Muchas veces lo que debe hacerse no se puede hacer. Esa es una verdad incontrovertible que choca impotente contra la dura realidad.
Ahí está como ejemplo el caso del presidente Zelaya, de Honduras. Lo que debió hacerse, después del golpe de Estado que lo sacó del poder, fue restituirlo en sus funciones y dejarlo terminar su período de gobierno en la fecha que prescribe la Constitución de su país.
Pero una cosa piensa el burro y otra el que lo apareja. Los golpistas tuvieron la habilidad de ganar tiempo y agotar los plazos constitucionales de tal manera que ya resulta imposible la vuelta al poder por parte de Zelaya.
Entonces, hay que negociar.
Como dominicano, me siento orgulloso de que el Presidente de mi país haya sido mediador para encontrar una salida honorable del conflicto, abriéndole los brazos al colega depuesto para acogerlo en esta tierra con el respeto que merece.
Con el mismo respeto debemos recibir todos a Zelaya y los suyos cuando pisen la República Dominicana, no olvidando que, gústenos o no, él representa una advertencia viva para las Américas, no exentas de asonadas, conspiraciones y golpes de Estado con los que finalmente nos vemos obligados a convivir. ¡Dura verdad!
Pero como algún día ajorcan blancos, esperemos que lleguen mejores tiempos. Mientras tanto, ¡Bienvenido sea, presidente Zelaya!
Deber versus posibilidad