
que el cretinismo es una enfermedad que se manifiesta con un notorio retraso de la inteligencia, que el pueblo sabiamente asocia con la estupidez y falta de talento.
Nada ha contribuido más al impúdico exhibicionismo de este triste lisio –la idiotez orgullosa de su ignorancia— que la masificación de redes sociales y su vínculo con el periodismo.
Un cretino casi nunca conoce ni admite serlo. Tampoco entiende la diferencia entre el periodismo informativo, que es para dar noticias con cierta imparcialidad, y las columnas de opinión, cuya característica es comentar subjetivamente sobre distintos problemas sociales, incluida la política partidista.
La facilidad interactiva para publicar reacciones de lectores en redes y plataformas digitales, colma las secciones de comentarios en muchos portales de comunicólogos, con vulgaridades, insultos, sandeces, oprobios e injurias dichas por intolerantes, incapaces de digerir opiniones distintas a las suyas. Peor todavía es el gárrulo aire de faculto de algunos sujetos sin menor idea del tema ni respeto por el criterio (la capacidad educada de juzgar rectamente) de expertos.
Los cretinos tal vez entenderán esto el día que paran mangos las cañafístolas, conocidas por algunos como “m” en cajeta…
Casi una década tras publicar lo anterior, hoy pienso que, quizás por ponerle demasiado asunto a los cretinos o creer que el reflejo mediático de la realidad la suplanta o sustituye los hechos, muchos líderes políticos se convierten en esclavos de la opinión pública en vez de sus conductores. Pero no me crean, que quizás estoy contagiado del cretinismo (aunque al menos sé y admito que vivo equivocándome).