Crecer con una hermana casi diez mayor que yo significó que, para cuando cumplí 10 años, podía decir palabrotas como lo haría un marinero.
Pero parece que más bien empecé tarde.
Investigaciones muestran que los niños comienzan a pronunciar groserías para cuando cumplen 6 años, o incluso antes.
También que tendemos a decirlas entre el 0,5 y el 0,7% de la veces, lo que equivale a decenas de palabrotas al día, dependiendo de cuánto hable la persona.
Es posible que usar groserías nos haga parecer maleducados y dignos de poca confianza, como intentaron enseñarnos nuestras madres.
Pero podría tener algunos beneficios sorprendentes: desde hacernos más persuasivos hasta ayudar a aliviar el dolor.
Más profundo en el cerebro
Es posible que decir palabrotas involure una parte completamente distinta del cerebro que el resto del vocabulario.
El cerebro las maneja diferente que el lenguaje ordinario, de acuerdo con Richard Stephens, psicólogo y autor de Black Sheep: Thehidden Benefits of Being Bad(«Oveja negra: los beneficios ocultos de ser malo»).
Mientras que la mayoría del lenguaje se ubicada en la corteza y en áreas específicas del lenguaje en el hemisferio izquierdo del cerebro, las groserías podrían estar asociadas a un área más vieja y rudimentaria de ese órgano.
«Las personas afásicas (afectadas por una pérdida o trastorno del habla) generalmente presentan daño en el hemisferio izquierdo y tienen dificultades para hablar. Pero hay muchos casos registrados de afásicos que pueden usar el lenguaje estereotípico de manera más fluida, es decir, pueden hacer cosas como cantar o decir palabrotas en forma fluida», dice el especialista.
«La investigación en personas que sufren del síndrome de Tourette, en el cual pronuncian groserías en forma repetida, sugiere que éstas pueden estar relacionadas con una estructura cerebral más profunda: los ganglios basales».
Lo que es y no es grosería
Claro está que las diferentes palabras que constituyen un tabú varían de cultura en cultura.
En inglés, por ejemplo, durante la Edad Media las palabras que describían partes del cuerpo no eran consideradas tan ofensivas.
«En las comunidades muy unidas la gente se veía desnuda con mucha más frecuencia, en una época en la que nadie gozaba de mucha privacidad», dice Melissa Mohr, autora de un libro reciente sobre groserías.
Eso cambió durante el Renacimiento, cuando los términos de naturaleza sexual ganaron más fuerza.
«En lugares donde no ocurrió la Revolución protestante, las groserías de tipo religioso son todavía más poderosas», explica Mohr.
Esto significa que en países como España o Italia insultar a figuras religiosas -o incluso artefactos- puede ser muy fuerte.
En las culturas asiáticas, muchas palabrotas están asociadas con estatus, con ancestros y con evitar la humillación.
«Existe el mito de que el japonés no contiene groserías», dice Mohr. «No solo hay palabras para casi todo en términos de sexo y excrementos, sino que los japoneses tienen muchos insultos relacionados con perder la dignidad. Así que llamar a alguién tonto -baka- es mucho peor en japonés que en inglés (o en español)».
¿Más persuasivo?
Investigaciones recientes muestran que decir groserías acarrera varios beneficios ocultos.
La ventaja más obvia es la posibilidad de comunicarse más efectivamente.
Al decir palabrotas, no sólo comunicamos el significado de una frase, sino también nuestra respuesta emocional a ese significado. También nos permite expresar rabia, disgusto o dolor, o indicar que alguien debe apartarse, sin necesidad de utilizar la violencia física.
Estudios muestran que decir groserías puede incrementar la efectividad de un mensaje y hacerlo más persuasivo, especialmente cuando se considera una sorpresa positiva.
Incluso puede funcionar en ámbitos políticos.
Un estudio publicado en 2014 que analizó la reacción a entradas de blog creadas por un político ficticio encontró que cuando se usaban groserías se incrementaba la informalidad percibida y mejoraba la impresión que la gente tenía de la fuente (aunque si se les preguntaba directamente, las groserías no cambiaban la probabilidad de que las personas votaran por el político en cuestión).
Los invetigadores también consideraron la posibilidad de que los hallazgos fueran específicos a la plataforma en que se publicada el blog (internet).
Esto tiene sentido tomando en cuenta que tendemos a decir más groseríasonline.
Un estudio exploratorio reciente encontró que los usuarios de Twitter decían groserías el 1,15& de las veces, un 64% más que en el lenguaje hablado.
Groserías y dolor
En una serie de estudios, Stephen y sus colegas ilustraron cómo las palabrotas pueden incrementar la tolerancia al dolor.
Por ejemplo, un grupo de estudiantes que repetía una grosería fue capaz de mantener la mano en un cubo de agua helada más tiempo que aquellos que pronunciaban una palabra neutral.
«Además de haber un cambio en la tolerancia al dolor, también se registro un incremento en el ritmo cardiaco de los participantes. Cuando dices groserías se eleva tu ritmo cardiaco, lo que sugiere una respuesta emocional a las palabrotas en sí», dice Stephens.
«Esta respuesta es la respuesta de luchar o huir, y funciona como un analgésico».
Solidaridad
Las investigaciones también sugieren que el tamaño del beneficio potencial que puede obtenerse de decir groserías depende de cuán grande es el tabú asociado a la palabra, lo que probablemente depende de con cuánta frecuencia te amonestaron de pequeño por decirla.
Un estudio publicado en 2013 halló que personas que habían sido castigadas más veces en la infancia tenían una respuesta de conductancia cutánea (una categoría que mide excitación fisiológica) más alta cuando leían en voz alta una lista de groserías en el laboratorio.
Contrario a lo que se cree, decir groserías podría constituir una forma de cortesía.
Por ejemplo, un estudio en Nueva Zelanda examinó las interacciones y el uso de la palabra fuck («coger» o «tirar») por parte de un grupo de trabajadores en una fábrica de jabón.
Los investigadores de la Universidad de Victoria en Wellington encontraron que aunque los trabajadores se decían groserías entre sí de manera regular no lo hacían tanto con colegas que pertenecían a equipos diferentes dentro de la organización.
Los especialistas concluyeron en este contexto laboral, la palabrota se asociaba con expresiones de solidaridad y se usaba como una forma de unir a los miembros del equipo, suavizar las tensiones e igualar a sus integrantes con diferentes niveles de responsabilidad, «como si se estuvieran diciendo ‘te conozco tanto, que puedo ser así de maleducado contigo'».
¿Quién dice más groserías?
También hay situaciones en las que claramente decir groserías es beneficioso. ¿Pero qué dice de quién las pronuncia?
Muchos de nosotros sabemos por experiencia que tendemos a controlarnos cuando estamos enfrente de nuestros jefes y nuestras abuelas; ser malhablado puede hacerte quedar mal.
Más específicamente, las personas muy groseras han sido calificadas de menos competentes y menos creíbles por investigaciones que se remontan a los años 70.
Felizmente para algunos, sin embargo, el cuadro es más complejo.
Investigaciones recientes también han desmentido la asunción de que decir groserías es necesariamente el resultado de pertenecer a una clase baja o a una falta de educación o de fluidez en el lenguaje.
Timothy Jay y sus colegas encontraron que la tendencia a decir groserías se correlacionaba con la fluidez verbal en forma más general, y no era el resultado de tener un vocabulario deficiente.
Como argumenta Stephens en Black Sheep, una investigación de la Universidad de Lancaster, en Inglaterra, publicada en 2004, muestra que aunque decir palabrotas se reduce a medida que incrementa la clase social, las clases medias altas dicen groserías en forma significativamente más frecuente que las clases medias bajas, lo que sugiere que a cierta altura de la escalera social a la gente no le importan los efectos.
«Cuando todo el mundo se está portando bien, puedes hallarte en esa extraña situación en la que todos tratan de ser educados, nadie habla y nada pasa», dice.
«Si crees que la situación amerita un lenguaje un poco grosero, es posible que logres que se mueva un poco, aun cuando ésa no haya sido tu intención original».
Y puede haber todavía una lección más profunda.
«Las palabras tabú son universales», dice Mohr.
«Decir groserías satisface algunas de las necesidades que todos tenemos como humanos».
Recuerda eso la próxima vez que te des accidentalmente un martillazo en un dedo.