
En los últimos 40 años, la vida política peruana ha sufrido múltiples trastornos y situaciones que han quebrado sus estructuras institucionales.
El sistema político se ha vuelto laxo e inestable. Para no dejar duda sobre esta afirmación, solo hay que hacer una retrospectiva desde la corrupción denunciada en el primer gobierno de Alan García, el autogolpe de 1992, impuesto por Alberto Fujimori; los fraudes electorales denunciados en 1995 y 2000, las posteriores condenas por corrupción y por delitos contra los derechos humanos, hasta la época de aparente serenidad social y política entre los gobiernos de Alejandro Toledo, el regreso de Alan García y el de Ollanta Humala.
