Políticos somos todos, pero hay una parte importante de la población que lo hace de oficio, es decir, es su vida, y en algunos casos podemos considerarlos profesionales. Todos son importantes, pero estos acaso sean los de mayor responsabilidad cuando del curso de esta actividad se trata.
En sus manos, por no decir librada a la catadura de su conciencia, queda la suerte de la política como instrumento del bienestar social.
¿Es posible vincular lo político en sentido partidista y lo social como mutuamente dependientes? Entendemos que sí.
Todos vivimos bajo los efectos de la política por la que se llega a la administración y a la conformación de los órganos del Estado, un instrumento con un peso determinante en la vida colectiva.
El interés puesto por los partidos políticos en ganarse el apoyo de la mayoría de la población lleva a los oficiantes de esta disciplina a saltarse todos los valores, al punto de dar por un hecho que es completamente compatible con una sana moral social superponer los fines a los medios.
En esa carrera la primera baja la encontramos en la idea de partido, bastante “fluida”, para acogernos a un concepto en boga en nuestro tiempo.
Una fluidez por la cual de la mañana a la noche nos encontramos con gente notable de este campo con una chaqueta de un color y luego del otro sin que se les irrite la piel o se les marque rubor. Un camaleonismo esperpéntico, todo por garantizarse un puesto público aun al precio de parecer ruines o, sencillamente, moralmente despreciables.
La idea en el fondo de estas reflexiones no es la de avergonzar o enrostrar desde la prensa el aparente desprecio con el que los políticos de oficio tratan esta actividad. Fíjense que, hasta este momento, no ha sido usado el concepto “tránsfuga”, ni lo será en lo adelante.
Es sólo un llamado de atención para que cuidemos la política desde donde es posible: desde los políticos.