Decencia
Entre políticos y periodistas, un atributo difícil de encontrar es la decencia. La segunda y la tercera definiciones del Diccionario son “recato, honestidad, modestia” y dignidad al actuar o hablar conforme al estado o calidad de cada cual.
Como metáfora del aseo en la conducta, se hace cuesta arriba aplicar a cualquiera la definición jurídica; esta añade que esa virtud “impide cometer actos delictivos, ilícitos o moralmente reprobables”.
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No hace falta un catálogo de indelicadezas o corrupciones para entender que muy pocos merecen ser considerados decentes.
He tenido la suerte de tratar personalmente a todos los presidentes desde que nací, excepto a Trujillo, Caamaño y García Godoy, y casi todos los líderes partidistas. Dos de los más decentes, Balaguer y Abinader, poseen características que los distinguen.
Esta reflexión la pensé al recordar una anécdota. Un connotado empresario y político, allegado al litoral de la FNP, por esa vía a Leonel y luego a Abinader, visitó a Balaguer durante su penúltima presidencia.
Por su rol gremial fue recibido él solo en Palacio. Tras la audiencia, el recatado y sobrio Balaguer sentenció: “ese no es buena persona”.
El tiempo y sus hechos han confirmado la lucidez y sagacidad de Balaguer. Es para mí inexplicable que Balaguer y Abinader, cada uno de sobrada dignidad, difieran radicalmente al juzgar el carácter de una misma persona.
La gobernabilidad exige contemporizar o tolerar malas compañías, pero ¿cuántos fracasos, tollos, marrullas y gallolocadas bastan o son necesarios para prescindir de gente azarosa?
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