
Este aniversario del terrible ataque terrorista que derrumbó las Torres Gemelas en Nueva York, destruyendo también cierto sentimiento de invulnerabilidad de la mayor potencia económica y militar del mundo, sirve para reflexionar sobre cuán sorpresivos y contundentes son algunos giros de fortuna.
La arrogante creencia en la propia superioridad hace que caer duela peor mientras más encumbrado se esté. Similarmente ocurre con políticos y funcionarios del patio, muy pagados de sí mismos, a quienes me referí hace unos días como futuros atletas de campo y pista (por las carreritas inevitables…).
En un excelente análisis que debe leerse, Nelson Espinal Báez acertó ayer al destacar que ningún adversario dañó más a Danilo Medina que su condenado hermano Alexis o su cuñado Maxi, ambos juzgados por escandalosa megacorrupción, pues no es la oposición que destruye al líder, sino allegados todopoderosos.
El mismo día, el presidente del PRM argüía, con su característica vehemencia, ante las graves denuncias de irregularidades mayúsculas en dependencias gubernamentales, que hoy muchas cosas están mejor que antes. Sí, pero también otras peores.
Y más preocupante: podríamos estar muchísimo mejor si subalternos del presidente, dizque más ocupados que él, como si no les alcanzara el tiempo para hacer lo que hacen, alinearan sus acciones con las declaradas intenciones del jefe del Estado.
Los terroristas del 9/11 eran de Arabia Saudita, gran aliado estadounidense. Los derrumbes los causan quienes uno menos cree que pueden causar daño…