Son tantas las cosas de las que deberíamos avergonzarnos, que cualquiera diría que una gota más no importaría, aunque esa sea la que derrama el vaso.
Deberíamos sentir vergüenza, por ejemplo, por figurar nuestro país entre los más corruptos del mundo según encuestas internacionales merecedoras de crédito-, y entre los más atrasados en materia de educación.
No voy a relatar aquí un rosario de situaciones características de nuestro país que nos sonrojan ante los ojos del mundo, pero sí quiero tocar el tema de la inseguridad ciudadana, y especialmente en los frecuentes casos en que las víctimas de los desafueros perpetrados son nacionales haitianos. El más reciente de esos atropellos fue contra un respetable funcionario del gobierno del país fronterizo, en un deleznable hecho que debe abochornarnos a todos.
Evidentemente todavía hay muchos dominicanos, incluyendo a amigos muy queridos, que no acaban de comprender la importancia de que Haití es y será siempre nuestro vecino de al lado, que nunca se va a mudar de donde está, y que lo más lógico, lo más conveniente y lo más respetable es llevarnos bien con él.
En el caso del funcionario haitiano asaltado recientemente en suelo dominicano se impone, si no ha ocurrido ya, la presentación de disculpas por nuestro gobierno, así como la adopción de medidas preventivas que imposibiliten la repetición de hechos tan reprobables.
Y metámonos eso en la cabeza: Haití es nuestro vecino para siempre y nosotros somos, también para siempre, el vecino de Haití. Entonces, lo mejor es tratarnos como tales.