Defensa de la poesía y de la vida

Defensa de la poesía y de la vida

Defensa de la poesía y de la vida

El filósofo norteamericano de la escuela analítica o de la filosofía del lenguaje y profesor de la Universidad de Chicago Ted Cohen (1939-2014), al interpretar conceptos clave del filósofo, también norteamericano, Arnold Isenberg (1911-1965) acerca de la relación, en materia de interpretación de la obra de arte, entre el crítico y el público, subrayaba la intención de este de conseguir una suerte de identidad de visión en su público.

Esa identidad de visión, precisaba Cohen en torno a Isenberg, podría o no ser seguida de una definitiva comunidad de sentimiento. Este aserto hace comprensible, a mi ver, la expresión de Octavio Paz (1914-1998) según la cual la poesía es un acto de comunión, porque el poema es capaz de articular una comunidad de sentimiento en torno a la celebración de la palabra.

Esa comunidad se instaura sobre la base del poder dialógico del lenguaje poético.

El lenguaje, que con el pensamiento constituyen rasgos exclusivamente humanos, fundamenta la esencia de la poesía, su naturaleza, materia y forma.

La poesía va desde el lenguaje hacia el lenguaje mismo, y en ese trayecto, a todas luces simbólico, tiene lugar su entroncamiento con la vida y con la realidad, con la sociedad y con la historia, con el tiempo y el pensamiento, aunque a veces se la quiera distraer con manierismos, fideísmos, manifiestos y modismos de toda laya.

Es en la preeminencia como expresión de lengua y cultura de la poesía donde radica su valor estético y desde allí se hace posible su condición de entidad capaz de conmover la conciencia y el espíritu, al tiempo que crear esa comunidad de sentimiento que Cohen recupera de Isenberg.

Superación verbal del mundo, es decir, transgresión simbólica de la realidad, llamaba George Bataille (1897-1962) a esa facultad propia de la creación poética.

De ahí que la poesía haya aparecido, en más de una época crucial de la historia, como senda hacia el nuevo amanecer de una cosmovisión innovadora, una nueva sensibilidad, la posibilidad de un revolucionario entendimiento entre los seres humanos.

Frente a los cataclismos naturales, la inconsecuente capacidad de autodestrucción de la especie humana y los lejanos horizontes de las ciencias y las artes, el poeta Friedrich Hölderlin (1770-1843) proclamaba, con radical convicción, que sólo la poesía sobrevivirá.

José Martí (1853-1895), apóstol del antillanismo libre y precursor del modernismo, sostuvo, al escribir sobre el poeta de la democracia norteamericana Walt Whitman (1819-1892), que era un mero tonto quien creyera que no era la poesía un bien tan importante para el progreso de los pueblos como lo es la economía u otra forma de producción de bienes y servicios para el sustento material.

La poesía es un componente básico en el alimento espiritual de las culturas y las naciones. Es por ello que, llevar poesía a la humanidad, tarea con la que se contentó Cesare Pavesse (1908-1950), pletórico de humildad, se convierta en la finalidad ulterior en la vida de un poeta, como también la de un novelista, dramaturgo o artista en general.

La poesía, hasta los grandes prosistas lo admiten, es la más encumbrada de las formas posibles de expresión estética en una determinada lengua y cultura.

Habita en la poesía un hálito de trascendencia que se nutre de la más simple de las realidades, aquella que manifiesta la voluntad sin límites del ser humano de reafirmar la hermosura de la vida, a pesar de los horrores de la historia y el mundo, que han reducido a la humanidad a mezquindades como el interés egoísta, el delirio armamentista, los radicalismos y el terrorismo internacional.

Aun así, la poesía, como la vida, sobrevivirá.



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