Por Ángel Pichardo Almonte
Este inicio de provocación a escribir y debatir, parte de mis observaciones en algunas discotecas.
Tratando de encontrar un hilo reflexivo que nos permita caracterizar esta dinámica de socialización urbana, las trazabilidades del atuendo, la semiótica de los espacios y las conexiones de las interrelaciones que marcan un ritmo a la sociedad del ocio, posible hedonismo, exhibicionismo, gestualidad, sexualidad, etc.
El ambiente es ruidoso, el DJ se encarga de la animación. El Patrón va en pinta: t-shirt, jeans, tenis combinados, y las cadenas de oro, “certificadas por Melvin”, los brazaletes y relojes, anillos con grandes piedras y “la moña” en cada bolsillo. Ya el Patrón va con vape dorado.
La Peluche viste ropa ceñida a su cuerpo o pequeñas blusas sin sostenes, faldas cortas o lycras pegadas, para exhibir los atributos resaltados de las cirugías. Pelo lacio suelto, y movimientos permanentes de caderas, unas más discretas que otras, depende del tamaño de la LV que no se aparta de sus hombros. La Peluche no suelta su “juca”.
Suena la música y cada cierto tiempo, la multitud corea algunas líneas de la canción: el Patrón suele elevar un dedo, mientras agarra su bragueta y la Peluche suele elevar las dos manos y uno de sus talones, batir su pelo, y mover sensualmente sus caderas.
De un lugar a otro, se mueven las “velitas”, marcan el lugar desde donde se ha pedido el 18 años o la Moët. La hielera se rellena constantemente y los vasos foam dobles con el pequeño sorbete dentro, posan en una de las manos, las cuales alternan con el iPhone último modelo! La transmisión es constante.
Son poses repetidas: Celular por encima de la cabeza y la humareda constante. Todo el escenario se consume a sí mismo, toda expectación es un Ágora en claustro. Las redes explotan, en la confirmación de que no existe Teteo sin Fronteo.