? ¡Eso duele más que pisar un leguito descalzo! Pero si no soltamos lo viejo, no hay espacio para lo nuevo.
Es como querer aprender inglés diciendo “mai neim is fulano” con el mismo acento del Cibao —hay que soltar el miedo, el orgullo y el “yo me lo sé todo”.
Y no te hablo solo de cosas académicas, no. Hay que desaprender emociones, reacciones, prejuicios. Hay que desaprender eso de que llorar es de débiles, o que el amor se demuestra aguantando lo que sea. ¡No, señor! Hay que darle ctrl + alt + delete a la mente de vez en cuando.
A veces la vida misma se encarga de darnos una buena sacudida para que soltemos lo que ya no funciona.
Como cuando uno creía que el trabajo era para siempre, y de repente lo cancelan y descubres que eres más creativo de lo que pensabas. O cuando una relación se acaba, y juras que te vas a morir… pero al final, renaces más liviano, más sabio y más libre.
Lo que implica desaprender
Desaprender no es olvidar. Es reorganizar el disco duro interno. Es decir “gracias, eso me sirvió en su momento, pero ya no me funciona”. Es entender que lo que nos trajo hasta aquí no necesariamente nos llevará a donde queremos llegar.
Así que si te sientes medio trabado, repitiendo patrones, o dándole vueltas al mismo asunto, quizás no te falte aprender más… quizás te falte desaprender mejor.
Porque al final, el secreto no está en llenarse de conocimiento, sino en vaciarse de certezas.
Y mientras tanto, ¡suelta el “yo siempre he sido así”! Que esa frase ha dañado más progreso que el tráfico de la 27 un viernes a las 6 de la tarde.
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Massiel Reyes Lecont
La autora es conferencista y maestra de ceremonias. Posee múltiples maestrías en Manejo de Personal, Relaciones Públicas y actualmente, es doctoranda en Comunicación.